Por y Para Siempre. Софи Лав

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Por y Para Siempre - Софи Лав

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parecía particularmente interesado en aquella cama.

      ―Está muy bien hecha. Quiero decir, se nota por lo bien que ha soportado el paso del tiempo, pero también por el acabado y por cómo usaron un barniz que mejor encajaba con el efecto de madera natural. ―Parecía enamorado, aunque nada más pronunciar aquellas palabras se distrajo al instante con otra de las camas―. ¡Emily, deprisa, mira ésta!

      Emily se rió cuando Daniel le tiró de la mano para enseñarle otra cama ricamente decorada. Aquella tenía un barniz más pálido y casi parecía salida de una cabaña de troncos de Islandia. Había patrones tallados en el cabecero y en los postes; era toda una belleza.

      ―Mírala, ¡es una pieza entre un millón, Emily! ―dijo Daniel con entusiasmo―. Tallada a mano. Una carpintería magnífica. ¡Si la compras ya habrás conseguido que el hostal aparezca en el mapa!

      Emily sintió cómo una sensación de calidez se extendía por su interior. Era verdad; las camas que había encontrado en la tienda de Rico eran sorprendentes y únicas. Ahora comprendía lo que Cynthia había estado intentando decirle con lo de tratar a sus huéspedes como si fuesen de la realeza. Desde luego ella se sentiría como una princesa si durmiese en una de ellas.

      ―Sabes ―comentó, pasando los dedos por la madera de uno de los postes―. Si compramos las camas, habrá una condición.

      ―¿Oh? ―preguntó Daniel, frunciendo el ceño.

      Emily apretó los labios y arqueó una ceja.

      ―Tendremos que probarlas todas. Para comprobar su calidad, por supuesto.

      ―Quieres decir… ¡Oh! ―Daniel captó lo que Emily estaba sugiriendo implícitamente y movió las cejas en un gesto travieso. De repente la perspectiva de comprarlas era mucho más tentadora―. Oh, bueno, por supuesto… ―musitó, rodeando a Emily con los brazos y acercándola a sí―. No podría descansar por las noches si no experimentase de primera mano aquello por lo que pagan tus huéspedes.

      La besó en el cuello de manera seductora y Emily se rió.

      ―Voy a ir a darle a Rico la lista ―dijo ésta, apartándose de su abrazo―. Y a despedirme de todo mi dinero.

      Daniel silbó entre dientes.

      ―Vas a hacerlo muy feliz. ¡Seguramente le hagas ganar todo un mes de ingresos en una sola venta!

      ―Me niego a pensar en eso ―dijo Emily, haciendo ver que se tapaba los ojos con las manos para evitar mirar las etiquetas con los precios.

      Dejó a Daniel en la gran sala trasera y fue en busca de Rico.

      ―Evie ―dijo éste cuando volvió a la tienda―. ¿Has encontrado lo que querías?

      ―Así es ―contestó Emily―. Me gustaría comprar tres guardarropas, un tocador, dos escritorios, seis mesitas de noche, una cómoda alta, dos cajoneras, tres alfombras y tres camas antiguas.

      ―Oh ―musitó Rico, algo sorprendido cuando le tendió la lista de los objetos y sus precios―. Eso es bastante. ―Empezó a sumar las cantidades lentamente en la reliquia que era la caja registradora.

      ―Estoy amueblando otras dos habitaciones del hostal y rediseñando la otra.

      ―Ah, sí, eres la chica del hostal ―comentó Rico, asintiendo con la cabeza―. Tu padre estaría tan orgulloso de lo que has conseguido, sabes.

      Emily no puedo evitar removerse de pura incomodidad. Aunque apreciaba las palabras amables del anciano, pensar en su padre siempre la hacía sentir incómoda.

      ―Gracias ―repuso en voz baja.

      ―Bueno ―continuó Rico con voz gastada―, puesto que eres una clienta tan valiosa y estás haciendo algo que beneficiará a todo el pueblo, voy a hacerte un descuento. ―Presionó algunos botones más, haciendo aparecer un número sobre la polvorienta pantalla.

      Emily lo miró entrecerrando los ojos, sin estar segura de estar viéndolo bien.

      ―Rico, eso es un descuento del cincuenta por ciento. ―No sabía si el anciano había introducido aquella cantidad por error. Lo último que quería era robarle por accidente.

      ―Así es. Has recibido el descuento especial por el Día de los Caídos en Sunset Harbor. ―Rico le guiñó el ojo.

      Emily tartamudeó, todavía con la sobre su tarjeta. No se podía creer su generosidad.

      ―¿Estás seguro?

      Rico agitó la mano para hacerla callar. Procesó la venta y Emily se quedó allí de pie, algo aturdida.

      ―Gracias, Rico ―dijo sin respiración, y le dio un beso al anciano en la mejilla arrugada―. No sé cómo agradecértelo.

      Rico sonrió de oreja a oreja con una sonrisa que lo decía todo.

      Emily se sintió como una niña mientras se apresuraba a la parte trasera de la tienda de antigüedades en busca de Daniel.

      ―¡Rico me ha dado un descuento de la mitad del precio! ―exclamó en cuanto llegó hasta él.

      Daniel pareció asombrado.

      ―Eso es genial ―dijo.

      ―Venga ―continuó Emily, impaciente de golpe―. Vamos a sacar todo esto de aquí y a empezar a arreglar el hostal.

      Daniel se rió.

      ―Nunca había visto a nadie tan ansioso por poner punto final a una cita.

      ―Lo siento ―se disculpó Emily, sonrojándose―. Es sólo que hay tantas cosas que hacer y preparar para cuando llegue Jayne.

      ―¿Quién es Jayne? ―preguntó Daniel―. No me habías dicho que tenías otra reserva. ―Pareció entusiasmado por ella, aunque algo sorprendido.

      Emily se rió.

      ―Oh, no es eso. Jayne es una vieja amiga de Nueva York.

      Daniel se vio súbitamente incómodo. Ya se había sentido juzgado cuando Amy se había pasado de visita, y se sentía bastante reacio a conocer a más de sus amistades.

      ―Vale ―dijo en un susurro apagado.

      ―Es muy agradable ―lo tranquilizó Emily―. Y le caerás genial. ―Lo besó en la mejilla.

      ―Eso no puedes saberlo ―argumentó Daniel―. Nunca se sabe; la gente se cae mal por nada todo el tiempo. Y tampoco es que yo sea el tipo más amigable del mundo.

      Emily le abrazó el cuello y frotó la nariz contra la suya.

      ―Te prometo que te amará, y lo sé porque yo te amo. Así es como son las cosas con las mejores amigas.

      No se dio cuenta hasta que acabó de hablar de que había dicho la palabra clave. Le había dicho a Daniel que lo amaba. Se le había escapado sin más, pero no se sintió incómoda ni nerviosa por haberlo dicho. De hecho, le había parecido lo más natural

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