Breve historia de la verdad. Julian Baggini

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Breve historia de la verdad - Julian  Baggini

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una especie de convulsión cultural nacida de la desesperación que dará paso con el tiempo a una época de mesurada esperanza.

      La Historia y la Filosofía pueden guiarnos hasta allí, la primera mostrándonos cómo se ha usado y abusado de la idea de verdad a lo largo del tiempo, la segunda ayudándonos a ver cómo debería ser idealmente la verdad. Una historia de la verdad clara y cronológica sería profundamente falaz, puesto que la biografía de la verdad no es simple ni lineal. Nuestra historia, en cambio, salta de un punto a otro del pasado, buscando los acontecimientos que mejor ilustren la complejidad de la verdad, para así comprender el presente y prepararnos para el futuro. Una y otra vez descubriremos que los episodios más reveladores se producen cuando la verdad flirtea con la falsedad y viceversa.

      Al diseñar mi taxonomía de la verdad no me apoyé en los manuales de filosofía, sino en lo que juzgué que eran las fuentes y justificaciones de lo verdadero que resultan más importantes y problemáticas en la vida real. Cada categoría ilustra cómo los medios de establecer legítimamente la verdad son imperfectos y contienen en sí mismos el potencial de la distorsión. Espero mostrar que, con intención honesta y la mente clara, podemos protegernos de ese mal uso y ver que la afirmación de que vivimos en un mundo de posverdad es la más perniciosa de las mentiras. Sirve a los intereses de aquellos que más recelan de la verdad, sea o no pura y simple.

      Verdades eternas

      Alrededor del 600 a. C., el profeta Lehi escapó de Jerusalén poco después de su destrucción y llevó a su familia y otras gentes a las Américas. Sus descendientes formaron una tribu de Israel, los lamanitas, bautizada así en honor de su hijo, de la que salieron otros profetas que escribieron las historias y las importantes lecciones que enseñaron a su gente en bandejas de oro utilizando un lenguaje desconocido. Alrededor del 400 d. C., el último de estos profetas, Moroni, enterró las bandejas en lo que se conoce como Wayne County, en el estado de Nueva York. Estas permanecieron ocultas hasta que, el 21 de septiembre de 1823, un profeta llamado Joseph Smith tuvo una visión y, por voluntad divina, fue guiado al día siguiente hasta el lugar donde estaban enterradas. Un año después, Moroni regresó a la tierra y llevó a Smith de vuelta a las bandejas y tres años después le ordenó que las tradujera con el don divino de la revelación. En 1830, la traducción completa del Libro de Mormón se puso a la venta en Palmyra, Nueva York. Es el venerado texto sagrado de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

      Se puede afirmar con seguridad que el 99,8 por ciento del mundo (toda la población no mormona) cree que esta historia es mentira. No solo falsa, sino obvia, insultante y absurdamente falsa. Y no porque crean que es absurdo creer que Dios reveló su verdad al mundo a través de seres humanos elegidos especialmente. Los musulmanes creen que el Corán es la palabra de Dios, dictada al profeta Mahoma por el ángel Gabriel. Muchos judíos y cristianos creen que Dios entregó a Moisés diez mandamientos tallados en tablas de piedra. Muchos también consideran que Dios reveló los textos sagrados de los hindúes, los Vedas, a una serie de rishis (adivinos).

      Hay muchos textos sagrados más respetados que el Libro de Mormón. Pero no hay ninguno que la mayoría de la gente considere una auténtica revelación divina. Así que la opinión de la mayoría sobre cualquier supuesto texto revelado es que no es en absoluto revelado. Al mismo tiempo, muchos creen que alguno o algunos de esos textos sí son textos revelados. He aquí una paradoja maravillosa: la mayoría no acepta la opinión de la mayoría. En otras palabras, una mayoría cree al menos en una revelación que la mayoría juzga completamente falsa. Esta es una lección que los que confían en la sabiduría de las masas deberían recordar.

      El caso es que la paradoja persiste porque realmente no es una paradoja. Obviamente no es absurdo ni contradictorio apoyar una posición minoritaria, y si, de todas las posibles posiciones respecto a este tema, ninguna tiene el apoyo de la mayoría, se sigue que una posición minoritaria ha de ser la correcta. Eso es lo que permite a la gente mantener la racionalidad de la fe en su revelación (o su falta de fe), siendo plenamente consciente de que la mayoría la rechaza. La posición del ateo, que rechaza todas las revelaciones, se ahorra el bochorno de tener que insistir en que su libro sagrado es distinto de los demás, pero lo hace a costa de insistir en que la gran mayoría se equivoca al afirmar que hay algo cierto en eso de la revelación divina. Al final, el ateísmo es solo otro parecer minoritario que compite con los demás.

      ¿Y qué tiene que ver esto con el estado del mundo «posverdad»? Es un recordatorio de que mucha gente todavía cree fervientemente no solo en la verdad, sino en verdades reveladas por Dios, en verdades eternas. Un problema con el que nos encontramos no es la ausencia de verdad, sino su sobreabundancia. Verdades eternas opuestas subyacen a muchos conflictos y divisiones. Después de todo, estos textos supuestamente revelados a menudo se contradicen entre ellos, lo que quiere decir que son mutuamente incompatibles. También pueden entorpecer creencias que reivindican de forma mucho más sólida la verdad, como el creacionismo que supone un rechazo de la evolución, una de las teorías más establecidas de la ciencia. Dadas las tensiones que crea la revelación, en cierto modo los llamados «fundamentalistas» son racionales en su fanatismo. Puede que sea difícil negar la evolución o llamar idólatra a tu vecino, pero eso es lo que conlleva la verdad, tal como la entienden ellos.

      Por fortuna, en conjunto, la persistente fe en las verdades reveladas no ha sido tan conflictiva ni tan adversa para la ciencia como se podría pensar. La mayoría de los creyentes religiosos sostienen que sus textos sagrados son verdad y, al mismo tiempo, aceptan la evolución, el big bang, la física cuántica y otras teorías científicas. También se muestran generalmente comprensivos con las creencias de los fieles de otras revelaciones. Si la intolerancia y el rechazo de la ciencia deriva de creer en la literalidad de la verdad revelada, deberíamos concluir por inferencia inversa que, cuando se tolera a los creyentes de otra fe y se acepta la ciencia, no se considera que hasta la última palabra de la revelación que practican sea literalmente verdad.

      ¿Es eso cierto? Solo si concedemos el debido peso a la expresión «hasta la última palabra» de la anterior proposición. Es fácil caer en la trampa de dividir a los creyentes entre los que creen literalmente y los que no. De hecho, pocos son literalistas radicales y también muy pocos aceptan considerar su fe como metáfora o alegoría. La mayoría adopta la actitud de escoger lo que prefiere en cuanto a la literalidad, y acepta algunas cosas como hechos y otras como relatos. A muchos cristianos, por ejemplo, no les preocupa realmente si Jesús convirtió el agua en vino, no están seguros sobre el asunto de caminar sobre las aguas o aparecer después de muerto en una habitación con sus discípulos sin pasar por la puerta, pero están convencidos de que Jesús fue una figura histórica cuya resurrección es mucho más que un cuento poco creíble con un importante mensaje espiritual.

      Incluso cuando los creyentes se inclinan hacia el extremo más literal del espectro, a muchos les resulta sorprendentemente fácil combinar la aceptación de la ciencia moderna con los milagros históricos que desafían lo que afirma esa misma ciencia. Hay una fuerte tradición en el islam, por ejemplo, que insiste en que nada en el Corán contradice a la ciencia y en que hay muchas formas de interpretar el texto que permiten mantener esa compatibilidad. Con creatividad, la fe en la ocasional intervención divina y en los extraordinarios acontecimientos del pasado se compadece con la aceptación de los descubrimientos de la ciencia. Defender que Dios no está sujeto a las leyes de la física es compatible con aceptar que esas leyes se aplican en todas las ocasiones.

      Más aún, entre los menos comprometidos con la verdad literal de la doctrina, pocos tiran la casa por la ventana y aceptan que sus historias y creencias son meras metáforas. Puede que los textos sagrados no sean registros históricamente exactos, pero para los creyentes contienen verdades profundas y auténticas. Decir que Jesús es el hijo de Dios, por ejemplo, no es decir que el Todopoderoso dejara embarazada a María, pero tampoco es una figura retórica. Articular claramente la supuesta verdad que se quiere transmitir aquí es difícil en extremo, y eso es precisamente

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