Por y Para Siempre. Софи Лав

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Por y Para Siempre - Софи Лав

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apartado.

      ―A modo de gracias. Por todo esto. ―Señaló el pequeño pícnic que había extendido frente a ellos con la cabeza―. Por estar aquí.

      Daniel pareció dudar por un segundo, y Emily supo por qué: era porque nunca podría comprometerse por completo a estar presente. Llevaba el deseo de viajar en las venas, y en algún momento tendría que darle rienda suelta.

      ¿Y qué había de Emily misma? Ella tampoco había planeado en firme lo de quedarse en Sunset Harbor. Ya llevaba allí seis meses, lo cual había sido mucho tiempo manteniéndose lejos de Nueva York, lejos de su casa y de sus amigos. Y, aun así, en aquel momento, con el sol poniéndose a lo lejos y lanzando rayos rosados y anaranjados por el cielo, no se le ocurría ningún otro lugar en el que prefiriese estar. Tenía la sensación de estar viviendo en el paraíso. Quizás sí que pudiera convertir Sunset Harbor en su hogar, y quizás Daniel querría asentarse con ella. Era imposible adivinar el futuro; tendría que hacer frente a los días según fuesen llegando. Lo mínimo que podía hacer era quedarse hasta que se le acabase el dinero, y si se esforzaba lo suficiente y conseguía que el hostal fuese sostenible, cabía la posibilidad de que aquel día tardase muchísimo en llegar.

      ―¿En qué estás pensando? ―preguntó Daniel.

      ―En el futuro, supongo ―contestó.

      ―Ah ―dijo él, mirándose el regazo.

      ―¿No es un buen tema de conversación? ―lo interrogó Emily.

      Daniel se encogió de hombros.

      ―No siempre. ¿No es mejor disfrutar el momento sin más?

      Emily no estuvo segura de cómo tomarse aquella frase. ¿Era una muestra del deseo de Daniel por marcharse de allí? Si el futuro no era un buen tema de conversación, ¿se debía a que ya había previsto los corazones rotos que los esperaban más adelante?

      ―Supongo ―dijo Emily en voz baja―. Pero a veces es imposible no pensar en lo que habrá más adelante. No hay nada de malo en hacer planes, ¿no te parece? ―Estaba intentando animarlo con suavidad, hacer que le ofreciera algo de información, cualquier cosa que la hiciera sentir más segura en su relación.

      ―En realidad no ―fue la respuesta de Daniel―. Me esfuerzo mucho por mantener mi mente siempre en el presente, por no preocuparme por el futuro ni obsesionarme con el pasado.

      A Emily no le gustaba la idea de que Daniel se preocupase por el futuro de ambos, y tuvo que contenerse para no exigir exactamente qué era lo que le preocupaba.

      ―¿Y hay mucho de lo que obsesionarse? ―preguntó en su lugar.

      Daniel no le había hablado mucho de su pasado. Emily sabía que había viajado bastante, que sus padres estaban divorciados, que su padre se había dado a la botella y que Daniel consideraba al padre de Emily responsable de otorgarle un futuro.

      ―Oh, sí ―dijo éste―. Muchísimo.

      Volvió a guardar silencio. Emily quería que continuase hablando, pero notó que aquello no era algo que Daniel pudiese hacer. Se preguntó si él sería consciente de lo mucho que ansiaba ser la persona ante la que se abriese.

      Pero con Daniel, todo giraba alrededor de la paciencia. Hablaría cuando estuviese listo, si es que llegaba a estarlo algún día.

      Y si aquel día llegaba, Emily esperaba seguir estando allí para escuchar.

      CAPÍTULO CUATRO

      A la mañana siguiente Emily se despertó temprano, decidida a no volver a fallar en la preparación del desayuno. Oyó cómo se abría la puerta del dormitorio de invitados a las siete en punto, cerrándose de nuevo con suavidad y seguido por el sonido de los pasos del señor Kapowski bajando la escalera. Emily salió de dónde había estado haciendo tiempo en el pasillo y esperó al pie de los escalones, mirándolo desde abajo.

      ―Buenos días, señor Kapowski ―lo saludó con confianza y una sonrisa agradable en el rostro.

      El señor Kapowski se sobresaltó.

      ―Oh. Buenos días. Estás despierta.

      ―Sí ―dijo Emily, manteniendo el tono confiado a pesar de que no se sentía así ni por asomo―. Quería disculparme por lo de ayer, por no estar preparada para hacerle el desayuno. ¿Ha dormido bien? ―Notó las ojeras que le rodeaban los ojos.

      El señor Kapowski dudó un segundo y se metió las manos en los bolsillos del traje arrugado con aire nervioso.

      ―Um… en realidad no ―contestó al fin.

      ―Oh, vaya ―dijo Emily, preocupada―. Espero que no haya sido por la habitación.

      El señor Kapowski se agitó incómodo y se frotó el cuello como si tuviera algo más que decir pero no supiera cómo hacerlo.

      ―De hecho ―logró pronunciar―, la almohada tenía bastantes bultos.

      ―Lo siento muchísimo ―se disculpó Emily, frustrada consigo mismo por no haber probado la almohada de antemano.

      ―Y, um… las toallas son ásperas.

      ―¿De verdad? ―dijo inquieta―. ¿Por qué no viene a sentarse en el comedor ―le propuso, luchando para que el pánico no se le reflejase en la voz― y me dice qué no ha sido de su agrado?

      Lo llevó hasta el gran comedor y descorrió las cortinas, dejando que la pálida luz de la mañana llenase la habitación e hiciera destacar los lirios de Raj, cuyo olor flotaba en la sala. La superficie de la larga mesa de caoba de estilo banquete reflejó la luz. A Emily le encantaba aquella habitación; era tan opulenta, tan sofisticada y ornamentada. Había sido la habitación perfecta en la que hacer lucir la vajilla antigua de su padre, y la había colocado en una vitrina tallada con la misma oscura madera caoba de la que estaba hecha la mesa.

      ―Así está mejor ―comentó, manteniendo un tono animado y ligero―. Y ahora, ¿qué tal si me habla de su habitación para que podamos solucionar los problemas?

      El señor Kapowski pareció incómodo, casi como si no quisiera hablar.

      ―En realidad no es nada. No son más que la almohada y las toallas. Y puede que el colchón sea muy duro y, eh… un poco demasiado fino.

      Emily asintió, actuando como si aquellas palabras no le estuvieran llenando el corazón de angustia.

      ―Pero en realidad está muy bien ―añadió el señor Kapowski―. Es que tengo el sueño ligero.

      ―Bien, de acuerdo ―dijo Emily, comprendiendo que forzarlo a hablar era peor que dejarlo insatisfecho con su habitación―. Bueno, ¿qué puedo prepararle de desayuno?

      ―Huevos y beicon, si no es mucho pedir ―solicitó él―. Fritos. Y unas tostadas. Con champiñones. Y tomates.

      ―Sin problemas ―contestó Emily, preocupada por si no tenía todos los ingredientes que había mencionado.

      Se apresuró hacia la cocina, despertando al instante a Mogsy

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