La vida psíquica: elementos y estructuras. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Si el intelecto no está purificado por la luz del espíritu, es víctima del orgullo. Si el corazón no está purificado por el calor del alma, sucumbe ante las pasiones. Y precisamente el gran error de los seres humanos es haber roto la comunicación entre las regiones inferiores del corazón y del intelecto, y las regiones sublimes del alma y del espíritu; privados de esta conexión, el corazón y el intelecto se acongojan y afligen. Sólo una cosa puede salvarles, y es el encontrar a sus amos y servirles como buenos servidores. Entonces el corazón se convertirá en el conductor del alma y el amor divino se derramará a través suyo; el intelecto será el receptáculo de la sabiduría divina, y el espíritu se manifestará a través suyo.
“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas...” Jesús daba a entender con esto que todas las facultades del hombre deben ser puestas al servicio de la Divinidad. Pero, ¿cómo? El Maestro Peter Deunov decía: “Tened el corazón puro como el cristal, el intelecto luminoso como el sol, el alma vasta como el universo, el espíritu poderoso como Dios y unido a Dios...” Eso quiere decir que debemos amar al Señor con la pureza de nuestro corazón, con la luz de nuestro intelecto, con la inmensidad de nuestra alma y con la fuerza de nuestro espíritu.
El corazón debe ser puro, lo cual significa que se ha liberado de sentimentalismos egoístas, de todos los deseos y ansias que lo transforman en un lodazal, que lo enturbian y le impiden reflejar el cielo. El intelecto debe ser luminoso a fin de iluminar el camino. El alma debe ser vasta, y es el amor el que la expande y la dilata; cuando estáis llenos de amor, os sentís capaces de abarcar el universo entero. El espíritu se vuelve poderoso cuando se conecta con el Creador, porque la verdadera fuerza nos viene de la Fuente divina. Desgraciadamente estas cualidades que debemos poner al servicio de Dios, con frecuencia las ponemos al servicio de los demás, y entonces nos perdemos.
Alguien viene a veros y os dice: “Amigo mío, dame tu corazón, lo necesito...” Rehusáis al principio, pero entonces llora y luego suplica un día, una semana, un mes, y, finalmente, le dais vuestro corazón. Y ahí lo tenéis paseándose con dos corazones, pero vosotros ya no tenéis ninguno... Otro reclama vuestro intelecto diciendo que lo necesita para trabajar. Después de unas semanas, a fuerza de insistir, lo consigue, y de esta forma vosotros lo perdéis. Otro viene, y os dice: “Me gusta mucho tu alma, dámela...” Se la dais, y os encontráis sin alma. Finalmente alguien os pide vuestro espíritu. También en eso acabáis por ceder. ¡Así es como os creáis la reputación de seres caritativos!...
¿Estáis extrañados? ¿Pensáis que no es posible darle a alguien el corazón, el intelecto, el alma o el espíritu? Pues sí, es tan posible que os horrorizaríais si os dijese que son raros los que no han dado o vendido su corazón o su intelecto para obtener dinero o placeres, el poder o la gloria. Y las entidades inferiores del mundo invisible también tienen interés en apoderarse del corazón, del intelecto, del alma y del espíritu de los seres humanos, a fin de utilizarlos para sus trabajos tenebrosos. En realidad estos seres sólo consiguen esclavizar el corazón y el intelecto; el alma y el espíritu se les escapan gracias a su esencia superior, divina. Ahora bien, si llegan a estar sometidos durante un tiempo, se debe a su conexión con el corazón y el intelecto, ya que éstos están más cerca de la materia y son más influenciables a las corrientes inferiores. Pero no puede prolongarse por mucho tiempo, naturalmente, ya que el alma y el espíritu son libres e invulnerables. Exceptuando el caso en el que el hombre se ate consciente y definitivamente mediante un pacto con el diablo.
Pero también los espíritus superiores quieren manifestarse a través del hombre. Estos espíritus forman una jerarquía de Ángeles, de Arcángeles, hasta alcanzar la Divinidad,5 y sólo a ellos podemos – e incluso debemos – dar nuestro corazón, nuestro intelecto, nuestra alma y nuestro espíritu. Si nos mantenemos a su lado nunca nos robarán, perjudicarán, ni abandonarán; hay que rogarles que vengan y que se sirvan de nosotros para la gloria de Dios y de su Reino.
Diréis: “Entonces, ¿qué debemos hacer si alguien viene a pedirnos nuestro corazón o nuestro intelecto?” Pues bien, es muy sencillo. Imaginad que tenéis un violín: está armonizado rítmicamente con vosotros, con vuestras vibraciones, y entonces alguien os lo reclama. Tenéis que responderle: “Amigo mío, te ofrezco la música que surge de mi violín, pero el violín es mío y me lo quedo, no está hecho para ti...” Suponed que tengáis un capital depositado en un banco. Si alguien viene a pedíroslo, le diréis: “Amigo mío, te daré los intereses de este dinero, pero conservaré el capital para que me siga rindiendo...” Imaginaos otro caso: tenéis un árbol frutal en vuestro jardín y alguien quisiera arrancarlo para plantarlo en su casa. Le diréis: “Querido amigo, conservaré este árbol en mi jardín, donde le corresponde, pero puedes venir a comer de sus frutos cuando quieras. Te daré incluso un injerto, para que puedas plantarlo en tu jardín, pero no más...” Supongamos ahora que tengáis un libro extremadamente raro y precioso: se repite la misma historia, y os piden que lo deis. Decid: “Ven a mi casa todos los días, si quieres, para leerlo o copiarlo, pero el libro debe quedarse en mi biblioteca...” De esta manera dais trabajo a todos y sacudís su pereza. Todos evolucionan y todo el mundo está contento.
Deberíais establecer una correspondencia entre estos ejemplos y lo que podéis dar de vuestro corazón, de vuestro intelecto, de vuestra alma y de vuestro espíritu. No deis vuestro corazón, dad solamente vuestros sentimientos. No deis vuestro intelecto, sino vuestros pensamientos. No deis vuestra alma, sino el amor que de ella emana. No deis vuestro espíritu, sino las fuerzas benéficas que brotan de él.
II
Si os pregunto: “ ¿Conocéis las cuatro reglas aritméticas?”, me responderéis: “Claro que sí, sabemos sumar, restar, multiplicar y dividir...” Pues bien, no estoy muy seguro, porque estas operaciones son extremadamente difíciles de realizar. ¿No habéis sufrido nunca por haber hecho una suma imprudente con alguien sin saber luego cómo hacer la resta?... Lo que suma, en nosotros, es el corazón; el corazón sólo sabe sumar, siempre añade mezclándolo todo. El que resta es el intelecto. El alma multiplica y el espíritu divide.
Considerad al hombre a lo largo de su existencia. Cuando es niño toca todos los objetos, buenos o malos; los coge, los chupa y los come, hasta los que pueden hacerle daño. La infancia es la edad del corazón, de la primera regla, la suma. Cuando el niño crece y su intelecto comienza a manifestarse, rechaza todo lo que le es inútil, desagradable o perjudicial: resta. Luego se lanza a la multiplicación: su vida se puebla de mujeres, de hijos, de adquisiciones de todo tipo, de sucursales... Finalmente, cuando es viejo, piensa que pronto se va a ir al otro mundo y escribe su testamento para legar sus bienes a unos y a otros: divide.
Empezamos acumulando, y después rechazamos muchas cosas. A continuación debemos plantar lo bueno para multiplicarlo. Si no sabemos sembrar los pensamientos y sentimientos, no conocemos la verdadera multiplicación. Si sabemos sembrar se producirá una multiplicación, obtendremos una gran cosecha, y después podremos dividir, es decir, distribuir los frutos recogidos.
En la vida nos vemos continuamente enfrentados a las cuatro reglas. Esto ocurre cuando algo inquieta nuestro corazón y no conseguimos eliminarlo, o bien nuestro intelecto rechaza a un buen amigo con el pretexto de que no es sabio ni está bien situado. A veces multiplicamos lo malo y descuidamos plantar lo bueno... Hay que empezar por estudiar las cuatro reglas en la vida misma. Después, habrá que estudiar otras: las potencias, las raíces cuadradas, los logaritmos, etc... Pero, de momento, contentémonos con estudiar las cuatro primeras reglas, porque, hasta ahora, ni siquiera hemos aprendido a sumar y a restar. Algunas veces hacemos una suma aceptando alimentar un mal deseo, o bien rechazamos un buen pensamiento, un ideal elevado, debido a que el primero que ha llegado nos ha dicho que con semejantes pensamientos nos íbamos a morir de hambre. Ved, pues, cuántas cosas tenéis que aprender.
El corazón, el intelecto, el alma y el espíritu viven juntos en la misma