¿Volverá el peronismo?. María Esperanza Casullo

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу ¿Volverá el peronismo? - María Esperanza Casullo страница 4

¿Volverá el peronismo? - María Esperanza Casullo Media distancia

Скачать книгу

y que equivale a la distinción por cierto conocida entre voto de pertenencia y voto de preferencia con un objetivo: destacar que, a mi juicio, la mayoría de los electores de Cambiemos se compone de simpatizantes que a la hora de los comicios deposita un voto de preferencia y no un voto de pertenencia. Previsiblemente, si la gestión de Cambiemos no está a la altura de sus expectativas su reacción natural bien puede llegar a ser colocar en el banquillo de los acusados a los dirigentes de la actual coalición en el gobierno, retirándoles el respaldo.

      Vista en perspectiva, la tendencia del electorado del polo no peronista a dar y a retirar su apoyo es lo que ha hecho de él, tanto en su variante de centro-derecha como en su variante de centro-izquierda, la clave de la dinámica electoral del país. A partir de 1983 es allí donde ha estado la fuente principal de la volatilidad del voto, y, en consecuencia, también la fuente principal del triunfo o la derrota de las ofertas electorales que han competido por el gobierno.

      Por el contrario, el vínculo de la mayoría de los electores del Partido Justicialista con la organización ha sido tradicionalmente menos contingente y se ha mantenido “con lluvia o con sol”, es decir, se ha comportado bastante ajeno a los avatares de sus políticas a lo largo del tiempo, garantizando al partido un caudal de votos nunca inferior al 35% del electorado. Con este telón de fondo, en el artículo sobre “los huérfanos”, sostuve que la crisis del 2001 no había afectado significativamente la salud de los vínculos del electorado peronista con su partido.

      Y agregué: las dificultades que es posible observar dentro del Partido Justicialista son muy distintas a las que exhibe el polo no peronista y, en su caso, tienen que ver sobre todo con su cohesión como maquinaria política. En principio, podría decirse que dificultades como ésas no tenían nada de novedoso. El conflicto por el poder dentro de la organización había sido un fenómeno recurrente en un partido caracterizado por reglas internas laxas y cambiantes. Lo que consideré novedoso en esas dificultades es que tenían su origen en un conflicto de proyectos ideológicos, de un lado Carlos Menem con su propuesta hacia la derecha en línea con sus 10 años de gobierno y del otro sus rivales –por ejemplo, Antonio Cafiero y Eduardo Duhalde– con la reivindicación más o menos actualizada de la tradición nacional-popular. La intensidad de esa pugna parecía estar poniendo en riesgo la convivencia dentro del partido. Con los elementos disponibles en 2002 afirmé que esa disputa dentro del polo peronista tenía un final abierto.

      Vista con los ojos de Torcuato Di Tella esa disputa encerraba un desenlace prometedor: la implosión de ese formidable catch-all party que era el Partido Justicialista, el cual, como el Partido Demócrata de Estados Unidos en los años sesenta –recordemos a John Kennedy versus la máquina política demócrata del Sur– daba cabida en sus filas a una gran diversidad ideológica. Partidario de una mayor homogeneidad de ideas y políticas con un signo hacia la izquierda, Di Tella esperaba desde hacía tiempo que la resolución de esa disputa le permitiera al Partido Justicialista liberarse del peso muerto de sus corrientes de derecha. Con ello, el Partido Justicialista podría convertirse con su base de apoyo popular en el gran articulador de un polo de izquierdas en el marco de un sistema de partidos “a la chilena” con una clara línea divisoria de izquierda/derecha.

      La trayectoria ideal vislumbrada por Di Tella pareció hacerse realidad luego que Néstor Kirchner accediera a la Presidencia en 2003 y dos años más tarde, en 2005, conquistara el control del partido. Fue entonces que, en un viraje sorpresivo, le imprimió a su gestión una versión radicalizada de la tradición nacional-popular, en sintonía con el giro del péndulo político de América Latina hacia la izquierda impulsado por Lula en Brasil, Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia. La empresa política de Kirchner no sólo pareció poner fin a la larga espera de Torcuato Di Tella; también ofreció un refugio a un segmento del universo que identifiqué en 2003: me refiero a huérfanos de la fallida aventura política del Frepaso. A poco de asumir la Presidencia, Kirchner proclamó su identificación con “la generación diezmada” –una designación en código para nombrar a los jóvenes de clases medias que en los años setenta habían tomado las armas en nombre del peronismo sólo para conocer primero la decepción y después la muerte–.

      Con esa proclama y gestos contundentes en el frente de los derechos humanos logró reactivar a la izquierda peronista. Al abandonar su condición de célula dormida, los sobrevivientes de la generación setentista volvieron al primer plano, esta vez menos tocados por los valores republicanos que habían marcado su anterior encarnación en los tiempos del Frepaso y más animados ahora por el espíritu vindicativo que había originalmente rodeado su ingreso a la vida pública. Con ese espíritu se sumaron a la cruzada contra “el pejotismo” lanzada por Kirchner poniendo la mira en los cuarteles generales de su propio partido con vistas a construir un “pos-peronismo”. Por obra del “fuego amigo” el país asistió por vez primera a la tentativa de poner fin al PJ tal como lo conocíamos, ese poderoso aparato hecho de políticos profesionales, jefes sindicales, redes clientelares.

      Sin embargo, esa ambiciosa tentativa, que supo movilizar también el entusiasmo de nuevas generaciones, no pudo concretarse plenamente. Kirchner tuvo que aprender duramente una lección de la política: en democracia no se puede gobernar y querer cambiar al mismo tiempo el principal instrumento de gobierno, un partido que acompañe y sostenga las iniciativas. Con el paso del tiempo, la consigna “¡Que se vayan todos!” se fue poniendo en sordina a medida que desde la Presidencia Kirchner tuvo que rodear a su séquito de militantes fieles con la compañía de las ramas viejas del peronismo de siempre.

      El arte de la combinación política dentro del magma peronista que distinguió a Néstor Kirchner murió con él a fines de 2010. Sin su tutela y luego de la reelección un año después, en octubre de 2011, con el 54% de votos, Cristina Fernández gobernó durante su segundo mandato atrincherada detrás de un remedo de monarquía, con su corte de protegidos y delfines y conoció en 2015 el gusto amargo de una derrota en buena parte autoinfligida.

      Hasta aquí llego en esta reconstrucción, por cierto esquemática, de los últimos avatares de la principal fuerza política del país. Con esta reconstrucción he querido delinear el escenario político dentro del cual me propongo en el presente artículo explorar una secuela de la crisis que fue el disparador de mi mencionado artículo “Los huérfanos de la política de partidos”. Más concretamente, la pregunta que quiero formular es la siguiente: ¿le llegó al peronismo su 2001? Esto es, ¿la dinámica del colapso partidario que arrasó al polo no peronista está hoy acaso a las puertas del polo peronista amenazando no digo su supervivencia pero sí su condición de partido predominante? Si la causa de esta pregunta fuese sólo la disputa de candidaturas que hoy divide a la familia peronista la respuesta sería negativa: no es la primera vez que los peronistas concurren a las elecciones divididos, para el caso basta recordar las elecciones presidenciales del 2003.

      Formulo la pregunta porque, a mi juicio, el contexto en que tiene lugar la puja de candidaturas esta vez es diferente; en la puja de candidaturas creo ver la expresión de un efecto social retardado de la crisis del 2001. Dicha crisis no fue sólo política con un efecto inmediato en la desafección partidaria que pulverizó al polo no peronista. Ella también exhibió en el rostro de la pobreza que trajeron al primer plano los saqueos en el Gran Buenos Aires la magnitud de la fisura abierta en el cuerpo social del país. Y como tal, puso de manifiesto también la magnitud del quiebre de la columna vertebral del peronismo, el mundo del trabajo. Para resumir el argumento que quiero explorar anticipo una conjetura: la candidatura de Cristina y la candidatura de Massa son la expresión bastante representativa de dos fragmentos en los que están divididas las bases populares del peronismo.

      Como habrán advertido el foco de este ejercicio especulativo es la provincia de Buenos Aires. La explicación es obvia: allí está concentrado el núcleo principal del mundo del trabajo del país y es allí también donde se juega el partido de fondo sobre el futuro del peronismo. ¿Qué decir de los peronismos de las otras provincias a los efectos de hacer conjeturas sobre el peronismo como movimiento político? Diría que esos peronismos son centralmente la cabeza de partidos provinciales que, a la manera de los

Скачать книгу