La vida psíquica: elementos y estructuras. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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En este cuadro he querido resumir y encajar los principales elementos de la vida física, y sobre todo psíquica, que se encuentran generalmente dispersos, para formar con ellos una unidad: y naturalmente, podríamos desarrollar y precisar estas nociones hasta el infinito.
Debido a que este cuadro no puede contenerlo todo, evidentemente, hay un cierto número de nociones que no encontraréis en él; no obstante podemos situar los diferentes niveles de consciencia: inconsciencia, subconsciencia, consciencia, consciencia de sí mismo y supra-consciencia.
Muchos filósofos, psicólogos y psicoanalistas han estudiado el problema de los diferentes niveles de la consciencia. Lo que han dicho es muy interesante, pero, a menudo, muy difícil de relacionar con la experiencia de la vida cotidiana. Por ello os daré un ejemplo sencillo que os permitirá comprenderlo fácilmente. Imaginad que en una caída habéis recibido un golpe violento en la cabeza y os habéis desmayado: estáis sumidos en la inconsciencia. Tratan de reanimaros y empezáis a moveros ligeramente, sin abrir aún los ojos: estáis en el estado de subconsciencia. Después de algunos segundos, abrís los ojos y os dais cuenta de que estáis tumbados en el suelo, rodeados de gente, pero sin saber todavía lo que ha sucedido: es el estado de consciencia. Después volvéis en sí completamente; sentís el dolor, comprendéis lo que os ha sucedido y cómo os ha sucedido: es el estado de consciencia de sí mismo. Finalmente os encontráis totalmente restablecidos, felices, comprendiendo que hubiera podido ser peor y dando gracias al Cielo por haberos protegido: es el estado de supra-consciencia. Como veis, todo resulta claro.
Veamos ahora de qué manera los diferentes elementos que constituyen nuestro ser corresponden a estos diferentes estados de conciencia. El cuerpo físico corresponde a la inconsciencia. Todas las manifestaciones de la vida fisiológica (incluyendo la respiración, la digestión, la circulación, la eliminación, el crecimiento) corresponden a la subconsciencia. La conciencia corresponde al campo de la voluntad y del corazón, y en el nivel del intelecto comienza a nacer la consciencia de sí mismo. La supra-consciencia pertenece al alma y al espíritu; e incluso para el espíritu, podemos hablar de supra-consciencia divina.
Volviendo a lo esencial, este cuadro os muestra claramente cómo trabajar con los diferentes principios que hay en vosotros, sin descuidar ninguno. Sólo aquél que aprende a trabajar cotidianamente con su cuerpo físico, su voluntad, su corazón, su intelecto, su alma y su espíritu, alcanzará un día la plenitud.
2 El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor nº 201, cap. V: “La ley de analogía”.
III
VARIAS ALMAS Y VARIAS CUERPOS
Los grandes Iniciados, a quienes la clarividencia proporciona un saber indiscutible sobre el hombre y el universo, están de acuerdo en lo siguiente: el alma – este principio que, como su nombre indica, tiene la propiedad de animar el cuerpo físico – no es dada al ser humano por entero en el momento del nacimiento, sino que se instala en él a través de sucesivas etapas en el transcurso de su vida.
Por eso, no os extrañéis de que los filósofos neoplatónicos o incluso ciertos Padres de la Iglesia hayan afirmado que el hombre posee varias almas. La primera, que llamamos alma vital, es puramente vegetativa y gobierna los procesos fisiológicos: la nutrición, la respiración, la circulación... La segunda, más evolucionada, es llamada alma “animal”; la tercera, alma emocional; la cuarta, alma intelectual o racional. Finalmente, está el alma divina, que es pura luz, y que sólo, reciben plenamente los Iniciados cuando han terminado su evolución.
Al alma vegetativa, que es la primera que anima al embrión, ya en el seno de la madre, se suma hacia los siete años el alma llamada “animal”, o si queréis, voluntaria. En general, se cree que el alma se instala definitivamente hacia esta edad, llamada “edad de la razón”. No; se trata solamente del alma voluntaria. Desde el nacimiento hasta los siete años el niño no cesa de moverse, de andar, de correr, de gesticular, y a los siete años, cuando el alma animal se ha instalado por entero en él, puede decirse que el niño ha adquirido una autonomía de movimientos suficiente como para ser capaz de dominar sus gestos.
Pero ya desde hace algún tiempo ha comenzado un nuevo período en el que la vida afectiva toma cada vez más importancia: es el alma emocional que aparece poco a poco. Hacia los catorce años, en la pubertad, cuando esta alma emocional llega a su madurez, entra ya definitivamente y le impulsa a dejarse guiar por su sensibilidad.
Sin embargo, al mismo tiempo, también se desarrolla la capacidad de reflexionar y, finalmente, hacia los veintiún años, se aposenta el alma intelectual, racional. Eso no quiere decir que a partir de los veintiún años el ser humano sea automáticamente sabio y razonable; no es así. ¡E incluso en este período puede cometer las mayores tonterías de su vida! Sin embargo, este es el momento en que entra en posesión de sus facultades de comprensión y de razonamiento.
En cuanto al alma divina, su entrada en nosotros depende de la vida que hayamos decidido llevar y de nuestro deseo de recibirla. Precisamente lo que llamamos “Iniciación” es el camino que el ser humano debe recorrer para “encontrar” su alma divina y atraerla, para que se instale y habite en él Iniciado es aquél que ha trabajado para transformarlo todo dentro de sí, a fin de atraer a su alma divina; todo su ser se ha vuelto armonioso, vibrando al unísono con la Inteligencia cósmica de la que llega a ser un conductor, un servidor.
Pero, en realidad, eso sólo es verdaderamente posible para algunos seres excepcionales que han trabajado en este sentido durante numerosas encarnaciones. Sólo deseaban reencontrarse, realizarse y atraer su alma divina para manifestarla plenamente. Durante años y años se han ido preparando con ejercicios de purificación, de meditación, de oración y de sacrificio, a fin de atraer a su Yo superior, a su Yo divino. Cuando lo consiguen, se dice que han recibido al Espíritu Santo.
También los cabalistas dicen que el hombre tiene varias almas. Al alma emocional, astral, la llaman Nephesh; al alma intelectual, Ruah; y a las almas superiores, Nechamah, Hayah y Iehida. En cuanto a los hindúes, ellos no hablan de almas, sino de cuerpos, lo cual también es exacto, ya que toda partícula de materia contiene una energía. Esta energía es el principio masculino, y la materia el principio femenino.
En todas partes, en el universo, la materia posee una energía; por tanto el cuerpo físico, que es materia, posee en sí una energía, y es a esta energía a lo que llamamos alma. Sin embargo, además del cuerpo físico, el hombre posee otros cuerpos más sutiles, y cada uno tiene su alma: para el cuerpo físico está el alma vital, para el cuerpo astral el alma emocional, y para el cuerpo mental el alma intelectual; para el cuerpo causal, el cuerpo búdico y el cuerpo átmico, también existen tres almas superiores. Cada cuerpo contiene, pues, su alma: el cuerpo es la forma, el contenido, y el alma la energía que lo anima. Ambos son inseparables. La propia naturaleza, el cosmos, es un cuerpo, el cuerpo de Dios, y tiene un alma, el Alma universal. Todo esto está claro, resulta transparente.
Pero volvamos a estos diferentes cuerpos. Las tres actividades fundamentales por las que se caracteriza el hombre son: el pensamiento (que tiene por instrumento el intelecto), el sentimiento (que tiene por instrumento el corazón) y la acción (que tiene por instrumento el cuerpo físico). No creáis que únicamente el cuerpo físico está hecho de materia: el corazón y el intelecto son también instrumentos materiales, sólo que su, materia es más sutil que la del cuerpo físico.
Una vasta tradición esotérica enseña que el cuerpo astral es el soporte y el vehículo del sentimiento, y que el soporte del intelecto es el cuerpo mental. Pero esta trinidad, cuerpo físico, cuerpo astral y cuerpo mental, constituye nuestra naturaleza humana imperfecta. Estas