Demografía zombi. Andreu Domingo
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Así pues, las bautizadas «demodistopías» parecían cosa del pasado, el modo de explicar la emergencia tras la Segunda Guerra Mundial de unas obras de ciencia ficción, dedicadas a alertar sobre los peligros de la explosión demográfica, animadas por científicos como Paul Ehrlich y su Population Bomb, publicada en 1968.2 Su continuación durante el resto del siglo xx, y las secuelas cinematográficas de las novelas más vendidas, que tuvieron un repunte con la crisis de los años setenta, constituían una buena guía de los cambios demográficos, desde la caída de la fecundidad al envejecimiento de la población que ha caracterizado lo que ha venido a llamarse «Segunda transición demográfica», y justo en el inicio del tercer milenio, la aceleración de las migraciones a nivel internacional que han acompañado la globalización.
En el apartado «demograficción», con el que concluía el ensayo, jugaba a adivinar las condiciones de un futuro distópico en materia de población: la renovación de los miedos al crecimiento demográfico, y la involución en la gobernabilidad, en el intento de acabar con el proceso de igualación de los sexos, en limitar el crecimiento de la esperanza de vida, del derecho a la educación y la presión sobre la migración y sobre los inmigrantes, teniendo en cuenta que los jóvenes iban a ser progresivamente más escasos en algunas regiones, lo mismo que las mujeres lo resultarían para otras, debido al descenso generalizado de la fecundidad y a la selección de los sexos antes del nacimiento, respectivamente. Lo que entonces llamé la «utopía neoliberal». He de confesar con todo, que esa transformación me parecía tan torva como poco probable. ¿Íbamos a echar por la borda esas conquistas democráticas, certificadas por la transición demográfica? ¿Volvería a asustarnos el fantasma demográfico?
Con la llegada del nuevo milenio, en el año 2000, la población mundial alcanzó los 6.000 millones de habitantes, en 2011, se rebasaron los 7.000 millones, estimando que alrededor de los años ochenta de este siglo se estabilizaría en el límite de los 10.000 millones. Al hacerse eco de esa progresión, y debido al incremento de la incertidumbre que ha traído la crisis económica a nivel planetario, empezaron a oírse voces cada vez más inquietantes. Ya no se proyectaba solo la creación literaria, lo que empezaba a ser preocupante era que, con demasiada frecuencia, esos sombríos oráculos se pronunciaban abiertamente desde el mundo de la política y del de la ciencia. Así, en enero de 2012, el informe de riesgos globales presentado en el Fórum Económico Mundial de Davos, al exponer las tendencias más alarmantes (y según ellos más probables) que podían afectar el futuro, bajo el epígrafe de «Semillas de distopía», incluía la evolución demográfica como una de ellas, tanto en el volumen y crecimiento de la población, como en la estructura por edad y la dinámica para diferentes regiones mundiales. El año siguiente, en enero de 2013, el ministro japonés Taro Aso, apelando al patriotismo, pedía en la televisión a la población anciana de su país que se apresurara a morir para, de este modo, aliviar la creciente carga sobre las pensiones y el gasto sanitario. El mismo mes, el naturalista David Attenborough, famoso por su aparición en documentales sobre la naturaleza, hacía unas impactantes declaraciones advirtiendo que «los humanos somos una plaga sobre la Tierra», e instando a controlar el crecimiento de la población mundial, siguiendo la tesis difundida apenas dos años antes,3 posición por otra parte nada novedosa desde un ecologismo empeñado en ser el último bastión del maltusianismo. Tan solo unos meses más tarde, la fao sacaba a la luz un informe sobre el consumo de insectos exhibido por los medios de comunicación como una propuesta para combatir el hambre y atenuar así la presión que el crecimiento de la población ejerce sobre los recursos disponibles.4 Antes de acabar el año, la literatura reflejaba una vez más ese clima, y se publicaba Inferno, novela del escritor Dan Brown, una demodistopía en toda regla, donde se tomaba partido por la masiva esterilización de la humanidad, cuya versión cinematográfica fue estrenada en el año 2016 bajo la dirección de Ron Howard y con la actuación estelar de Tom Hanks. A partir de 2014, las distopías volvieron con más fuerza, alentadas por los sombríos parajes que anunciaba la crisis económica, y el desmoronamiento de estructuras e ilusiones que la acompañaban. En enero de 2015, coincidiendo con los atentados en Francia contra el semanario satírico Charlie Hebdo, perpetrados en nombre del fundamentalismo islámico, se promocionaba Soumission, de Michel Houellebecq, que además de inspirarse de la fuente de la distopía de Anthony Burgess 1985,5 donde imaginaba una Gran Bretaña dominada por un sindicalismo inoperante a punto de caer en manos del islamismo, en su apelación a la demografía podía ser considerada una actualización de los argumentos eugenésicos defendidos a principios del siglo xx por el filósofo Bertrand Russell (aunque en este caso era el prejuicio anticatólico y no la islamofobia el que animaba el temor a la substitución étnica)6 ¿Qué estaba ocurriendo?
La incertidumbre provocada por la crisis económica ha ido acompañada de una acumulación de paradojas que nos ha empujado a la perplejidad al constatar de qué manera la respuesta política, aplicada frecuentemente, ahondaba en las mismas causas que nos habían precipitado a la recesión. ¿Quién no se ha preguntado con estupor cómo era posible que tras la crisis financiera que siguió al estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 se siguiera insistiendo en los discursos desregularizadores que se encontraban en la raíz de dicha crisis? O, en otro ámbito, ante la llamada «crisis de los refugiados», desencadenada por la ineficiente política migratoria de la Unión Europea, ¿quién no se ha pasmado frente a la lentitud en la toma de decisiones y su lamentable final, que ha incrementado la misma línea política basada en la externalización del control de fronteras, premiando a un régimen en plena deriva autoritaria como el turco bajo Erdogan, que había estado implicado en la avalancha de refugiados del verano de 2015 que ahora se quería detener? Esos contrasentidos dejan de serlo si entendemos la manera en que las catástrofes han pasado de ser un riesgo convertido en oportunidad, a un efecto buscado para imponer las mismas directrices políticas que muchas veces se encuentran entre sus motivos iniciales. El triunfo del Brexit en el referéndum del 23 de junio de 2016, con la necesidad de restringir la inmigración como estandarte de su campaña, pero también de luchar contra la «superpoblación» del Reino Unido postulada por grupos de presión favorables a la salida de la ue, como «Population Matters»,7 y apenas cinco meses después la victoria de Donald Trump el 8 de noviembre del mismo año, con una decidida política antiinmigatoria que hace retroceder al país a la situación anterior a 1965, han empujado a parte de los movimientos sociales y a la intelectualidad a creer que nos aproximamos a una situación crítica donde muchos siguen autoengañándose, negando el ascenso del totalitarismo, de modo similar a lo que ocurrió en los años precedentes a la Segunda Guerra Mundial. El repunte de las ventas en Estados Unidos de la distopía 1984 de George Orwell,8 semanas después de la toma de posesión de la presidencia por el candidato republicano y la popularidad del concepto de la «posverdad» tras su inclusión en la última versión del Diccionario de Oxford (asimilada a la orwelliana «Novolingua»), parece responder a esa inquietud. Otros prefieren seguir pensando que se trata del trasnochado gusto gótico de una izquierda desnortada, que ha abrazado el milenarismo como último recurso, obviando la mejora sin precedentes de los niveles de prosperidad y paz globales, siguiendo los dictados de Davos.9
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Esta ha sido la pregunta inicial que he intentado responder en este nuevo ensayo, por lo que me dispuse a analizar el discurso de políticos y científicos que habían abordado la evolución de la población en el nuevo milenio desde una perspectiva distópica. A diferencia del anterior, la exposición no se ha articulado mediante la óptica histórica, se ha priorizado la producción del siglo xxi. Ello no ha impedido retroceder al pasado cuando se ha considerado que la comprensión genealógica lo exigía, de modo que se han focalizado unos períodos clave, mientras que el resto ha quedado en las brumas que rodean la senda que me ha impulsado a reflexionar sobre el papel de la sociedad de mercado en el proceso de creación y catalogación de poblaciones. Durante la investigación descubrimos cómo el género zombi, en su transformación y popularidad en el nuevo milenio, resultaba el reflejo de ese cambio radical en la organización social y sus expectativas de futuro, que empezaba con la categorización de la población entre resilientes y redundantes. Pese al escepticismo que despiertan los estudios culturales en la demografía como disciplina científica, y al descrédito de la acusación de frikismo que suscitan en el mundo académico en general, defendemos que el análisis de las producciones