Historia secreta mapuche 2. Pedro Cayuqueo

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Historia secreta mapuche 2 - Pedro Cayuqueo

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a las comunidades rankülche en junio del año 2001 gracias a una ley de restitución aprobada por el Congreso de la Nación.

      Envuelto en emblemas tradicionales, fue velado en el bello salón municipal de Victorica, ciudad de 5.500 habitantes fundada en 1882 como el primer fortín levantado en tierras arrebatadas a los ranqueles. Su plaza principal lleva por nombre Héroes de Cochicó, la batalla entre soldados y weichafe que precisamente definió dicha conquista.

      Banderas en mano, trarilonkos en la frente y cubiertos con bellos maküñ (ponchos), numerosos lonkos ranqueles y mapuche —incluso de otras provincias argentinas— soportaron aquel día la ferocidad del frío pampeano para dar su adiós al lonko.

      Cuando miembros de la comunidad y paisanos a caballo trajeron la urna fueron recibidos al son de trutruka, pifilka, kaskawilla y el batir del kultrun, consignaron los medios locales.

      Frente a un palco atestado de autoridades, legisladores y funcionarios, la memoria del lonko renació en las rogativas y en los afafanes (vivas) a su figura que se multiplicaron en las voces de los presentes. Y también con el choike purrún, la tradicional danza del avestruz que celebró su retorno.

      Sus restos hoy descansan en un bello mausoleo piramidal con bases de madera a orillas de la laguna Leuvucó, veinticinco kilómetros al norte de Victorica, en un sitio declarado Lugar Histórico Provincial por las autoridades de La Pampa.

      ¿Qué pasó con Epumer, el sucesor de Panguitruz al mando de los rankülche? Fue capturado por tropas argentinas el 12 de diciembre de 1878 en las cercanías de Leubucó. Había regresado hasta allá con parte de su tribu errante para recolectar cebada y no morir de hambre.

      Su captor fue el capitanejo Ambrosio Carripilún, un ranquel aliado del ejército que operaba bajo el mando del coronel Eduardo Racedo. “Importa pues, a la campaña de Racedo, uno de los triunfos más valiosos y más importantes en el plan de desocupación del desierto”, escribe al respecto el periódico El Siglo con fecha 8 de enero de 1879.

      Epumer fue de inmediato confinado en la isla-prisión Martín García, ubicada en el delta del río de la Plata, donde permaneció engrillado por más de un año. Lo acompañó parte de su tribu y más de un centenar de otros prisioneros de guerra mapuche.

      Cuenta el historiador Marcelo Valko en su libro Cazadores de poder. 1880-1890 (2016) que el jefe rankülche “salió de allí una brumosa mañana de 1882, cuando es embarcado en el lanchón Don Gonzalo junto al lonko Pincén”. Ambos serán liberados en el puerto de Buenos Aires, les dicen los soldados. Pero aquello jamás sucede.

      Ambos fueron destinados a la estancia El Toro, propiedad del senador Antonio Cambaceres, próxima a la localidad de Bragado. “Epumer por fin es libre... pero como peón dentro de las alambradas de la estancia del prominente político y terrateniente de fuste aliado del clan Roca”, subraya Valko.

      El último gran jefe rankülche murió allí el 28 de junio de 1884, aquejado de una enfermedad pulmonar, lejos de su gente y de su tierra. Sus restos hasta hoy permanecen en El Toro.

      Otro destacado lonko rankülche, Baigorrita, ahijado del coronel Manuel Baigorria y quien también se entrevistó con Lucio Mansilla en su viaje Tierra Adentro, caería en combate el 18 de julio de 1879 a orillas del río Neuquén, a poco de dejar el Colorado, linde sur del dominio rankülche.

      Cuenta el periodista barilochense Adrián Moyano que, ante esta sucesión de éxitos militares, el presidente Nicolás Avellaneda remitió una circular para que se leyera frente a las tropas de diversos destacamentos y fortines de la Frontera.

      En su primer párrafo, decía el mandatario: “Estáis llevando a cabo con vuestros esfuerzos una grande obra de civilización a la que se asignaban todavía largos plazos. La pericia y la abnegación militar se adelantan al tiempo. Cada una de vuestras jornadas marca una conquista para la humanidad y las armas argentinas”.

      ¿A qué humanidad se habrá referido Avellaneda?

– RUN TO THE HILLS –

      Volvamos al año 1881 y al fallido último levantamiento que definió nuestro destino como pueblo. Ya vimos en el primer capítulo que las posibilidades de ganar eran prácticamente nulas. Pero aquello poco importó. Fueron miles los guerreros que llegado el día se presentaron con sus lanzas y escasos rifles ante los fuertes de aquel país mapuche bajo ocupación extranjera.

      ¿Qué fuerzas desconocidas movilizan la voluntad humana en circunstancias tan desventajosas y dramáticas?

      Se calculan en cuatro mil los guerreros distribuidos en cinco teatros de operaciones, de costa a cordillera. Más de la mitad caería en el campo de batalla. Tras la derrota los sobrevivientes y sus familias buscaron refugio en las selvas al sur del Cautín y también en la profundidad de los cajones cordilleranos.

      Allí fueron perseguidos, acorralados y cazados como conejos por los lleulles o soldados de reserva, el roto chileno experto en pacificar por la espalda, quemar rucas y arrear ganado ajeno.

      Lo cuento también en el cierre del tomo I: las represalias de fuerzas regulares y paramilitares que no tardaron en desatarse en todos los rincones del país mapuche.

      Los históricos guerreros de antaño, los bravos descendientes de Leftraru, Kalfulikan y Pelantraro, fugitivos en su propia tierra.

      Por hallarse el grueso del Ejército de Línea en el norte, en la ocupación de Lima, aquella labor de persecución recayó principalmente en los lleulles, fuerza armada de frontera mezcla de ejército regular y banda de forajidos. Hablamos de campesinos, bandoleros mestizos, expresidiarios y veteranos de más de alguna guerra sucia, el también llamado “bajo pueblo” chileno.

      Su particular nombre dice relación con el lleullequén, el cernícalo, pequeño halcón con el cual eran comparados de manera despectiva por los mapuche. Es que así se comportaban los soldados chilenos, como aves rapaces acostumbradas a obtener por la fuerza su comida y sustento.

      “Sujetos desposeídos que harían lo posible por obtener algo del despojo, aunque sea su propio alimento. Sujetos con tal grado de exclusión y en general con historias de vida que les dificultaba construir una mejor moralidad, en manos de mandos superiores inescrupulosos, se convertían en un peligroso arsenal de guerra”, escribe sobre ellos Mathias Órdenes, académico de la Universidad Católica de Temuco.

      Los oficiales tenían sin embargo un origen más conspicuo: en su gran mayoría los mandos del ejército de la época provenían de una clase media acomodada de provincia y los caracterizaba un alto sentido del deber, como bien demostraron en la Guerra del Pacífico. Lo mismo los oficiales de la Guardia Nacional, los llamados “cívicos”, de trascendental rol al sur del Biobío.

      Los guerreros mapuche, por su parte, pertenecían a diversos linajes y clanes y eran liderados por jefes militares quienes respondían ante un füta ülmén (hombre rico, poderoso) o un ñizol lonko (jefe principal). Estos últimos a su vez formaban parte de alguno de los cuatro futalmapu (o gran franja territorial) que se articulaban bajo alianza militar, siempre de manera temporal.

      Altas virtudes caracterizaban a estos guerreros, siendo tal vez la valentía y el honor dos de las principales. Ambas les eran inculcadas desde la más tierna infancia. Tras siglos de defensa del Wallmapu, los weichafe, los hombres dedicados al weichan (la guerra), se habían transformado en una respetada casta social.

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