El craneo de Tamerlan. Sergey Baksheev
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– Que quisquillosa! —
– Dónde está el negativo? – Tikhon ya no soportó la conversación.
Román, impotente, movió la mano y se rindió:
– Yo sabía que no te iba a convencer. Vamos al laboratorio. Ya todo está listo.
Bajo el pomposo título de “Laboratorio” se escondía un cuarto de baño lleno de aparatos fotográficos. Tres persona apenas cabían en el cuartucho oscuro. Román cerró la puerta completamente, se quitó los anteojos de sol y prendió la lámpara roja.
– Este es el cuadro. – Román conectó la ampliadora fotográfica y en el rectángulo apareció Malik Kasimov, con cabello y ojos blancos. – Quieren agrandar toda la foto? —
– No. Solamente esta parte. – Tikhon señaló el cuadro al lado del hombro de Kasimov.
Román movió una ruedecita para hacer subir la ampliadora. Poco a poco todo el cuadro estaba ocupado por la borrosa foto de la pared de Kasimov, en la que se veía al cineasta al lado del cuadro extraño. Román apuntó el objetivo hacia el lugar indicado entonces apareció el lienzo gris con sus símbolos geométricos blancos.
– Que son esos signos diabólicos? – murmuró Román.
– Yo pensé que tú podías conocer algo de esa corriente artística. – suspiró Tamara.
– Este no es Rafael. —
– Ya me doy cuenta. —
– Ni siquiera Kandinsky ni Malevich. —
– Imprímela, por favor. – le solicitó Tikhon.
Román colocó en el marco papel para fotografía, quitó, por unos segundos, el filtro del objetivo y lo volvió a poner. El papel fotográfico bajó desde el objetivo hasta el recipiente con la solución.
El fotógrafo empujaba, cuidadosamente, el papel hacia el fondo del recipiente con una pinza. Tres pares de ojos observaban, expectantes, como en el blanco papel aparecían segmentos oscuros y puntos negros y poco a poco llenaban toda hoja. Un momento más tarde, Román sacó la foto con la pinza, dejó que goteara el revelador y colocó el cartoncito en el fijador. Cuando terminó el proceso, encendió la luz.
– Listo. Ahora, puedo contar con un agradecimiento? – dijo el fotógrafo y se le acercó a la muchacha hasta llegar a rozarla.
– Gracias Román. Tú eres un verdadero amigo. —
– Y eso es todo? – Román apretó a Tamara.
Tamara salió del baño, pero Román la siguió.
Tikhon Zakolov se quedó solo, observando con atención la foto húmeda. Lo que estaba representado en el cuadro del museo, era un patrón de incomprensibles y separados símbolos. Todos estaban bien diferenciados y Tikhon pudo observarlos en detalle.
El dibujo completo era este:
Pero qué es esto? Ángulos, cuadrados, puntos. Como se puede descifrar? Además, es que esto es un cifrado? Es que son pocos los pintores que sueñan con la grandeza de Malevich cuando este pintó “El cuadrado negro”? Es posible que el siguiente loco infeliz decida ser el fundador de la nueva dirección bajo la divisa: “El Cubismo” a la basura, ahora viene “El Geometrismo”!
Tikhon trató de traducir el cuadro al acostumbrado lenguaje de los números. 19 puntos, 34 símbolos, 62 ángulos, 93 segmentos. Rápidamente sumo, restó, multiplicó esas cifras en diferentes combinaciones. Ninguno de esos resultados le dio una pista para la solución.
El callejón sin salida.
Zakolov dejó de mirar los signos misteriosos para concentrarse en la figura del cineasta frente al cuadro. Él está de pie medio volteado hacia el cuadro, pero muy atento a la pintura y en su mano tiene un libro grueso. Vas a un museo con un libro? Es extraño, a menos que sea un catálogo de la exposición. Tikhon intenta ver la portada del libro. Un dibujo, parte de una palabra. Muy pequeño y nada claro.
Salió del cuarto de baño y se dirigió a Román, quien estaba tirado en el diván con los infaltables lentes de sol:
– Tú no crees que esto puede ser un fotomontaje? —
– Por la copia, no puedes determinarlo. – se sonrió el fotógrafo, aspirando un cigarrillo. – Si yo viera el original, opinaría. E inclusive así, no sería determinante. Kasimov es un profesional de alto nivel. Para él, hacer esa composición es muy fácil! —
– Y puedes hacer otro agrandamiento? Yo quisiera leer el nombre del libro. —
– Para que molestarse? Que Kushnir le pregunte a Kasimov. Por lo que parece, al viejo le gustó ella. Digo, por todo lo que habló. —
– Desgraciadamente, es imposible. – Zakolov lo dijo como evadiendo cualquier pregunta.
– Entiendo. El viejo se disgustó por lo del artículo. Está bien dame acá! – Román agarró la foto, lentamente exhaló dos anillos de humo y exclamó: – Tamara, tu amigo me pide lo imposible! —
– Inténtalo Romancito. Tú eres un maestro. – Coquetona, le pidió la muchacha, se sentó a su lado y le acarició el cabello.
– Solo por ti lo hago. – Se alegró Román, mirando lujuriosamente, las caderas de la muchacha.
– Dale pues. —
El fotógrafo saltó, apagó la colilla del cigarrillo y llamó a Tikhon:
– Epa, Cohetes y aviones! Ven para mostrarte algo de conocimiento popular.
En el cuarto de baño, Román colocó la ampliadora en un extremo de la mesa, cambió el objetivo por uno más poderoso y apuntó la luz directamente al piso.
– Ahora veremos cuales libros lee el respetado Malik Kasimov. —
Pasados unos minutos Zakolov tenía en sus manos la nueva húmeda impresión.
– Bueno, ahí la tienes. Nada del otro mundo. —
Con ansiedad, Tikhon consideró la imagen ampliada. Kasimov agarraba el libro por la parte de arriba. Su mano casi tapaba el título de tres líneas. En la primera línea se veían las dos primeras letras: “DI”, en la segunda, debía haber, en letras pequeñas, una preposición o una contracción, y en la tercera y cuarta líneas se veían las últimas letras: “OMA” y “SO”. Por el tamaño de las letras, en esas tres líneas solo había una palabra por línea.
– Que libro es ese? – Tamara, con curiosidad, se adhirió a Tikhon. Este sentía la respiración húmeda de la muchacha en el cuello.
– Todavía no entiendo. – Tikhon intentaba variantes del título pero no obtenía algo con sentido.
– Alguna idea? —
– Por