Al filo del dinero. Sergey Baksheev

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Al filo del dinero - Sergey Baksheev

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resulta. El cajero automático no acepta un billete dañado, el tamaño ya no coincide. —

      En los ojos de Zorro apareció la sospecha de nuevo:

      – ¿Doctor, para que me llamó? ¿No será para hacerme un tratamiento psicológico? —

      – Para advertirte. Y proponerte algo. —

      – Espero que no sea confesarme. —

      – Los Apóstoles realmente trabajan en mecánica? —

      – Trabajan en toda vaina. Son buenos en todo. —

      – Mi carro no prende. —

      – Su especialidad, – aseguró Zorro. – Donde está? —

      Me gustó su disposición para actuar inmediatamente. Le indiqué la dirección del «Jupiterbank», donde se había quedado el «Peugeot» y le entregué las llaves.

      Zorro se rio:

      – Las llaves no son necesarias. Déjeme llamarlos para que vayan allá enseguida. Los llamó, les explicó todo y me preguntó: – Le traen el auto para acá? —

      – No sería malo, – asentí. – Estás seguro de su experticia? —

      – Son los Apóstoles, – dijo Zorro, con ironía. – Cuéntelo como nuestro agradecimiento, por lo de ayer. —

      – Gracias, pero no era de eso de lo que yo quería hablar. – Miré hacia los lados como un conspirador y le hice la pregunta importante: – Como haces para bloquear las cámaras de video? —

      – Que pasó? ¿La policía todavía no lo descubre? —

      – Todavía están tratando de adivinar. —

      Zorro se envaneció:

      – Ese es un aparato que yo idee, yo lo llamo «blockout». Lo pongo a un metro de la cámara o del cable y desaparecen las imágenes. —

      Recordé que Volkov, todavía jovencito, reparaba, fácilmente, cualquier computadora o juego electrónico. A él venían, incluso profesores, hasta que el muchacho empezó a cobrar por las reparaciones. Podía hacer maravillas.

      Me interesó como trabajaba el aparato:

      – Obstruyes la señal de video? —

      – Ese es el nivel primitivo. Intercepto la señal y puedo poner ahí lo que yo quiera, hasta pornografía. —

      – Me imagino la reacción de los vigilantes. Podrías hacerte famoso. —

      – Por ahora déjeme bloquear las imágenes, como un tonto inútil. —

      – Eso es inteligente, – asentí yo y reflexioné.

      Zorro es inteligente, calculador, arrogante, pero actúa torpemente. Demasiado ruido para un resultado mínimo. Para el delito elegante le faltan conocimientos especiales acerca del funcionamiento de los cajeros automáticos. Y yo soy el especialista en ese asunto.

      – Zorro, quiero comprobar tu «blockout» en vivo. —

      Volkov, de la sospecha, frunció el ceño:

      – ¿Que pasa Doctor? ¿Qué tiene en mente? —

      – Una conexión real a un cajero automático concreto. —

      – Ja! ¿Y después qué? —

      – Tú me ayudas a restablecer la realidad. Yo me llevo lo mío. —

      – Del cajero? – Zorro se rio. – Y como piensa usted abrirlo? —

      – Ese no es problema. Pero esta vez, en lugar de bloquear la imagen, hay que poner una fotografía. —

      – Doctor, estoy confundido. Me huele a servir de carnada. —

      – Tu parte es bloquear la cámara. Del resto me encargo yo. —

      Zorro se reclinó en su silla, de nuevo miró a su exprofesor considerando si debía confiar en él.

      – Y cuando tiene la intención de hacer eso? – le preguntó.

      – Tenemos tiempo mientras los Apóstoles me arreglan el carro. —

      – Ahorita? – se extrañó Zorro.

      – Desde hace un tiempito me estoy apurando para vivir, – me sinceré.

      – El cobarde inventó los frenos, ¿es así? – Zorro guiñó un ojo. – Nunca hubiera pensado que usted… —

      – Quiere decir que estás de acuerdo? —

      Volkov levantó las cejas y empezó a razonar:

      – El blockout lo tengo en el carro, pero se debe encontrar el cajero apropiado, donde se pueda montar sin problemas. —

      – Ya te resuelvo eso. —

      En el laptop abrí, en la página del «Jupiterbank», la ventana de las direcciones de los cajeros automáticos. Tuve que exprimirme la memoria para recordar la sucesión de la carga de efectivo en ellos: ¿cuáles son los cajeros automáticos que llenan hoy?

      Yo escogí uno de ellos y volteé el laptop hacia Volkov:

      – Mira este. Allá podemos llegar en quince minutos. —

      – Usted cree eso? – dudó Volkov.

      – Créeme, allá hay dinero para agarrar. —

      Zorro me miró a los ojos, vio mi resolución y aprobó con la cabeza:

      – Voy a tomar un café para llevar, en el camino resolvemos los detalles.

      El carro de Zorro era un «Subaru» con volante a la derecha, con los guardafangos arrugados y las puertas raspadas. Con escepticismo ponderé el feo aspecto del auto:

      – ¿Y para que tienes tus amigos mecánicos? —

      – La dirección y el motor están bien, también sus cuatro cauchos y la aceleración, pero la carrocería… – Zorro se cortó un poco, – Pero no me preocupo si tengo que irme rápido. Tome asiento. —

      El cajero automático que yo había escogido estaba a la entrada de una mueblería. Adentro, prácticamente, no había clientes. Cuando iba pasando, Zorro pegó a la pared una cajita roja, parecida a las que tienen el botón de alarma de incendio, y entró a la tienda. Decidí no abrir el cajero enseguida y lo alcancé en el interior.

      – Me dijiste que el aparato no se veía, – le susurré inquieto.

      – Para esconder algo mejor lo pones a la vista. – Con cara de aburrido, Zorro iba mirando los sillones.

      Tuve que estar de acuerdo con él. Sin embargo,

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