Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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de la minería del cobre, gratuidad de la educación, acción política extra institucional– y proveen explicaciones y justificaciones. En la primera mitad del siglo XX tres grandes fuentes de tales relatos fueron la Iglesia Católica, el positivismo y el marxismo, este último en su recepción fundamentalmente por parte del Partido Comunista, primero, y luego por parte del Partido Socialista. Desde los años 1940 el relato económico se hace destacable en los asuntos de gobierno. En los años 1960 el cuadro de los relatos sobre el mundo social se complejiza con la incorporación, creciente, de elementos de las ciencias sociales, que ganan lugar en el debate político y se incorporan en las conversaciones. Al discurso de la modernización le seguirán discursos neomarxistas, posestructuralistas, feministas y otros. En el discurso de la Democracia Cristiana, por ejemplo, adquieren creciente importancia narrativas provenientes de la sociología y de la economía. Eduardo Frei Montalva, una figura prototípica en esta materia, lee, asimila y emplea textos sociológicos y económicos, combinándolos con sus lecturas filosóficas, de Maritain y autores semejantes. Este presidente es un anticipo de lo que serán los futuros “tecnopols” en el país1. Bajo la dictadura de Pinochet el discurso económico liberal llega a hacerse dominante, hasta los años recientes, en que en el país circulan textos cuestionando el “modelo” sostenido por la Concertación y promoviendo un “nuevo modelo”. A su vez, en el movimiento estudiantil y en la izquierda fuera de la Nueva Mayoría han tenido acogida textos de autores como Jorge Atria, Alberto Mayol, Chantal Mouffe, Hardt y Negri y otros, que contribuyen al contenido de su discurso y orientación de su acción.

      De tal modo, los relatos de la ciencia social se hacen parte del mundo social, de cómo hacemos sentido de él, de cómo lo experimentamos (Czarniawska, 2004). Estos relatos se convierten en componentes de sus operaciones. Circulan dentro de la red compleja de acciones de los partidos políticos, organismos del Estado y sociedad civil; aparecen en la esfera pública constituida por los medios masivos de comunicación; emergen en las conversaciones de la vida cotidiana.

      Con el término “relato sociológico” me estoy refiriendo a un específico tipo de elaboración sociológica: la narrativa interpretativa sobre la realidad social basada, directa o indirectamente, en la investigación sobre ella y en la acumulación teórica existente. En términos teóricos, estoy concibiendo a las narrativas o relatos como modos de conocimiento (Polkinghorne, 1988) y como componentes pragmáticos de la acción2. En la constitución de estos relatos se pueden distinguir diferentes operaciones en las que se conjugan sus dimensiones semánticas y pragmáticas: (1) Las narrativas sociales permiten darle forma significativa, forma semántica, a experiencias difusas que eventualmente aparecen como problemáticas, como fuentes de malestar o inquietud. Esas experiencias requieren traducción, requieren una articulación verbal, para convertirse en efectivos problemas públicos. Estas narrativas, que toman forma en prácticas situadas en el entramado sociocultural, pueden convertirse, de tal modo, en configuradoras y transportadoras de esas experiencias. Las “voces de la calle” no se hacen escuchar si no pasan por esas mediaciones que las hagan transportables. Pero, es necesario destacarlo, tal transporte requiere reconfiguración. Lo transportado toma forma en la operación misma de transporte. (2) La construcción narrativa societal incluye la especificación de realidades y hace formulaciones fácticas. Si bien en la manera en que la ciencia social hace sus planteamientos estos asumen un carácter hipotético, necesitado de continua contrastación empírica, en su circulación pública estas narrativas se desprenden de tal carácter meramente conjetural y adquieren el de afirmaciones fácticas: “las contradicciones internas del capitalismo lo llevan a su destrucción”, “el modelo económico neoliberal ha fracasado”, “en la sociedad socialista el Estado lo controla el proletariado”. En contraste con la ciencia, los públicos usuarios de estos discursos tienden básicamente a buscar información confirmatoria y con el tiempo les cuesta cada vez más separarse de sus narrativas, que quedan como filtros incorporados a los individuos, como parte de sus mapas neuronales estabilizados (Castells, 2009). (3) Estos relatos, en la medida que son efectivos, canalizan y conectan emocionalidades referidas a múltiples experiencias que, de alguna forma, se ven expresadas y unidas con el relato. Temores, inquietudes, angustias, anhelos pueden asociarse a las narrativas. (4) Estos relatos societales dan forma a deseos colectivos, diseñan futuros supuestamente posibles, plantean metas, estados deseables, configuraciones societales alternativas: “sociedad socialista”, “desarrollo humano”, “desarrollo sustentable”, “posdesarrollo”, “vida buena”. (5) Conjuntamente, delinean caminos de acción para el logro de tales fines colectivos y combaten o descartan otros: “revolución en libertad”, “socialismo a la chilena”, “transición a la democracia”. En ellos se apela a la emocionalidad asociada; se apela a la indignación, se apela a los temores. (6) Todo lo anterior va acompañado de justificaciones, que articulan lógicas tradicionales de justificación o incorporan nuevos elementos (Boltanski y Thevenot, 2006; Boltanski y Chiapello, 2002).

      Frente a la gran complejidad social, en cuanto a su realidad misma como en cuanto a problemas a enfrentar, metas a lograr y caminos a seguir, estas narrativas colectivas cumplen una función de ahorro cognitivo y proveen guiones colectivos o “mapas de navegación”, como los llama Lechner (2004). Se convierten en motores de la acción social. Son capaces de movilizar acciones, llevan a defender realidades. Legitiman y deslegitiman. Llevan a transformar o estabilizar. Hay, además, una creciente pluralidad de tales narrativas y, por tanto, hay confrontación y lucha entre ellas, una lucha continua.

      La creación de narrativas es un muy antiguo procedimiento humano. Narrar es una forma de otorgar sentido al mundo y de transmitir tal sentido. De tal modo, es una forma de conocerlo. De hecho, etimológicamente, las palabras narrar y conocer, en sus orígenes (narro y gnarus) se mezclan (Porter, 2008). La narración es vía de conocimiento del mundo. Como dice Barthes (1982: 251, 252), “bajo su casi infinita diversidad de formas, el relato está presente en toda época, en todo lugar, en toda sociedad; comienza con la historia misma de la humanidad y no hay ni nunca ha habido un pueblo sin narrativa. Todas las clases, todos los grupos humanos tienen sus relatos y muy a menudo esos relatos los disfrutan en común hombres con trasfondos culturales diferentes, incluso opuestos […] Los relatos son internacionales, transhistóricos, transculturales; están simplemente ahí, como la vida misma”.

      El término “narración”, sin embargo, hasta hace pocas décadas, tendió a aplicarse particularmente a la ficción literaria, a la creación artística. La ciencia, durante mucho tiempo no fue considerada un género narrativo, homologable, de alguna forma, con la elaboración literaria. A los textos científicos, aun a los de las ciencias sociales, llenos de contenido narrativo, se les otorgaba un estatus diferenciado y privilegiado, no reconociendo en ellos su condición narrativa.

      Los relatos o narrativas sobre lo que llamamos sociedad nos sitúan en un espacio social, con subdivisiones reconocibles, poblado de entidades ontológicamente identificables y estables, con determinadas relaciones entre ellas, y en el que toman lugar determinados procesos. Tales procesos ocurren desplegándose en una dimensión temporal que el relato traza, delimitando un pasado relevante y proyectándose hacia diferentes formas de futuros posibles (Güell, 2009). Podrá tratarse de un gran relato de índole geopolítica, como el de la Guerra Fría, o un relato que apunta a las conductas individuales, como el relato sobre el aborto, o un relato sobre entidades organizacionales, como el relato sobre las universidades públicas. Los relatos sociales, y los sociológicos son una variedad de ellos, pueden abarcar sociedades enteras, formas institucionales, procesos históricos, trayectorias individuales. Los relatos sociales cubren y semantizan el mundo en su totalidad.

      Las narrativas son herramientas cognitivas, proveen una inteligencia colectiva (Herman, 2013), con diferentes grados de potencialidad adaptativa, y se interrelacionan con conjuntos de prácticas y materialidades. El relato configura, condensa y transporta experiencia, permitiendo abordar problemas prácticos. El concepto foucaultiano de “discurso” engloba precisamente ese complejo de elementos que va más allá de lo meramente lingüístico. Así, el discurso médico incluye ideas sobre salud, enfermedad y su tratamiento, reglamentaciones, organización hospitalaria, prácticas sanitarias, etc. La noción de relato que empleo aquí está

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