Por y Para Siempre. Софи Лав
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Читать онлайн книгу Por y Para Siempre - Софи Лав страница 3
Llena de pánico, volvió a entrar corriendo en la casa.
―¡Daniel! ―gritó desde el pie de las escaleras―. ¡El señor Kapowski se ha ido! ¡Se ha ido porque no me he levantado a tiempo de prepararle el desayuno!
Daniel apareció en lo alto de las escaleras cubierto únicamente con unos pantalones de pijama, dejando al descubierto los hombros anchos y el pecho musculoso. Su cabello estaba enmarañado, lo que le daba el aspecto de un estudiante que se hubiese levantado con prisas.
―Seguramente tan solo haya ido a Joe’s ―repuso, bajando las escaleras hacia Emily al trote―. Mencionaste lo buenos que son sus gofres, ¿recuerdas?
―¡Pero se supone que yo le tengo que preparar el desayuno! ―exclamó Emily―. El hostal es un B&B, de bed and breakfast, alojamiento y desayuno, no un B de bed a secas!
Daniel llegó al pie de los escalones y la tomó entre sus brazos, abrazándola suavemente por la cintura.
―Quizás no se haya dado cuenta de lo que significa la segunda B. Quizás creía que significaba «baño». O banana ―bromeó. Le dio un beso en el cuello, pero Emily lo apartó agitando la mano y se escabulló de su abrazo.
―¡Daniel, deja de hacer el tonto! ―espetó―. Esto es serio. Es mi primer huésped y no me he despertado a tiempo de hacerle el desayuno.
Daniel sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco con afecto.
―No es para tanto. Habrá bajado a desayunar junto al océano en lugar de eso. Está de vacaciones, ¿te acuerdas?
―Pero desde mi porche se ve el océano ―tartamudeó Emily con una voz que empezaba a fallarle. Se dejó caer sentada en el último escalón sintiéndose pequeña, como una niña que hubieran castigado a sentarse allí, y dejó caer la cabeza entre las manos―. Soy una anfitriona horrible.
Daniel le frotó los hombros.
―Eso no es verdad. Simplemente todavía no le has cogido el ritmo. Todo es nuevo y extraño, pero lo estás haciendo bien. ¿Vale?
Dijo aquella última palabra con firmeza, casi con paternalismo, y Emily no pudo evitar sentirse reconfortada. Alzó la mirada hacia él.
―¿Quieres que te escalfe a ti un huevo al menos? ―preguntó.
―Eso sería un detalle ―dijo Daniel con una sonrisa. Tomó el rostro de Emily entre las manos y le dio un beso en los labios.
Fueron juntos a la cocina y el sonido de la puerta abriéndose despertó a Mogsy y a su cachorro, Lluvia, de su duermevela en el lavadero que había justo al otro lado de la puerta tipo granero. Emily sabía que mantener a los perros fuera de la cocina y de cualquier otra parte de la casa que necesitase para el negocio del hostal era un deber absoluto si no quería que le cerrasen el negocio al instante por higiene y salubridad, pero se sentía mal por confinar a los perros a un espacio tan pequeño de la casa. Se recordó a sí misma que era una situación temporal; ya había conseguido que cuatro de los cinco cachorros de Mogsy fuesen adoptados por amigos del pueblo, pero Lluvia, el más pequeño de la camada, era más difícil de colocar, y nadie parecía ni remotamente interesado en aceptar a la madre. A fin de cuentas era, siendo amables, una perra callejera bastante fea.
Tras llevar a los perros fuera y darles de comer, Emily volvió a la cocina. Mientras tanto Daniel había logrado salir un momento al jardín para recoger los huevos que habían puesto aquella mañana las gallinas Lola y Lolly, y había preparado una jarra de café. Emily aceptó una taza agradecida y aspiró el aroma antes de acercarse a los fogones Arga, otra de las reliquias de su padre que había restaurado, y se puso a practicar el arte de escalfar huevos.
De entre todas las habitaciones de la casa, la cocina era su preferida. Aquel pobre espacio había sido víctima del tiempo y el abandono a su llegada, y después los había asaltado una tormenta que había provocado más daños, y después la tostadora se había fundido y había provocado un incendio. El daño por el humo había sido más destructor que el fuego en sí: las llamas tan solo habían alcanzado un estante y consumido algunos libros de cocina, pero el humo había conseguido filtrarse por todos los huecos y resquicios, dejando tras de sí manchas negras y el olor de plástico quemado en todo lo que había tocado.
En tan solo seis meses, a aquella habitación le había pasado todo lo malo que podía pasarle. Pero tras algunas noches de trabajo duro, por fin había sido restaurada por tercera vez y tenía un aspecto encantador con su frigorífico retro y su original palangana blanca victoriana Belfast, además de sus encimeras de mármol negro.
―Resulta ―dijo Emily, sirviendo su quinto intento de huevo escalfado en el plato de Daniel―, que no soy una cocinera tan mala después de todo.
―¿Ves? ―dijo Daniel, cortando la clara del huevo y dejando que la yema dorada cayese sobre la tostada―. Ya te lo había dicho. Tienes que escucharme más a menudo.
Emily sonrió, disfrutando del humor amable de Daniel. Ben, su ex, nunca la había hecho reír como lo hacía Daniel, y tampoco había podido reconfortarla nunca en sus momentos de pánico. Con Daniel era como si nada fuera nunca demasiado complicado para hacerle frente. No importaba si se trataba de una tormenta o un incendio, Daniel siempre le hacía sentir que todo iba bien, que podía arreglarse. Su estabilidad era uno de sus rasgos más atractivos; podía calmarla y tranquilizarla del mismo modo en que la tranquilizaba el océano. Pero aun así Emily nunca estaba segura de qué opinaba Daniel, de si sentía lo mismo que ella. Tenía la impresión de que su relación era como la marea, y al igual que ésta, no podían controlarla por mucho que lo intentasen.
―Bueno ―dijo Daniel, mordisqueando felizmente su desayuno―, después de comer deberíamos empezar a prepararnos.
―¿Prepararnos para qué? ―preguntó Emily, dando un trago de su segunda taza de café solo.
―Hoy es el desfile del Día de los Caídos ―repuso Daniel.
Emily recordaba vagamente haber asistido a un desfile de niña y de haber querido volver a verlo, pero ya había metido suficiente la pata aquel día como para poder permitirse una salida.
―Tengo muchas cosas de las que ocuparme por aquí. Tengo que preparar la habitación de invitados.
―Ya está hecho ―contestó Daniel―. Lo he hecho mientras te encargabas de los perros.
―¿De verdad? ―inquirió Emily con recelo―. ¿Has cambiado las toallas?
Daniel asintió.
―¿Y los mini champús?
―Ajá.
―¿Y los saquitos de café y azúcar?
Daniel arqueó una ceja.
―Todo lo que tenía que cambiarse se ha cambiado. He hecho la cama, y antes de que lo digas, sí, sé cómo hacer una cama. He vivido solo durante años. Todo está listo para cuando vuelva, así que, ¿vienes al desfile?
Emily sacudió la cabeza.
―Tengo que estar aquí cuando vuelva el señor Kapowski.
―No necesita que le hagas de canguro.
Emily