Tormenta de guerra. Victoria Aveyard

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Tormenta de guerra - Victoria Aveyard Reina Roja

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los nuevos cultivos y para sonreír y saludar. Sus tímidas y escasas sonrisas nos ganaron algo de favor en estos lares, aunque no el suficiente. Los informes dirigidos a la corona indican que los Rojos siguen en fuga y cruzan las colinas a la Fisura, hacia el este; son unos tontos si creen que el señor Plateado de ese reino les dará una vida mejor. Los más listos atraviesan el Ohius hacia los territorios en disputa, en los que no gobierna rey ni reina alguno, pero deben arriesgar el viaje y enfrentar a Rojos y Plateados por igual entre la comarca de los Lagos y el norte de las Tierras Bajas.

      La elevación desde el río ofrece una vista imponente del valle; es un buen sitio para esperar. Miro al sur, a los bosques dorados bajo la declinante luz de la tarde. El día de hoy fue fácil, se consumió en viajar por campos de trigo y maíz. Y Maven tuvo la gentileza de utilizar su transporte, con lo que me concedió largas horas de paz durante nuestro trayecto al sur. Este viaje fue casi un indulto, aun si significó separarme de mi madre y mi hermana, que se quedaron en la capital. No sé cuándo las veré otra vez, si acaso vuelvo a reunirme con ellas algún día.

      Pese a la grata brisa y el aire cálido, Maven decidió aguardar en su vehículo, por lo pronto. Hará sin duda una entrada triunfal cuando lleguen los representantes de las Tierras Bajas.

      —Va con retraso —susurra la anciana que se encuentra junto a mí.

      Aun en estas circunstancias, levanto una comisura de la boca.

      —Hay que tener paciencia, Jidansa.

      —¡Cuánto han cambiado las cosas, su majestad! —ríe y se le remarcan las arrugas en su moreno rostro—. Recuerdo que en más de una ocasión le di ese mismo consejo, casi siempre respecto a la comida.

      Interrumpo mi labor de vigilancia para mirarla.

      —En eso, las cosas no han cambiado en absoluto.

      Su risa gastada cobra fuerza y resuena al otro lado del río.

      Jidansa, del Linaje Merin, ha sido amiga de mi familia desde que tengo uso de razón, tan próxima como una tía y tan atenta como una nodriza. Empleaba su habilidad como telqui para divertirnos de niñas a Tiora y a mí y revolvía con su mente nuestros juguetes o zapatos. No obstante su cara arrugada, cabello blanco y actitud de matrona, es una adversaria temible, una telqui de extraordinario talento, una de las mejores de nuestra nación.

      Si fuera más cruel, le solicitaría que volviera conmigo a Norta y ella accedería, pero sé que no debo pedírselo. La mayor parte de su familia murió en la guerra; vivir entre nosotros sería un castigo que no merece.

      Su presencia es tranquilizadora. Incluso en la comarca de los Lagos me siento incómoda al lado de Maven.

      El resto de mi escolta se abre en abanico detrás de mí, a respetuosa distancia. Aunque los centinelas deberían hacer que me sintiera segura, nunca estoy a gusto bajo su mirada enjoyada. Me matarían si mi esposo lo ordenara, o lo intentarían al menos.

      Cruzo los brazos y siento los bordes de mi chaqueta azul de viaje. Aun cuando estoy a punto de conocer a un príncipe de las Tierras Bajas, el príncipe reinante, no vengo vestida para la ocasión. ¡Ojalá no sea tan afecto a la apariencia como la mayoría de los Plateados que conozco!

      No tengo que esperar mucho tiempo para descubrirlo.

      Desde nuestro mirador, vemos que su caravana avanza por los territorios en disputa. El paisaje es igual al de los bosques del sur de los Lagos; no hay murallas, accesos ni caminos en esta sección de la frontera. Por ahora, nuestras patrullas de vigilantes están escondidas; tienen la instrucción de dejar pasar al príncipe.

      Su convoy es reducido, incluso en comparación con nuestro exiguo grupo de seis transportes y una cincuentena de celadores. Veo sólo dos vehículos, máquinas ágiles y rápidas que corren sin hacer ruido a través de los poco densos linderos del bosque. Están pintados al estilo camuflaje, con un verde espantoso que les permite confundirse con el paisaje. A medida que se acercan, distingo las estrellas amarillas, violetas y blancas que salpican sus costados.

      Es Bracken.

      Se oye a mis espaldas un rechinido metálico y Maven desciende de su transporte. Cruza el prado con un par de rápidas zancadas y se detiene a mi vera con singular donaire. Une lentamente las manos. Su piel blanca es más dorada bajo esta luz; parece casi un ser humano.

      —No pensé que el príncipe Bracken fuera tan confiado. Es un necio —señala al reducido séquito del príncipe.

      —La desesperación vuelve necia a la mayoría —repongo con frialdad.

      Ríe y arrastra sus ojos sobre mí con algo similar a la pereza.

      —A ti no.

      No, a mí no.

      Esta aguja debe enhebrarse con especial cuidado. Como Maven, junto las manos y proyecto una imagen de fuerza, determinación y reciedumbre.

      Los hijos de Bracken desaparecieron hace ya varios meses, para ser encarcelados y usados como instrumento de presión. Las Tierras Bajas se desangran cada minuto en que su ausencia se prolonga. Montfort les ha costado ya millones de coronas, se apodera de todo lo que cae en sus manos: armas, aviones, reservas de alimentos. La base militar en el País Bajo fue desmantelada, y gran parte de su contenido remitido a las montañas. Los naturales de Montfort son como langostas, consumen cuanto pueden; han agotado casi por completo los recursos que Bracken les cedió.

      Los transportes se detienen a unos metros de nosotros, para guardar segura distancia de nuestro convoy. Cuando abren sus puertas, de ellos desciende una docena de agentes, que resplandecen bajo un lila oscuro con ribetes dorados. Portan armas y espadas, aunque algunos prefieren los mazos o hachas de guerra sobre los estoques.

      Bracken no porta arma alguna.

      Es alto, de piel negra, tez suave, labios carnosos y ojos como pulidas piedras de azabache. Mientras que a Maven lo cubren su capa, sus medallas y su corona, Bracken no depende del boato. Y si bien su fino ropaje es de un lila oscuro con ribetes de oro como sus agentes, no veo en él corona, pieles ni joyas. Este hombre está aquí para llevar a cabo una misión desesperada y no tiene motivo para lucirse.

      Descuella sobre nosotros, con el musculoso físico de un coloso, aunque sé que es un mimo. Si me tocara, sería capaz de utilizar mis habilidades como ninfa, sólo por un tiempo y en limitada medida. Lo mismo vale para cualquier otro Plateado, y quizá nuevasangre también.

      —Me habría gustado que nuestro primer encuentro hubiese tenido lugar en mejores circunstancias —dice con voz grave y retumbante. Como de costumbre, hace una leve reverencia en honor a nuestro rango; por más que gobierne las Tierras Bajas, su país no es digno rival de los nuestros.

      —También nosotros lo habríamos querido, su alteza —me inclino a mi vez.

      A pesar de que Maven sigue mi movimiento, lo hace demasiado rápido, como si deseara que esto terminase lo más pronto posible.

      —¿Qué tiene para nosotros?

      Ofrezco una mueca a causa de su falta de tacto. Abro la boca por instinto, dispuesta a limar las asperezas de una conversación tan precaria pero, para mi sorpresa, Bracken sonríe.

      —A mí tampoco me gusta el perder tiempo —petrifica su sonrisa, uno de sus agentes se acerca con un libro encuadernado en piel—, sobre todo si está en juego la vida de mis

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