Relatos sociológicos y sociedad. Claudio Ramos Zincke

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Relatos sociológicos y sociedad - Claudio Ramos Zincke

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      Así como los relatos sociales ya orientaban la conducta en el Antiguo Egipto, hace más de 24 siglos, bajo la forma de una narrativa de contenido religioso y asociada a prácticas rituales, el relato científico social no tiene más de tres siglos, siendo componente central de la sociedad moderna, de su autodescripción, y herramienta fundamental de su autorregulación (Wagner, 2003). En las palabras de Lechner (2006 [2002]: 438), “la teoría social representa un relato que narra la sociedad acerca de sí misma”. Desde principios del siglo XX la ciencia social ha tenido una creciente participación en estas narrativas sociales, y el peso de la ciencia, de las afirmaciones y argumentaciones de la ciencia, en la esfera pública es significativo. Su presencia en los medios masivos de comunicación se sigue incrementando con el tiempo (Jacobs y Townsley, 2011).

      La ciencia social surge en una sociedad que se diferencia funcionalmente y que crea formas narrativas especializadas; la suya se aparta de las formas literarias, religiosas y jurídicas de hacer sentido en el mundo y va acoplada a su propio conjunto de prácticas, dispositivos técnicos, instrumentos e instituciones, siendo central entre estas últimas la universidad. La elaboración del relato científico social es una empresa colectiva que se vale de formas peculiares y sistematizadas para conectar su narrativa con la experiencia del mundo. No se basa, como típicamente ocurre en la literatura, del aprovechamiento meramente de la experiencia personal, sino que, a través de variados procedimientos y técnicas –análisis de documentos, entrevistas, uso de datos generados por fuentes institucionales, análisis estadístico, encuestas, etc.–, conecta con la experiencia de muchos actores, del presente y del pasado, y transporta dichas experiencias al relato, a través de una secuencia de operaciones que las llevan a un formato escrito, impreso y multiplicable. Como empresa colectiva, este esfuerzo científico además, conlleva particulares procesos de revisión y ajuste de sus afirmaciones, lo cual toma lugar a través de un sistema de publicaciones, con la capacidad de extenderse globalmente, en el cual, con el apoyo de sus programas teórico y metodológico, se seleccionan, enlazan, sistematizan y acumulan sus conocimientos. Es así una narrativa sustentada en un particular aparato de producción, el cual le proporciona sus especiales potencialidades como herramienta de orientación en el mundo.

      El relato científico se rodea, asimismo, de sus propios mitos que son, a su vez, otras construcciones narrativas, que contribuyen a su legitimación: el de su objetividad en la descripción del mundo, el de su asepsia normativa, el de su desconexión del poder, el de su despegamiento de los juicios subjetivos, el de su autonomía o incluso autopoiesis, entre otros. Aquí no entraremos a discutirlos, sencillamente los obviaremos3.

      Las vinculaciones pragmáticas de estos relatos con los intereses de los actores y con el ordenamiento del mundo hacen que su construcción y uso no sean inocuos, generándose debates y controversias que van más allá del ámbito de la academia. Cabe destacar las diferencias que, en este aspecto, tienen las ciencias sociales con las naturales. Los objetos de estas últimas –como los virus o las galaxias– no se apropian de los relatos que los describen y analizan; no les orienta su comportamiento ni se rebelan contra ellos. Complejizando la situación, la incidencia de los relatos científico-sociales toma lugar en un espacio social donde concurren diversas otras narraciones, de variadas procedencias: narrativas literarias, fílmicas, ideológicas, de las artes plásticas, etc. Ellas pueden complementarse o competir. Sobre la percepción de la población respecto a los procesos subterráneos en las redes del gobierno estatal, por ejemplo, pueden ser más convincentes series de televisión como The West Wing o House of Cards que un texto sociológico. En contraste, para dar cuenta de procesos más complejos, como el declive del capital social colectivo en EE.UU., que describe Putnam, o del “sistema mundo”, expuesto por Wallerstein, logra un mejor efecto un largo texto sociológico, aunque requerirá traducciones simplificadoras para ampliar su difusión.

      Así como con la modernidad hace su gran entrada el relato de la ciencia social, llegando a tener gran centralidad en el gobierno de las conductas y en la construcción de realidad social, con la modernidad tardía, con la época de la proliferación de las tecnologías digitales de comunicación, se llegará a una enorme multiplicación y difusión de las narrativas que debilita la fuerza moldeadora que posee el discurso científico social. En la circulación de las comunicaciones a través del rizoma de las vías digitales, la convención ficcional de la narrativa literaria, que lleva a suspender la duda, y la convención referencial de la ciencia, que activa el escepticismo, se confunden y la ciencia pierde efectividad operacional4. Ello contribuye a la inestabilidad de la realidad social, a su reblandecimiento (Czarniawska, 2004).

      Otra peculiaridad de la narrativa de la ciencia social, en contraste con la ciencia natural, es que habitualmente está orientada a una doble audiencia: la académica, del campo científico, y la externa a la ciencia, propia de la esfera pública, de las instituciones y de la sociedad civil. Esto es sumamente evidente en el caso de la sociología en Chile. La narrativa se ve así orientada por dos vectores que la llevan en direcciones diferentes y que la tensionan, lo cual tiene repercusiones en la labor productiva de los autores.

      Tal uso de los relatos en la vida social, haciéndose parte del tejido mismo de los procesos que la constituyen, es una de las facetas pragmáticas de estas narrativas. Otra faceta pragmática, por ende, extratextual, corresponde a su proceso de producción. Este no es un mero proceso intelectivo individual. La producción de los relatos ocurre en redes de producción, en encadenamientos de actores y otros elementos, en redes que están vinculadas a la acción colectiva e institucional. El relato toma forma en estos encadenamientos agenciales. Ellos, a su vez, contribuyen a esparcir y traducir el relato, en la esfera pública, en esferas institucionales, en organizaciones y movimientos sociales, y a incorporarlo a la acción.

      Randall Collins, en su gran estudio histórico y global sobre la producción filosófica, argumenta que “las redes son los actores del escenario intelectual”, redes que conectan con microsituaciones en que vivimos y con audiencias imaginarias anticipadas (Collins, 1998: XVIII). Al decir esto, piensa específicamente en redes de seres humanos y considera fundamentales sus “rituales de interacción” y la “energía emocional” que circula en tales redes dando fuerza y recargando a los participantes. Collins concibe tales redes como compuestas exclusivamente de intelectuales. En nuestro caso, siguiendo a Latour (2001, 2005) las concibo como redes heterogéneas, en varios sentidos. Por un lado, en cuanto también se hacen parte de ellas otros agentes que no son integrantes del campo científico: políticos, autoridades del Estado, autoridades o integrantes de diversas otras instituciones y de organismos internacionales. Por otro, en cuanto a que en tales redes se integran, junto con seres humanos, otros entes, materiales o tecnológicos. Casos distintivos y destacados de esto son libros, bibliotecas, archivos, fichas, mimeógrafos, máquinas de escribir, computadores, bases de datos, programas computacionales de análisis estadístico o cualitativo, grabadoras, transcripciones, registros en la memoria de computadores, etc.

      En esta red, las interacciones que ocurren a través del lenguaje, en conexiones personales, institucionales o bibliográficas, están infiltradas por el pasado. Son “interacciones enmarcadas”, dice Latour (1996: 231), cuyas conexiones se proyectan muy lejos, en el tiempo y en el espacio. Respecto a esto último, es típico de la red de producción científica que sea parte de una red global, expresada fundamentalmente en las conexiones entre publicaciones y que permanezca integrada a esa red bibliográfica que la nutre y a la cual contribuye. Esas redes, dice Latour, junto con estar enmarcadas, al mismo tiempo están continuamente sometidas a fuerzas de dislocación y borrado, bajo la acción de redes que van en todas direcciones.

      Es en tales redes que ocurre la producción de los relatos científico sociales sobre la realidad social, relatos que, a su vez, en su circulación ampliada, más allá de la academia, en la esfera pública, el aparato del Estado e instituciones diversas, alcanzando a veces las conversaciones cotidianas de mucha gente, moldean los sentidos de sociedad, dando forma a entes sociales, eventos y procesos colectivos. En ese espacio

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