De la dictadura a la democracia limitada del Frente Nacional. Edna Carolina Sastoque Ramírez

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De la dictadura a la democracia limitada del Frente Nacional - Edna Carolina Sastoque Ramírez

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de Sitges y el plebiscito de 1957, incluyendo las deliberaciones de la Comisión Paritaria; el trámite del Acto Legislativo 1 de 1959, que se considera un epílogo de la negociación del Frente Nacional; las apreciaciones contemporáneas y posteriores sobre esa negociación, y las conclusiones.

      El conflicto y la lucha son consubstanciales a la vida en sociedad. En su obra seminal sobre el tema, Georg Simmel planteó una tesis paradójica: el conflicto y la lucha son mecanismos de socialización que implican una acción recíproca y pueden conducir a una síntesis de opuestos3. En todas las relaciones sociales coexisten fuerzas centrífugas y centrípetas –contra y hacia la unidad. El antagonismo y la oposición propios de la lucha generan identidades de grupos en pugna y eventualmente identidad del grupo en su conjunto4.

      Salvo casos extremos, como el del salteador y su víctima inerme cuando el primero intima al otro, “la bolsa o la vida”, el conflicto y la lucha son fenómenos complejos. Entre otras razones, porque el conflicto está sometido a reglas implícitas o explícitas. Un ejemplo es la guerra. Existen normas que regulan lo que las partes pueden y no pueden hacer –lo que se denominó Derecho de gentes, luego Derecho de guerra y actualmente Derecho Internacional Humanitario–. Aun prescindiendo de consideraciones iusnaturalistas, hay razones prácticas para que los beligerantes acepten esas reglas que se explican con postulados de conducta racional.

      Aunque podría atribuirse la lucha al instinto básico de la hostilidad (entendido como el contrario de la simpatía) esta con facilidad se contamina de consideraciones de interés. A ambas partes les conviene que el uso de la violencia sea proporcional a los fines buscados –de lo contrario, quien eventualmente sea derrotado sufre el riesgo de daños que en nada benefician al vencedor. Para usar de nuevo un ejemplo bélico, el soldado que asesina fuera de combate al enemigo prisionero se expone a un trato parecido de llegar a ser capturado. Después del conflicto (los contextos que menciona Simmel son diversos: la guerra, pero también la política, la competencia comercial e incluso el matrimonio) pueden ser inevitables la coexistencia y alguna forma de convivencia. De hecho, ese era el problema central para los partidos tradicionales en la negociación del Frente Nacional: eliminada la dictadura de Rojas, ¿qué vendrá luego?

      Simmel sugiere que hay dos orígenes de las reglas y limitaciones de conducta hostil en medio de la lucha. Las clasifica como interindividuales y supraindividuales. Sus ejemplos provienen del ámbito de la competencia comercial. Son de la categoría interindividual los acuerdos de cartelización; y supraindividuales, las normas públicas que prohíben la competencia desleal. Ambos resultan pertinentes para entender la negociación del Frente Nacional: la decisión de conservadores y liberales de compartir los cargos políticos y judiciales de manera paritaria y exclusiva, y su consagración en normas constitucionales.

      Pero también hay factores que agudizan el conflicto. Dos de ellos son las motivaciones “idealistas” o ideológicas (que implican prescindir o menospreciar los criterios pragmáticos de los intereses racionales) y el hecho de provenir las partes de lo que antes se percibía como una unidad (que hace que el proceder del adversario sea percibido como una traición). Quizá por ello sean particularmente cruentos los conflictos civiles entre compatriotas. En palabras de Simmel (1939), “personas que tienen muchas cosas en común se hacen más daño y mayores injusticias que los extraños... Para que el antagonismo se agudice hasta el máximum, es preciso que actúe la tensión entre la hostilidad y la pertenencia a un mismo grupo” (pp. 291-295). Si entendemos “el mismo grupo” como la nacionalidad colombiana, ello ayuda a explicar las acerbas divisiones en la época de la Violencia del medio siglo. También resulta aplicable la reflexión de Simmel a las ásperas disputas entre las facciones conservadoras durante y después de la dictadura de Rojas.

      En medio de la lucha, y cuando el número de partes en conflicto es más de dos, se da otro fenómeno –las alianzas ad hoc, cuyo principio rector es “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Según Simmel (1939), “ni las más enconadas enemistades impiden la unión, siempre que esta vaya contra un enemigo común. Esto acontece especialmente cuando las dos partes coaligadas, o una de ellas al menos, persigue finalidades muy concretas e inmediatas, para cuya consecución no necesita más que eliminar un determinado adversario” (p. 339).

      ¿Cómo termina el conflicto? Concluye con una negociación –es decir, la búsqueda y concertación de un acuerdo entre las partes– a menos que una de ellas logre la destrucción total de su adversario (o sea, la paz de los sepulcros). La negociación admite varios escenarios. Una o ambas partes pueden haber agotado los recursos necesarios para la lucha. Así mismo, puede darse la pérdida de relevancia del objetivo buscado. Esta situación, para Simmel (1939), equivale a “la desviación del interés de la lucha hacia un objetivo superior. Esto último engendra diversidad de hipocresías morales y de propios engaños; se dice o cree haber enterrado el arma guerrera por el interés ideal de la paz, cuando en realidad lo único ocurrido es que el objeto de la pugna ha perdido su interés y se desea conservar las energías para aplicarlas en otra dirección” (p. 346). Aun cuando hay “victoria”, se requiere el reconocimiento y aquiescencia de esta situación por parte del perdedor. El derrotado mantiene un poder de veto sobre la paz que no sea consecuencia de su completa erradicación.

      Simmel (1939) plantea dos condiciones distintas de un acuerdo negociado. Una, la denomina avenimiento –es decir, la división del objeto buscado por acuerdo, o regateo entre las partes. Es propia de las relaciones comerciales, donde el beneficio es fácilmente reducible a unidades monetarias. El avenimiento es viable aun en el caso de objetos indivisibles: “cuando estos son susceptibles de representación; entonces, aunque el premio propiamente dicho es atribuido a uno solo, este indemniza al otro por su condescendencia, con algún valor” (p. 349). Cosa distinta es la reconciliación, un “sentimiento primario que, prescindiendo de toda razón objetiva, quiere terminar la contienda... [G]racias a la reconciliación surge un fondo en el cual destacan más conscientes y con mayor claridad todos los valores de la unión y todos los valores que contribuyen a mantenerla... [L]a intensidad del deseo de mantener a salvo de toda sombra la relación renovada no procede tanto del dolor experimentado durante la ruptura, sino de la convicción de que la segunda ruptura no podría curarse como la primera” (pp. 350-353).

      Incluso después de finalizada la lucha por medio de una negociación exitosa, y aun si hay reconciliación, no implica eso un fin del conflicto, bien sea político, económico o social. Por muy logrado y equitativo que sea el acuerdo persistirán diferencias entre las partes que obedecen a distintas concepciones ideológicas y percepciones sobre lo que es un reparto “justo” de costos y beneficios, sociales y privados. Si el conflicto es connatural a la vida en sociedad, la diferencia entre lucha y paz no es solo de fines: es de medios. Hacer la paz es construir procedimientos políticos para la resolución de conflictos.

      En julio de 1999, poco antes de su asesinato, Jesús Antonio Bejarano pronunció una de sus últimas conferencias sobre el proceso de paz en Colombia. En ella hizo una valoración no solo de las negociaciones del Caguán entonces en curso, sino sobre el marco teórico que se estaba construyendo sobre la negociación. Era fruto de su experiencia personal como negociador de los procesos de paz de finales de los ochenta y principio de los noventa en Colombia, de sus observaciones como embajador de Colombia

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