El lado perdido . Sally Green

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El lado perdido  - Sally  Green Una vida oculta

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style="font-size:15px;">      —Por allá —respondo, y la empujo. Tropieza pero comienza a caminar frente a mí.

      —Más rápido —le digo.

      Y se apresura. Su cuerpo está tenso y noto que se encuentra en aprietos porque tiene las manos atadas. Vaya, qué lástima.

      Después de media hora aminora la velocidad y dejo de empujarla para que continúe caminando.

      —Estás con la Alianza, ¿verdad? ¿Es ahí donde vamos? Trataba de unirme a ellos, pero los Cazadores me encontraron —dice.

      —Te encontrarán de nuevo si no te apresuras.

      —¿No puedes desatarme?

      —Puedo amordazarte, si crees que eso ayudaría.

      Entonces guarda silencio y acelera el paso.

      Alrededor de una hora después vuelve a reducir la velocidad, y no importa cuánto la exhorte, la maldiga y la empuje, parece agotada. Le doy a beber agua y la alimento con una barra de chocolate, la muerde con tal fruición que estoy en peligro de perder un dedo.

      —¡Casi no me han dado de comer! —dice, con la boca llena de chocolate.

      La dejo descansar diez minutos.

      —Levántate. Tenemos que seguir moviéndonos.

      —No estoy segura de poder hacerlo.

      Creo que necesita la motivación correcta, así que intento una táctica distinta.

      —Me dirijo a la base de la Alianza. Puedes venir conmigo a mi ritmo o puedes quedarte aquí. Los Cazadores darán contigo más temprano que tarde.

      Y vuelvo a ponerme en marcha.

      En efecto, la escucho correr y trastabillar para mantenerse a mi lado. No voy demasiado rápido; a estas alturas ya he calculado su paso, pero doy vueltas y reviso nuestro rastro por si está dejando huellas o señales deliberadas. No parece hacerlo.

      Unas cuantas horas después vuelve a quedarse detrás. Tras varios minutos, la pierdo de vista. Me detengo y espero, pero no aparece.

       Mierda.

      ¿Regreso?

      Regreso.

      No está tan rezagada, pero la encuentro de rodillas sobre el suelo. Levanta la mirada cuando me acerco, las lágrimas le resbalan por las mejillas.

      —Estoy muy cansada —dice.

      —Ni hablar —replico—. Debemos seguir adelante.

      Trata de ponerse de pie, pero las rodillas se le doblan y con las manos atadas no puede mantener el equilibrio.

      ¡Mierda!

      Me acerco y la levanto. Es ligera como una pluma.

      —Hay un arroyo pequeño más adelante. Podemos beber agua y descansar ahí —le corto la brida y la amenazo—: cualquier cosa, cualquier intento, cualquier lo que sea, y te corto el cuello.

      —Gracias —dice, asintiendo una y otra vez.

      No tengo la menor idea de cuán lejos está el arroyo. Sé que he pasado dos en el camino y seguí el curso de uno durante un corto trayecto. Así que partimos de nuevo, pausadamente, pero ahora ella se encuentra bien.

      Después de un rato llegamos al arroyo. El agua fluye lentamente pero está limpio. Lleno la garrafa y miro a la chica atragantarse sin parar. Encuentro otra barra de chocolate y se la doy.

      Se la come más lentamente. Cuando se la termina, me dice:

      —Soy Donna.

      —Hola Donna. Soy Freddie.

      Sonríe un poco cuando lo digo. Supongo que sabe que no soy Freddie, pero ¿sabe quién soy realmente?

      —Hora de irnos, Donna —ordeno, mientras me pongo de pie.

      —Pensé que pasaríamos la noche aquí.

      —Oscurecerá dentro de unas cuantas horas. Es preferible seguir.

      Mientras oscurece, le digo a Donna:

      —Éste es un buen lugar. Acamparemos aquí.

      No me contesta pero se inclina para sentarse en el suelo. Hemos caminado un largo tramo, pero nada comparado con lo que los Cazadores pueden cubrir en un día. Estoy seguro de que Donna tiene la condición suficiente, sin embargo está realmente escuálida y débil.

      Hace frío y debe ahorrar su energía para caminar y no para mantenerse caliente, así que preparo una fogata y cocino un par de alimentos deshidratados que les quité a los Cazadores. Se come los dos. No estoy seguro de si debería atar sus muñecas de nuevo, pero lo hago. Ni siquiera se queja, sólo se recuesta y se queda dormida. Arrojo más leña al fuego y compruebo si nos están siguiendo.

      Regreso por donde vinimos, deteniéndome con frecuencia para escuchar algún movimiento o el persistente siseo de sus teléfonos. Marcho rápidamente en la oscuridad. No veo muy bien, pero distingo el paso. Avanzo medio camino de vuelta al campamento de los Cazadores, pero no escucho ni veo nada. Si se tratara de una trampa, ¿qué haría si fuera Jessica, mi media hermana, líder de los Cazadores, cuando descubriera que no ha funcionado?

      Cuando sepa lo ocurrido, sabrá que puedo matar a una decena de Cazadores yo solo. Así que querrá seguirnos con más de ocho. Sabrá que vamos a un campamento de la Alianza, así que querrá enviar a muchos más que ocho. Podría tardar un tiempo, un día quizá, conseguir a los suficientes. No estamos dejando rastros muy obvios, pero son Cazadores, deducirán nuestra ubicación. Probablemente disponemos de un día de ventaja, un día y medio con suerte. Pero no es mucho. Debo llevar a Donna al Campamento Tres y luego Greatorex tendrá que estar lista para pelear o para moverse. Y Greatorex querrá moverse.

      Regreso mientras aún está oscuro y enciendo la fogata una vez más. Donna duerme. El bosque está callado. Me recuesto y cierro los ojos. En verdad necesito una o dos horas de sueño.

      Estoy en un bosque con Annalise. Ella corre frente a mí y yo la persigo, jugamos. Ríe y me esquiva, y al principio finjo que no puedo atraparla, pero luego cuando trato de agarrarla es demasiado veloz y sólo apreso el aire, y ella ríe de nuevo, se ríe de mí. Me enfado y trato de agarrarla con más ganas pero se pone fuera de mi alcance, y sonríe y ríe y me enfado aún más y estoy tan furioso que sostengo el Fairborn con la mano y la insulto, y ella sólo ríe, luego se detiene y se pone frente a mí y me dice: “Eres mi príncipe, me salvaste”. Pero estoy tan cabreado que la apuñalo una y otra vez, y mientras el Fairborn la corta, el brazo me duele por el esfuerzo.

      Abro los ojos y me levanto. Es temprano por la mañana. Tengo el brazo tieso y adolorido.

      Giro la cabeza y veo que Donna me mira.

      —¿Un mal sueño? —pregunta.

      —¿Los hay de otro tipo?

      Me lanza una pequeña sonrisa,

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