Tormenta de guerra. Victoria Aveyard
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Tormenta de guerra - Victoria Aveyard страница 29
Permanezco junto a mi padre, a quien oigo respirar. Hay demasiados escalones en Ascendente y él es un hombre mayor con una pierna regenerada, por no hablar de su remendado pulmón. El aire enrarecido no le ayuda tampoco.
Se empeña en no tropezar y su cara enrojecida es el único indicio de la magnitud de su esfuerzo. Mamá marcha a su izquierda y comparte mis pensamientos. Lo persigue con las manos, extiende los dedos para ayudarle si se tambalea.
Si papá lo pidiese, yo demandaría la ayuda de un coloso, o incluso de Bree y Tramy, pero sé que no lo hará. Sigue adelante, toca una o dos veces mi brazo y así agradece mi presencia y mi discreción.
Los peldaños se allanan por fin y desembocan en un pasillo abovedado con hojas y troncos tallados en las paredes. Llegamos a una plaza central cuya mampostería es una espiral ajedrezada de granito verde pulido y lechosa piedra caliza. Pinos de toda índole flanquean los arcos que delimitan el lugar y algunos de ellos son tan altos como torres e igual de gruesos. Me impresiona de inmediato el coro abrumador de las aves, que gorjean contra el cielo púrpura.
Detrás de mí, Kilorn suelta un débil silbido. Ve al otro lado de los árboles un edificio largo y con columnas que se tiende sobre la empinada ladera. Es una extraña mezcla de piedra lisa, como la del cauce de un río, y madera laqueada con detalles de mármol. Sus numerosas alas están salpicadas de balcones, algunos de ellos repletos de flores silvestres. Todos dan al valle, así que tienen vista a Ascendente.
Es la casa del primer ministro, estoy segura, un palacio en todo menos en el nombre. Esto hace que me sienta incómoda, mientras que a mi familia le deslumbra, no sin razón. He estado ya en suficientes palacios para saber que no debo confiar en lo que se encuentra detrás de bellas esculturas y ventanas relucientes.
El palacio no está rodeado por murallas ni puertas, como tampoco Ascendente lo está, o no son visibles al menos. Tengo la impresión de que las fronteras de esta ciudad, de este país, están determinadas por su geografía. Montfort es tan fuerte que no necesita murallas, o tan imprudente que no las construye. A juzgar por Davidson, dudo mucho de esto último.
Seguro que Farley piensa lo mismo. Pasa los ojos por los arcos, los pinos y el palacio, en cada uno de los cuales repara con concentrada precisión. Después mira a los Plateados que entran en tropel a nuestras espaldas y que fingen indiferencia ante la casa de Davidson.
El primer ministro sólo nos hace señas para que prosigamos, cada vez más dentro del corazón de su país.
Al igual que en las Tierras Bajas, la familia Barrow recibe habitaciones mucho más hermosas de las que acostumbra. Los aposentos de la residencia de Davidson son vastos, tan grandes que cada uno de nosotros tiene una habitación propia. Kilorn y Gisa se ocupan de explorar y husmean en los diversos recintos. Menos proclive a moverse, Bree se apodera de uno de los sillones de terciopelo en el gran salón. Lo escucho roncar ahora desde nuestra terraza. Este alojamiento es pasajero, hasta que sea posible conseguir uno más permanente en la ciudad.
Me dejan sola, a propósito o no; no me importa.
Ascendente fulgura a mis pies como una constelación sobre la cuesta. Siento que su electricidad constante y remota titila en sus profusas luces. Todo tiene la apariencia de un reflejo del cielo. Las estrellas son de una claridad increíble, tan cercanas que se diría que se pueden tocar. Respiro hondo, absorbo la natural frescura de las montañas. Éste es un buen sitio en el cual dejar a mi familia, el mejor que habría podido pedir.
Los bordes del balcón están cubiertos de flores de todos los tonos, sembradas en jardineras y macetas. Las que tengo frente a mí son violetas y muy curiosas, con pétalos en forma de cola.
—Las llaman flores elefante.
Tramy se desplaza con sigilo hasta mí y planta un codo en la barandilla, sobre la que se apoya para asomarse a la urbe. Pese a la estación, un frío intenso llega con la noche. Supongo que tiemblo, porque él me ofrece un chal.
Cuando lo tomo y envuelvo mis hombros en la tela, arruga la frente.
—No sé qué significa elefante.
Aunque la palabra me suena, sacudo la cabeza y me encojo de hombros.
—Yo tampoco, creo que es un animal. Julian lo sabría —digo su nombre en forma irreflexiva y casi hago una mueca cuando una punzada de dolor arde en mi pecho.
—Podrás preguntárselo en la cena —dice pensativo y pasa una mano por su áspera barba.
Alzo otra vez los hombros como si quisiera librarme de toda mención de Julian Jacos.
—Debes afeitarte, Tramy —río, inhalo de nuevo el dulce aire y me doy la vuelta hacia las luces de la ciudad—. Y pregúntaselo tú a Julian en la cena.
—No.
Algo en su voz me da que pensar, un acento grave de resolución, de osadía. Tramy no es de los que niegan algo. Está demasiado acostumbrado a seguir a Bree por doquier o a allanar los problemas de la familia. Es un conciliador, no de quienes se plantan en un sitio y no se mueven.
Lo miro a la espera de una explicación.
Aprieta el mentón, sus ojos castaños oscuros perforan los míos. Tiene los ojos de mamá, como yo.
—Este lugar no es para nosotros.
Nosotros.
El significado es claro. No iremos más lejos. Los Barrow no son políticos ni guerreros, no tienen ninguna razón para compartir los reflectores ni el peligro en que yo vivo. Sin embargo, la perspectiva de quedarme sola, sin ellos… el temor es infinito, egoísta y repentino.
—Quizá sea así —digo demasiado rápido, tomo su muñeca y él cubre mi mano con la suya—. Pero debería ser vuestro lugar, el de todos vosotros, sois mi familia…
Un rechinido revela que una puerta se abre en la terraza, y se cierra detrás de Kilorn y Gisa. Mi hermana nos examina con ojos relucientes.
—¿Cuántas personas tienen un poder que no deberían sólo porque su familia se lo da? —pregunta.
Alude a los Plateados, a los miembros de la realeza y los nobles que ceden el poder a sus hijos, por incompetentes que sean. La obsesión con la sangre y la dinastía es la causa de que Maven ocupe el trono, un chico retorcido que controla un país cuando ni siquiera es capaz de controlar su mente.
—Eso es distinto —susurro en respuesta, con poco entusiasmo—. Vosotros no sois como ellos.
Gisa ajusta mi chal; me cuida como si fuera la mayor, cuando es al revés. Todavía lleva sujeta en el cabello su flor, pálida como el amanecer. Toco lentamente los pétalos y paso un rizo suyo entre mis dedos. La flor le sienta bien, ¿será lo mismo con Montfort?
—Como dijo Tramy —replica—, tus reuniones, tus consejos, la guerra que tú libras no son para nosotros. Y no queremos estar ahí —me mira a los ojos. Aunque somos ya de la misma estatura, espero que crezca aún; no se merece ver el mundo como yo.
—Bueno —tomo aire y la acerco a mí—, está bien.
—Ellos están de acuerdo —murmura.
Mamá, e incluso papá.