Neofascismo. Chantal Mouffe

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de Le Pen”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, abril de 2012.

      6 Uwe Backes, Political Extremes. A Conceptual History from Antiquity to the Present, Routledge, Abingdon (Gran Bretaña), 2010.

      7 Piero Ignazi, Il Polo Escluso. Profilo del Movimento Sociale Italiano, Il Mulino, Bolonia, 1989.

      8 Después de las elecciones legislativas de mayo de 2012, ninguna mayoría se desprendió para formar un nuevo gobierno; un nuevo escrutinio se realizó un mes más tarde.

      9 La “troika” está integrada por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea.

      10 Georgios Karatzaferis, que lo dirige, pertenecía antes a la Nueva Democracia del primer ministro Antonis Samaras.

      11 Paul Taggart, The New Populism and the New Politics. New Protest Parties in Sweden in a Comparative Perspective, Palgrave Macmillan, Londres, 1996.

      12 René Rémond, La droite en France de 1815 à nos jours. Continuité et diversité d’une tradition politique, Aubier, París, 1954. Agregado tenido en cuenta por Rémond en Les Droites aujourd’hui, Audibert, París, 2005.

      Capítulo 2

      La nueva cara de la extrema derecha en Europa

      El descontento popular, combustible de la derecha francesa

      Serge Halimi

      Todo beneficia a la extrema derecha francesa: una economía estancada, un desempleo cuya curva sube en vez de bajar, el miedo al desclasamiento y a la precariedad, los servicios públicos y la protección social amenazados, un “proyecto europeo” tan sabroso como una cucharada de aceite de ricino, una ola migratoria que infla el caos de varios Estados árabes, atentados masivos cuyos autores reivindican el islam… Sin olvidar, desde hace ya casi treinta años, un Partido Socialista que comparte con la derecha tanto la responsabilidad de las políticas neoliberales ya establecidas por los acuerdos europeos como el proyecto de mantenerse indefinidamente en el poder (o, para la derecha, de volver) presentándose, elección tras elección, como la última barrera contra el Frente Nacional (FN).

      Balance: ninguna fuerza política exhibe tanta energía y cohesión como la extrema derecha, ninguna comunica con esa misma eficacia el sentimiento de que conoce el camino y que el futuro le pertenece. Ninguna esboza tampoco la menor estrategia de reconquista contra ésta (1). Eliminado de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales por Jean-Marie Le Pen el 21 de abril de 2002, el primer ministro Lionel Jospin ya hablaba aquella noche de un “golpe de estruendo”. Y, al mismo tiempo que se retiraba de la vida política, invitaba a sus camaradas socialistas a movilizarse “para preparar la reconstrucción del futuro”. La tarea le fue confiada a François Hollande…

      Pero cuando un fenómeno político como éste lleva décadas de desarrollo, es inútil darle una única explicación. En otras partes de Europa, algunos movimientos xenófobos prosperaron sin que los favoreciera ningún partido socialista en el poder (es el caso en el Reino Unido y Dinamarca), y en situaciones económicas menos degradadas que en Francia (Polonia y Suiza). Inversamente, las tasas de desempleo de España (21,6% en septiembre de 2015), de Grecia (24,6%) o de Chipre (15%), todas superiores a la de Francia (10,8%), no fueron acompañadas de una performance comparable de la extrema derecha. Por último, este partido ya tenía muy buenos resultados antes de los atentados sangrientos de enero y de noviembre de 2015 en París, y antes de la llegada del flujo migratorio del último año, por más que estos acontecimientos, es evidente, le sirvieron. Como, a decir verdad, casi todo.

      Lo importante no es solamente que en la primera vuelta de las elecciones regionales, el 6 de diciembre de 2015, los candidatos del FN hayan quedado al frente en 6 regiones de 13 y en 46 de los 95 departamentos metropolitanos. Sino también que hayan mejorado sus puntajes en casi todas partes una semana después, incluso cuando no tenían ninguna chance de ganar la presidencia de una región. Es decir que, de ahora en más, para un elector frentista, el voto útil es el voto FN, y que este partido, lejos de ser una fuerza suplente absorbible por la derecha, empieza a cazar con éxito en sus tierras: del 18 al 20% de los electores de Nicolas Sarkozy en 2012 habrían votado a la formación de Marine Le Pen en diciembre de 2015 (2).

      La determinación de los electores de extrema derecha es tanto más significativa cuanto que el modo de escrutinio y el sistema de alianzas penalizan fuertemente a su partido. Primero en términos de sufragios tras estas regionales (ya había sido el caso en los escrutinios europeos de mayo de 2014 y departamentales de marzo de 2015), no preside ni un solo consejo regional, ni un solo consejo general. Y no está representado más que por 2 diputados sobre 577, 2 senadores sobre 348 (3). Esta anomalía democrática le permite seguir presentándose como víctima de una “clase política” ampliamente detestada, que vitupera con la sinceridad de los que son dejados de lado.

      En el terreno de las ideas, en cambio, domina la escena. Le resulta tanto más fácil cuanto que sus adversarios intelectuales, llenos de tristeza, derrotas, escisiones y divisiones, encuentran con demasiada frecuencia refugio y sostén en el radicalismo de papel de los claustros universitarios (4). Los grandes medios de comunicación tampoco le complican la tarea cuando alternan un dossier sobre “el islam desfachatado” con otro sobre los pensadores reaccionarios.

      Tradicionalmente, la victoria de una mayoría de izquierda coincidía con una radicalización de la derecha, la cual se sentía desposeída de un bien –el poder– que consideraba como suyo. En el caso de Hollande, la hostilidad que suscita en los círculos conservadores es más desconcertante, porque no es fácil ver en qué se diferencian sus políticas de las de éstos, con la excepción del “matrimonio para todos”, contra el que de hecho se movilizaron hace tres años, pero sobre el que todos saben que no van a volver (5).

      Como la extrema derecha, a la “derecha desacomplejada” le encanta fustigar lo “políticamente correcto”. El fenómeno no es exclusivamente francés (6). En Estados Unidos, cada ocurrencia de Trump, cuando aún era candidato, contra los mexicanos “violadores” o los musulmanes “terroristas” le permitía al magnate subrayar el coraje que tendría al romper así con el consenso blando de la izquierda, los intelectuales, los burgueses, los esnobs.

      Efecto garantizado: los medios simulan ofenderse, y después le dan la palabra para que se explique. A punto tal que no se lo escucha más que a él. ¿Hay que expulsar de un solo golpe a 11 millones de inmigrantes clandestinos? ¿Construir un muro a todo lo largo de la frontera con México? ¿Fichar a los musulmanes ciudadanos de Estados Unidos y prohibirles a los demás el acceso al territorio? Cada semana surge un “debate” de este tipo. Oponerse a semejantes ideas equivale a mostrar la propia cobardía, la propia indulgencia, el desprecio hacia las aspiraciones de la “mayoría silenciosa”, incluso a exponer al país a nuevos ataques subversivos.

      Sarkozy está familiarizado con estos mecanismos de la derecha estadounidense (7). El 9 de diciembre de 2015 en France Inter atacaba nuevamente “esa actitud biempensante que prohíbe los debates”. ¿Cuáles son los debates que prohíbe según él? “Apenas alguien decía algo sobre la inmigración, era racista; apenas alguien pronunciaba la palabra ‘islam’, era islamófobo; apenas alguien

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