¿Volverá el peronismo?. María Esperanza Casullo
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El kirchnerismo le agregó al peronismo como estructura de poder una estructura de sentimientos, una narrativa, una identidad juvenil. Pero el kirchnerismo nos quiso intensos antes que felices. Revivió a ese peronismo enclenque que habían dejado el menemismo y el duhaldismo, pero al precio de borrarle de su cultura una de sus contraseñas históricas (y discutibles): “Nunca hice política, siempre fui peronista”. Frase que patentó el novelista Osvaldo Soriano y que fue repetida hasta el hartazgo en el cine, el teatro y la televisión costumbristas (No habrá más penas ni olvidos, Gatica, el Mono). Y que sintoniza con otra frase, atribuida a Lorenzo Miguel: “El peronismo es como comer fideos los domingos con la vieja”. Es, en líneas generales, el peronismo de la generación de nuestros abuelos, tan sentimental y aparentemente contradictorio, al que la generación de nuestros padres quiso discutir y “precisar” ideológicamente hasta las últimas consecuencias. “El Viejo nos cagó”, era la frase familiar y a la vez fatal de una madre montonera durante la crianza de alguno de nosotros. Nunca estuvo claro si esta enunciación, si la idea de un peronismo subterráneo, que más que proclamarse se da por hecho, un peronismo axiomático, que no requiere más demostración que la evidencia de su existencia, se repetía como algo positivo o no, ya que era una condición que enunciaban tanto los peronistas como los gorilas para ilustrar su “irracionalidad”. Se trataba en todo caso de revelar la consistencia de un peronismo “natural”, de una memoria histórica afectiva que quiso ser barrida a sangre y fuego primero por las dictaduras y luego por los procesos políticos de la democracia.
El proceso político que comenzó en 1976 cambió la estructura social y rompió la antigua homogeneidad del proletariado argentino. Pero muchas veces la profundidad de este proceso de cambios no se refleja en la inmadurez de la “pregunta periodística” sobre el peronismo: preguntarse por el peronismo es preguntarse por las mutaciones de las clases sociales argentinas. ¿Sigue siendo razonable pensar que todos los humildes votan al peronismo? ¿Sigue siendo razonable, tras el kirchnerismo, pensar que todas las capas medias son antiperonistas?
Forzando un poco el razonamiento, hasta se podría decir que el macrismo (gran organizador de los sentimientos de la anti-política) irrumpió en la escena política argentina para partir al medio esa frase: quedarse con los que dicen “Nunca hice política” y regalarle al peronismo a los que solo son peronistas.
Al mismo tiempo, en contraposición al kirchnerismo fueron emergiendo una serie de alternativas peronistas que pretenden dotarlo de todo aquello que el kirchnerismo dejó afuera: el conservadurismo económico, la reivindicación de la gente común, las demandas del país pampeano y productivo, “la racionalidad”. La lógica de esa fractura de culturas políticas es el eje del artículo de Julieta Quirós sobre una comarca cordobesa. Quirós revive allí las negociaciones entre unos políticos cuyas identidades son inestables pero que a la vez –como el papa Juan Pablo II, que hablaba varios idiomas pero que cuando sufrió el atentado gritó en polaco– no dejan de hablar, en momentos extremos, su lengua madre. Aparece allí algo así como una “naturaleza política” del peronismo. Quirós ensaya el descenso a la práctica concreta del poder administrativo argentino: los caminos de la burocracia, la lucha por los recursos, las palabras al viento y las palabras de honor de esas negociaciones que persisten en el corazón de la política territorial. El modo en que los peronismos nombran lo singular. Sin fetichismos.
María Esperanza Casullo complementa esa mirada en un texto que gira en torno al modo en que históricamente se ha abordado el mundo popular desde las “ciudades del conocimiento”. Casullo reconstruye la filosofía de la historia ahí donde las ciencias (“sin querer”) reproducen la misma fractura social que abordan: el viaje para volver, mantener la “otredad”. En la relectura de una biblioteca básica del ensayo argentino Casullo sitúa los abordajes de frontera que, en el siglo XXI, revisan la vida del conurbano peronista. Sin idealizar ni romantizar las formas concretas de esa política de márgenes, deja ver la estela perenne de una ideología del conocimiento social que lo impregna todo. Incluso más: que impregna también la práctica política oficial de hoy. Su tema son los viejos y los nuevos desiertos de la Nación.
La pregunta es, entonces, la inevitabilidad de la supervivencia del peronismo. El politólogo radical Andrés Malamud discute con los best sellers antiperonistas a lo Fernando Iglesias: “El peronismo es como el clima: hay que aceptarlo o emigrar”. La virtud del artículo de Torre es pensar fríamente la escena temida del fin del peronismo a riesgo de equivocarse, en un margen de error tan autoconsciente que el propio autor se encarga de salvar. En el prólogo, Felipe Solá, penúltimo eslabón entre el peronismo tradicional y las clases medias, advierte sobre la esterilidad de pensar al peronismo como una parte constitutiva del alma argentina. El peronismo puede volver, dice, desea Solá, pero para eso tiene que construir una oferta. ¿Podrá hacerlo una vez más? Ya en ciertos cálculos de la politología, la economía y la sociología podríamos suponer que la profunda transformación de la estructura social que dio lugar al peronismo sugiere que hace rato están dadas las condiciones para su extinción. Pero esa pelota que siempre pega en el palo muestra no sólo la insuficiencia de los abordajes y la necesidad de repensarlo todo, sino también un “plus” argentino: ¿qué es eso que se niega a morir?
Prólogo
Felipe Solá
El peronismo y el alma de los argentinos
El libro que el lector tiene en sus manos es diverso en edad, en geografía, en género y en miradas. Y es sobre el peronismo. ¿Casualidad? Juan Carlos Torre, María Esperanza Casullo y Julieta Quirós construyen en tres registros completamente distintos las piezas de un rompecabezas, que resulta incompleto por dos razones: porque obviamente sus textos –potentes e inteligentes– no lo pueden completar, y porque se trata de un libro de cara al futuro. Y es en el futuro donde el peronismo seguirá escribiendo su historia. Así lo creemos. Así, muchos, lo queremos.
En las tres obras clásicas de literatura argentina que revisa María Esperanza Casullo (Facundo, El Matadero, Una excursión a los indios ranqueles), así como también en un pequeño pueblo de las sierras cordobesas que interpreta Julieta Quirós (sometido por el centralismo e invadido por una cultura urbana que lo obliga a hacer equilibrismo de corto plazo y contener una diversidad aún en lo pequeño), se elaboran tramas donde se articulan la geografía, la tierra, la tensión entre el centro y la periferia. El diálogo entre Casullo y Quirós, de fondo, es que ambas nombran, en el pasado y el presente, la actualidad de un problema argentino.
Es la geografía la que obliga a Juan Manuel de Rosas a transar con los gauchos, trabajadores por cuenta propia dueños de la tecnología de manejar vacunos en una pampa sin alambrados, y con la chusma, que domina la faena y el desposte de reses. La geografía es también el desafío argentino para un militar aristocrático que lo tiene todo menos el desierto. Y va por él, porque sabe que así acrecienta fama y poder. Pero además porque ama ese territorio con pasión: hablamos de Lucio V. Mansilla, el dandy más estudiado por los intelectuales locales.
Los textos de Casullo y Quirós, a su modo, con sus exploraciones (mitológicas, literarias, territoriales, concretas) bucean en un ámbito común: el de la fractura argentina. Y lo hacen en un libro que les encarga responderse en torno al presente del peronismo. Esa “Historia” que reponen hace presente la gran teatralidad del peronismo, que nació para representar el drama argentino.
El artículo de Juan Carlos Torre, en tanto, reconoce que el peronismo ha superado la descalificación política que se instaló en la Argentina post 2001, el “Que se vayan todos”. Una observación interesante que Torre transforma en hipótesis de trabajo: “La bronca popular –escribe– no resultó ser igual para todos