Una esquirla en la cabeza. Sergey Baksheev

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Una esquirla en la cabeza - Sergey Baksheev

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abuelo pregunta que es paleontología. ¿Como explicarle mejor? – Murat tradujo la pregunta.

      Tikhon trato de responder con palabras sencillas:

      – Bueno, eso es cuando se buscan huesos y cráneos de hombres o animales que murieron y, a través de ellos, determinar, quien era, como murió y cuando sucedió. —

      Bekbulat midió a Zakolov con la misma mirada penetrante, pero esta vez abarcó toda su fisonomía, como para recordar muy bien a la nueva persona. Después el sabio anciano devolvió el papel con el dibujo y medio afirmando, medio preguntando, dijo:

      – Tu nombre es Tikhon? —

      – Sí. —

      – Vamos a beber té. – propuso Bekbulat y no dijo nada sobre el dibujo.

      Murat llenó las tazas con té verde aromático. Afuera se escuchó un apagado, pero bien diferenciado grito, parecido a un aullido. Este era muy parecido al que los muchachos habían escuchado antes de entrar a la choza. Era alargado, monótono e inexplicablemente alarmado.

      – Shikha. – se hizo escuchar Bekbulat.

      – Shikha? – se asombró Murat. – Ella? —

      – Sí. – confirmó el viejo. – Volvió. —

      – Quien es Shikha? – Tikhon preguntó cautelosamente.

      – Una camella salvaje. – respondió Murat, y dirigiéndose al viejo: – Cuéntales, abuelo. —

      Sin apurarse, Bekbulat sopló en la taza, que sostenía entre sus manos trenzadas, cuidadosamente bebió un trago, y comenzó:

      – El año pasado, ella me robó a Baraz, el camello más fuerte. Después Baraz volvió, pero enseguida murió. Shikha tomó toda su fuerza. Así ha sucedido desde tiempos inmemoriales. Ella siempre hace eso. Ahora ella debe tener un cachorro, la nueva Shikha. Ella la llevó a la tierra de sus antepasados. Yo sabía que iba a volver pronto. —

      – Y por qué grita? – se interesó Tikhon.

      – Si Shikha grita, eso es malo. Algo no le gusta, no le gusta nada. – dijo el viejo, y en su feo rostro había una clara preocupación.

      CAPITULO 16

      La cacería de saigas

      En vez de Fedorchuk, ¿a quién llevo para la cacería?, pensó el mayor. ¿Puede ser el vecino, el profesor del instituto? Él no sabe disparar, pero puede conducir el carro y no va a despreciar un pedazo de carne gratis. Y a él lo que le hace falta es un chofer. Nos vamos con él y le hablamos para que no se duerma, decidió el mayor.

      Petelin agarró el rifle, el bolso con los pasapalos y municiones, y se montó en el auto. Alejándose, apurado, de la comisaría, notó que alguien venía, por el camino solitario en la dirección contraria, y era el teniente Martynov. El freno chirrió.

      – Martynov, para dónde vas? – Petelin le gritó, saliendo del carro.

      – A la comisaría, camarada mayor. Estoy de guardia. – Martynov le respondió sin dudar. – Evteev y yo fuimos al parque infantil. Los vecinos nos llamaron para decirnos que había unos muchachos cantando en voz alta y bebiendo licor. —

      – Y entonces? —

      – Le dijimos a los muchachos que tenían que salir del parque infantil, camarada mayor. Ya se fueron. Evteev se quedó allá un rato. Lo voy a dejar veinte minutos para que los bullangueros no vuelvan. —

      – Muy bien. – El mayor le hace una discreta alabanza al teniente, pero pensando en lo que se le acaba de ocurrir. – Sabes? Métete al carro. Vienes conmigo. —

      Martynov obedece y se sienta en el puesto del acompañante, adelante. Petelin lo mita, socarronamente, y le dice:

      – Que? ¿El jefe lleva al subordinado? No, no. Agarra el volante. —

      Cuando cambiaron de lugar, Petelin prendió un cigarrillo, se acomodó en el asiento y ordenó:

      – Salgamos de la ciudad. —

      – Llegó alguna llamada? – preguntó Martynov.

      – Que llamada nada! Es algo privado. —

      – Y la guardia que debo hacer? – cautelosamente le preguntó el teniente al jefe.

      – Al diablo la guardia! La ciudad ya duerme. En Bagdad todo está tranquilo. – El mayor recordó una frase de una película conocida, se rio y agregó seriamente: – Hasta la mañana estás a mi disposición directa. —

      Sin apuro salieron de la ciudad. No había iluminación ni otros autos.

      – Que te pasa? ¿Estás paseando como viejito en el parque? ¡Dale! ¿Quién nos detiene? – Petelin ordenó.

      Martynov subió la velocidad. El “UAZ” pasó la estación del tren Tiura-Tam y se lanzó al camino desértico en la oscuridad total.

      – Adónde vamos? – preguntó el teniente.

      – Como que adonde? ¿No te dije? – dijo, sinceramente, el mayor. – A la cacería de saigas! Epa! Tú todavía no has estado en esa actividad tan importante. ¡De lo que te has perdido! Pero hoy te voy a bautizar en las delicias de esa acción peligrosa. Esto es un asunto solo para hombres. ¿Te imaginas? Tú y la fiera, y nadie más, ¿quién gana? —

      El teniente miró de reojo al asiento de atrás. Ahí estaba el rifle.

      – Nosotros, claro, tenemos un arma. – respondió a la pregunta retórica.

      – Eso es. La bestia también tiene unos cuernos afilados y patas rápidas. Y aquí viene la emoción, la persecución, los disparos. Yo que te lo digo, en el momento de la caza, te sientes un verdadero macho. ¡El proveedor, como en la antigüedad! Y más aún, sabes, que agradable es, después de la caza, relajarse y saciarse con la presa, la cual, con tus propias manos se la quitaste a la naturaleza salvaje. —

      Así rodaron un tiempo más por el camino desértico. Hasta que Petelin, mirando a los lados, ordenó:

      – Ya! ¡Cruza! —

      – Hacia dónde? – pregunto Martynov, sin ver ninguna vuelta.

      – Para allá. Derecho a la estepa. – El mayor movía la mano de manera imprecisa.

      El “UAZ” salió del camino trillado y se hundió en la estepa nocturna, a veces, saltando por los mogotes. Petelin le dio instrucciones:

      – Ahora, no corras. Ve derecho cinco kilómetros, y ahí te detienes. No pongas la luz alta, asustas a las bestias. —

      Cuando recorrió la distancia, Martynov detuvo el auto.

      – Apaga el motor y la luz. – ordenó Petelin. – Ahora comienza lo más interesante. —

      Martynov

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