De la dictadura a la democracia limitada del Frente Nacional. Edna Carolina Sastoque Ramírez

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De la dictadura a la democracia limitada del Frente Nacional - Edna Carolina Sastoque Ramírez

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Ofrece dos razones, ambas ligadas a la relación entre la retórica y la deliberación pública. En primer lugar, “en lo que toca algunas gentes, ni aun si dispusiéramos de la ciencia más exacta, resultaría fácil, argumentando solo con ella, lograr persuadirlos, pues el discurso científico es propio de la docencia” (1994, p. 170), dado que “se supone que el que el que juzga es un hombre sencillo” (1994, p. 182). La otra razón consiste en que la retórica se utiliza en un contexto adversarial, el del debate público. “Si es vergonzoso que uno mismo no pueda ayudarse con su propio cuerpo [en la lucha física], sería absurdo el que no lo fuera también en lo que se refiere a la palabra” (1994, p. 171).

      La técnica retórica tiene tres elementos: el ethos, o sea el talante del orador; el pathos, que usa la emoción para predisponer la audiencia, y el logos, la argumentación propiamente dicha. El ethos se refiere a las condiciones personales de quien habla (por ejemplo, su virtud o los servicios prestados a la patria) y su identificación con quienes lo escuchan. En palabras de Leith (2012), el discurso que utiliza el ethos está “basado en los supuestos comunes de su audiencia o, en casos especiales, el hecho de que esa audiencia tienda a ser deferente con la autoridad [del orador]” (p. 49). El pathos es “cuando [los oyentes] son movidos a una pasión por medio del discurso. Pues no hacemos los mismos juicios cuando estamos tristes que estando alegres, o bien cuando amamos que cuando odiamos” (Aristóteles, 1994, p. 177).

      El logos, la argumentación, será el eje principal del análisis del presente libro. El logos de la retórica incluye herramientas ajenas a la lógica del discurso filosófico puro, entre ellas el ejemplo (o sea la inducción, que según el ejemplo puede ser una generalización indebida) y la analogía. También se usa la deducción propia del silogismo dialéctico, con variantes. La dialéctica busca la verdad y su resultado debe ser verdadero para ser válido. En la retórica, se acude a lo plausible para llegar a una conclusión verosímil.

      El silogismo aparente, o recortado, de la retórica es el entimema. En el silogismo de la dialéctica, la premisa mayor debe ser cierta para que la conclusión lo sea; la premisa mayor del entimema es apenas probable, “lo que sucede la mayoría de las veces pero no absolutamente” (Aristóteles, 1994, p. 186)12. Con frecuencia, la premisa mayor del entimema es implícita; no es necesario enunciarla porque hace parte de los prejuicios, convicciones o creencias de la audiencia. Tales entimemas parciales son particularmente eficaces cuando refuerzan la identificación del orador con su audiencia.

      La retórica tiene tres géneros: el judicial, el epidéctico (los discursos de elogio o reprobación) y el deliberativo, que se ocupa de las decisiones políticas. La retórica deliberativa concierne a los asuntos “que se relacionan propiamente con nosotros y cuyo principio de producción está en nuestras manos” (Aristóteles, 1994, p. 199); es decir, la manera de persuadir a la colectividad de que ciertas acciones son convenientes. En este caso, son fundamentales conocimientos empíricos y concretos sobre los problemas enfrentados y sus posibles soluciones.

      Para regresar a la crítica de Platón, y de muchos más a la retórica: ¿pueden usarse sus técnicas de persuasión para contar mentiras, engañar y conducir a quienes las creen por caminos equivocados? Por supuesto que sí. Aristóteles era consciente de ese riesgo. El problema no es técnico, sino de ética política y tiene mucho que ver con la motivación y la virtud del orador. La retórica es un medio con el cual “puede llegar uno a ser de un gran provecho, si es que lo usa con justicia, y causar mucho daño, si lo usa con injusticia” (Aristóteles, 1994, p.171).

      En la negociación del Frente Nacional, el medio fundamental fue la retórica, la palabra hablada y escrita. Liberales y conservadores estaban literalmente desarmados frente a un adversario, Rojas, que tenía todo el respaldo de la fuerza pública y la capacidad represiva del Estado. En años anteriores, ambos partidos habían combinado esa capacidad con retórica, a veces incendiaria, que agudizó la polarización política del país. La caída de la dictadura puede entenderse a partir de un cambio radical de la retórica que estos habían esgrimido antes del golpe militar13, que logró persuadir a los colombianos y las Fuerzas Armadas de que una transición pacífica a la democracia era a la vez posible y conveniente. En eso jugaron un papel importante el ethos de los protagonistas (Lleras y Gómez) y el uso de un pathos que hacía ver a la dictadura de Rojas como una aberración vergonzosa en la tradición republicana de Colombia. Las consecuencias de las condiciones acordadas y en particular de las limitaciones al principio democrático pactadas en el Frente Nacional se discutirán en las conclusiones.

      La elección presidencial de 1930 marcó el fin de la llamada hegemonía conservadora. La división interna del Partido Conservador había engendrado dos candidaturas encontradas (las del poeta Guillermo Valencia y del general Alfredo Vásquez Cobo) y la actitud vacilante de la jerarquía eclesiástica, que antes había dado el exequátur al candidato oficial del partido, abrieron espacio para la postulación liberal de Enrique Olaya Herrera. Olaya no era sectario; había militado en el Republicanismo bipartidista que sucedió a la dictadura del general Reyes14; había desempeñado altos cargos públicos durante la hegemonía, y cuando se lanzó a la presidencia era embajador en Washington del gobierno conservador de Abadía Méndez. Formó un gabinete de Concentración Nacional con ministros de ambos partidos; la cartera de gobierno le correspondió a Carlos E. Restrepo, expresidente republicano y para entonces líder conservador.

      A pesar de la moderación de Olaya y de la entrega pacífica del poder presidencial, no faltaron resistencias conservadoras.

      Según Juan Lozano y Lozano,

      Los conservadores se negaban a entregar el gobierno en varios sectores de la república y particularmente en los Santanderes y Boyacá. Era aquel un régimen social de asonada permanente contra las autoridades locales, que cobraba fuerza y amenazaba con extenderse a otros departamentos del país. Era propiamente una guerra civil. El doctor Abadía Méndez entregaba el mando; pero los feroces conservadores de los municipios fanáticos no entregaban el mando al doctor Abadía para que lo entregara. El gobierno de Olaya Herrera tuvo también que liquidar aquella situación política... Olaya Herrera envió el Ejército para contrarrestar el bandidaje [en aquellas regiones]; y de paso, en dos años de lucha, implantó el régimen de la legalidad en los municipios rebeldes y aguerridos15.

      Daniel Pécaut (2010) ofrece una narrativa similar, con otra perspectiva historiográfica:

      Fortalecidos por el aumento de su control sobre los mecanismos electorales hasta ese momento en manos de los conservadores, los liberales se apoderan poco a poco de las posiciones que aquellos ocupaban. Cuando se producen las elecciones locales de 1933, ya son mayoritarios en el país. Desde 1931, la violencia política asola departamentos como Boyacá o los Santanderes del norte y del sur, cuyas estructuras electorales garantizaban a los conservadores una ventaja electoral considerable, y se incrementan los fraudes en las elecciones, los enfrentamientos sangrientos, los desplazamientos forzados de los habitantes y la homogeneización partidista de muchas localidades (p. 56, destacado fuera del original).

      El texto resaltado alude a una costumbre inveterada y poco documentada de la democracia colombiana desde el inicio de la República: el fraude electoral. Para los conservadores era inaceptable que los liberales adoptaran las prácticas usuales de la hegemonía en su contra16.

      Laureano Gómez fue nombrado embajador en Berlín

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