Al filo del dinero. Sergey Baksheev

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Al filo del dinero - Sergey Baksheev

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nuevas, cambiar los códigos y claves, lo que se necesita pues, para que no vuelva a suceder. —

      – Sonó el celular, que estaba en el escritorio del banquero. Radkevich y Golikov vieron la fotografía de Oksana en la pantalla. Radkevich no quería responder, pero lo hizo, haciéndole señas a Golikov para que saliera y dijo:

      – Te dije, gatita, que yo mismo llamaría… —

      – La advenediza no apareció y me llamaron! – alegre, lo cortó Oksana Broshina. – voy a salir en la portada de «Elite Style»! ¡Gracias, gracias, gracias!

      A Radkevich le cambió el humor:

      – Pero claro, yo por ti, siempre… —

      – Eres un amor. ¡Te beso, te abrazo y todo lo que quieras! —

      – Paso esta noche por allá. – El banquero prometió, seductor.

      – Pero no hoy, gatico. Hoy no puedo, me voy a preparar, mañana son las tomas. —

      – Entonces… —

      – Después, después, yo te llamo. ¡Un beso! —

      Radkevich apagó el celular y, curioso, miró a Golikov, quien se había quedado en la puerta, arriesgándose, porque ya sabía la noticia que comunicaba Oksana. Esa era la impresión conclusiva con la cual Golikov contaba. Él no había tenido tiempo de comunicar, él mismo, la agradable noticia. Ahora, su mirada era expresiva: «Yo lo prometí, modestamente cumplí».

      – Espérate. – Radkevich llamó a Oleg con el dedo índice y, bajando la voz, le preguntó: – Lo conseguiste. ¿Como? Yo escuché que la otra chica había desaparecido. —

      – Lo importante es el resultado, ¿no? – arrogante, miró al jefe a los ojos.

      Se miraron uno a otro, como si quisieran leerse los pensamientos. Entonces Radkevich levantó la bocina del teléfono de servicio y llamó a la oficina de personal:

      – Cambien el aviso de búsqueda de un director del departamento de seguridad informática por uno de ingeniero especialista. Ya el director lo tenemos, es Oleg Golikov. Preparen la orden para su nombramiento y me la traen para firmarla.

      Radkevich miró, interrogadoramente, al subordinado: – Es justo? – Este asintió en silencio y se retiró.

      Cuando volvió a su puesto de trabajo, Oleg, inspirado por su victoria, marcó el teléfono de Oksana Broshina.

      – Hola, bella. ¿Mi parte la cumplí, cuando nos vemos? —

      – Que apuradito. – juguetona, respondió la modelo.

      – Tú tampoco querías esperar al próximo número de la revista. —

      – Ok. Nos vemos después de que yo me vea en la portada. —

      9

      Mi corazón se me salía del pecho. No debía correr, levantaría sospechas. Pero me apuré para llegar al carro de Zorro, colocado, inteligentemente, un poco lejos del cajero automático. Vaciar el cajero no resultó tan difícil. Lo importante era dominar los nervios, lo demás era asunto de técnica. Técnica moderna, en el sentido literal de la palabra. El «blockout» y la tarjeta de acceso con los códigos hicieron su trabajo.

      Zorro y yo llegamos al «Subaru», simultáneamente, desde lados diferentes. Fedor se sentó frente al volante y puso la cajita roja en sus rodillas. Yo me senté al lado.

      – Hay algo que no entiendo Doctor, ¿hoy es su día de actividad benéfica? – Fedor me juzgaba, moviendo los ojos. – Pudo haber tomado más!

      – Yo agarré lo que me pertenece. —

      – Ahí quedó un millón! —

      – Vámonos de aquí. —

      Zorro soltó una palabrota, aceleró y condujo callado algunos minutos. Después, de mala manera, preguntó:

      – Ahora, ¿para dónde? —

      – Detente, ya nos alejamos suficiente. – Yo conté la mitad del dinero y se la extendí a Zorro. – Esta es tu parte. —

      – Gracias, benefactor. – Zorro puso el dinero en su bolsillo y guardó el blockout en la guantera. – Y el caballo en la foto? ¿Es su firma? ¿O es un amuleto? —

      – Es un regalo para un conocedor de caballos. Espero que le haya gustado. —

      – No se rajó usted? —

      – No te decepcionaré. —

      – Entonces vamos al próximo cajero, mientras no hayan bloqueado la tarjeta de acceso, – propuso Zorro.

      – Por ahora es suficiente. —

      – Y yo pensé que ahora éramos compañeros y decidiríamos en conjunto. —

      – Estás pensando en la dirección correcta. ¿Estás preparado para gastar el dinero ganado en una sociedad? —

      – Que sociedad del carajo? —

      – Para comenzar, hay que alquilar un sótano con dos salidas. Comprar una máquina tipográfica para imprimir tarjetas de presentación y otras tarjetas. La lista te la envío ahorita por el correo. —

      Un archivo que había preparado en la mañana en «McDonald́s» se lo envié desde mi teléfono. Zorro lo abrió en su teléfono inteligente, comenzó a leer y sin esconder su escepticismo:

      – Computadora, impresora láser, papel, tintas… Usted se volvió loco Doctor. ¿Usted quiere gastar lo obtenido en imprimir tarjetas? —

      – Y por qué no? – Hice una pausa y expliqué: – Si son tarjetas especiales referidas a símbolos de dinero. —

      Zorro se apartó:

      – Imprimir falsificaciones y metérselas a las viejitas en los mercados? En todos los negocios revisan los billetes. —

      – Tienes razón. En los billetes actuales hay cerca de veinte marcas de protección. – Yo se lo demostré, volteando y doblando un billete de cinco mil rublos. – Lo más complicado es el papel especial. Cualquiera se da cuenta al tacto: es denso, crujiente, los dedos sienten el relieve. Ese papel lo hacen con algodón puro. Y hay marcas de agua, microimpresiones, banda magnética, tinta especial, que cambia de color con cambios de ángulos de visión. —

      – No necesito esas lecciones, se sobreentiende que no haces un carajo con tratar de falsificarlos. —

      – Hacerlos exactamente no se puede, – estuve de acuerdo.

      – A eso me refiero. Sacamos uno o dos papeles y nos agarran. —

      – No me escuchaste bien. Las marcas de protección son muchas, pero el cajero automático solo comprueba cuatro o cinco de ellas y los terminales de pago, menos. Y yo, por cierto, se cuáles. —

      – Está

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