Demografía zombi. Andreu Domingo
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Demografía como simiente distópica
Bajo la perspectiva maltusiana: el crecimiento
Aunque el crecimiento de la población a nivel planetario se haya desacelerado desde los años ochenta del siglo xx, este no desaparece como riesgo global, al contrario, continúa acaparando el protagonismo en los riesgos medioambientales y geopolíticos. La construcción del crecimiento de la población como factor de riesgo global sigue enmarcada en la ortodoxia maltusiana donde, a largo plazo, se señala el desajuste entre dicha progresión y la inversión que se estima necesaria en la agricultura para aumentar la productividad y así hacer frente a la demanda de alimentos que acompañará ese aumento; y, a corto, se descubre como una amenaza a la biodiversidad y a la sostenibilidad de los ecosistemas, aunque se matice que el peligro deriva de la conjunción entre el incremento de la población y el mantenimiento de las pautas de consumo. Además, la desaceleración global puede ocultar aceleraciones regionales correspondientes a los países pretransicionales demográficamente hablando, lo que constata la existencia de una evolución demográfica a dos velocidades, que en sí misma se metaboliza como un riesgo geopolítico. No se introduce nada nuevo respecto a los argumentos que fueron ya fijados a finales del pasado siglo xx. Lo remarcable es la relación que se establece entre la perspectiva ecológica y la de seguridad en el tratamiento del crecimiento de la población. La constante va a ser que se presenta como presión sobre los recursos, con claras repercusiones en conceptos como «la seguridad alimentaria»,38 la aceleración de emisiones relacionadas con el cambio climático,39 la desestabilización política —en concreto se cita Afganistán—, el estrés hídrico40 o el incremento del desempleo, a pesar del crecimiento económico previsto para los próximos años.41
En este punto —la construcción del crecimiento de la población como riesgo global— el discurso del Fórum Económico Mundial se aleja ostensiblemente de la heterodoxia neoliberal, por lo menos en su enunciación académica. A este respecto, vale la pena recordar que mientras Friedrich Hayek42 denunciaba el maltusianismo abrazado por el movimiento del Club de Roma y el crecimiento cero, como una especie de pseudociencia, el también economista neoliberal, Julian Simon —siguiendo los pasos de Ester Boserup—, mantuvo un pulso con el matrimonio Ehrlich y la corriente neomaltusiana para no solo desdramatizar el crecimiento de la población, sino loar sus beneficios económicos, tanto en la producción como en el consumo y la innovación, aireado en las páginas de la prestigiosa revista Science.43 En el terreno estrictamente político, estos argumentos permitieron el viraje del gobierno norteamericano bajo Ronald Reagan en materia demográfica, dado con motivo de la Conferencia Mundial de Población de México en 1984, con una significativa retirada de la aportación norteamericana a los fondos de población de Naciones Unidas (destinadas en gran parte a la planificación familiar en el Tercer Mundo). Las tesis optimistas de Simon, que defendían la capacidad de innovación tecnológica para aumentar la productividad y dejando en manos de los mercados la regulación de las poblaciones se vio relegada —dentro del argumentario neoliberal que representa el propio wef— por el uso y abuso que de ellas hicieron los primeros negacionistas del cambio climático mayoritariamente conservadores y partidarios de la desregularización, hoy completamente desprestigiados. Sin embargo, como veremos, no desaparecieron, se desplazaron al ámbito del envejecimiento como riesgo global.
Si volvemos a la actual ortodoxia neoliberal, representada por Davos, el crecimiento demográfico junto con la evolución económica son tratados como factores detonantes o multiplicadores de otros riesgos, principalmente en los países de economías emergentes.44 El punto álgido en esa percepción llegará con el informe de 2012, cuando la evolución demográfica en sí misma es presentada como Seed of Dystopia (Semilla de distopía), sin duda influido por la escenificación mediática del crecimiento de la población organizada por Naciones Unidas, al designar el 31 de octubre de 2011 como el día en que «oficialmente» se estimaba el nacimiento del habitante número 7.000 millones del planeta, llegando a «identificar» al recién nacido que establecía ese récord en la persona del ciudadano filipino Danica May Camacho. Por último, en los informes de los años ٢٠١٤ y ٢٠١٥, el crecimiento de la población urbana eclipsa al del conjunto del planeta como riesgo global, haciéndose eco de los informes de las Naciones Unidas respecto a su aceleración creciente desde que en 2008 rebasara el 50% del total de la población mundial, debido también a la reducción prevista a partir de 2014 de la rural, asumiendo que este va a contribuir a la agudización de los riesgos ecológicos, pero también al aumento de la desigualdad y la inestabilidad políticas,45 especialmente en el incremento de la urbanización en los países no desarrollados.
Estructura de la población
Respecto a la estructura por sexo y edad de la población, debemos distinguir entre dos fenómenos: en primer lugar, el envejecimiento de la población; en segundo, la relación entre estructura demográfica, desarrollo económico y gobernabilidad global. El envejecimiento a lo largo de este período es tomado en cuenta desde dos facetas diferentes: su impacto sobre el sistema de seguridad social en general, y sobre la multiplicación de los gastos en salud, en particular. En el primer caso, aparece señalado como un riesgo cuando se aborda la huella de la crisis fiscal y el desempleo en los sistemas de seguridad social. Se reclama la necesidad de un nuevo contrato social que tenga como centro las transferencias intergeneracionales, subrayando la insostenibilidad del sistema de pensiones debido a la estructura por edad de la población. Ese colapso, cuya previsión y causas eran anteriores a la crisis económica, exige —siempre según los redactores del informe— una redistribución de los costes en el futuro entre los individuos y el Estado, lo que implícitamente significa también entre el sector público y el privado.46
Es aquí donde volvemos a encontrar la huella de las posiciones neoliberales más recalcitrantes revisitadas a inicios del siglo xxi como, por ejemplo, el trabajo de Phillip Longman47 alertando sobre el descenso de la fecundidad. Por una parte, plantea la recuperación de la fecundidad como una lucha contra el fundamentalismo religioso opuesto a los valores de las sociedad orientada hacia el mercado en una revisión de los argumentos eugenistas de principios de siglo xx (solo por el peso de su reproducción). Por otra, aunque no se plantee directamente en términos de «choque de generaciones» como otros autores han estado tentados de hacer, sí se recurre a un argumento recuperado en los informes sobre riesgos globales, al señalar que la inversión en pensiones y sanidad que provoca el futuro envejecimiento de la población compite con los recursos necesarios para el desarrollo de I+D, y por lo tanto disminuye la capacidad de innovación de las sociedades envejecidas. Concretamente, al tratar el tema de la salud, el progresivo envejecimiento se considera el responsable del aumento del gasto destinado a salud pública que va asociado a la morbilidad —las enfermedades crónicas— y a la mortalidad propias, lo que se etiqueta como «pandemia silenciosa».48 El envejecimiento en los países desarrollados se va a seguir considerando la espada de Damocles que pende sobre las generaciones del presente y futuras, al poner en entredicho el nivel de recaudación fiscal suficiente para garantizar la sostenibilidad de la seguridad social.49 Pese afirmarse que manejado eficientemente el envejecimiento también puede concebirse como una oportunidad para la sociedad y los negocios o, más concretamente, el sostenido aumento de la longevidad —ya que la población anciana es redescubierta como un prometedor yacimiento de consumo—, sigue arrastrando junto con el incremento de la obesidad la carga negativa que supone su contribución al aumento de los costes sanitarios y su repercusión en las pensiones.50 El envejecimiento, pues, es utilizado como una amenaza que apremia a la reestructuración sanitaria y al sistema de pensiones, en el sentido de hacer necesaria su privatización. Pero al mismo tiempo, esa crisis, como inevitable, empieza a ser vista como una oportunidad