Demografía zombi. Andreu Domingo
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Como veremos en el capítulo cuarto dedicado a las migraciones, se plantea una de las contradicciones más agudas de la política migratoria comunitaria, que formalmente adoptará esta línea: por un lado, se admite la necesidad de inmigración (según la perspectiva del mercado laboral), pero, por el otro, se sigue restringiendo esa carencia a los inmigrantes con mayores niveles de instrucción, sin que la experiencia reciente de la inmigración llegada a la ue corrobore esa exclusividad. Todo lo contrario. Del mismo modo, se sigue subrayando la dificultad de adoptar ese punto de vista, que se pretende emanado de las exigencias del mercado laboral, y la gestión, en términos de opinión pública, que en épocas de crisis tiende a reclamar políticas cada vez más restrictivas y proteccionistas. Leámoslo desde otra perspectiva: incluso en un contexto de desproporcionado desempleo, provocado por la mala gestión económica, los acólitos de la doctrina neoliberal siguen defendiendo a ultranza la entrada de mano de obra que supuestamente el mercado autorregulado se encargará de manejar. Eso sí, asumiendo que los costes del empobrecimiento de los autóctonos y los generados por el asentamiento de los inmigrados recaerán sobre sus propias espaldas, en ningún caso sobre las empresas que acabarán beneficiándose de la presión a la baja ejercida sobre los salarios de unos y otros.
Una especial atención nos merece el tema de la «Generación perdida» que encontramos en los últimos informes, definida globalmente por el parámetro económico: ser víctimas de la crisis siendo jóvenes, pero también por lo tecnológico, ser la primera generación nativa digital. El aumento del coste de la educación, el incremento del desempleo y la precarización, y la proyección de sus carreras son las amenazas eminentes a las que han de hacer frente. Una vez más se aborda el diferente contexto demográfico y económico para entender la situación de unos y otros jóvenes: en los países desarrollados —donde el riesgo es la ruptura del contrato social intergeneracional—, en los países emergentes —en los que el impacto aparece mitigado, pero donde, sin embargo, el crecimiento de la población urbana y el propio salto de la tradición a la ultramodernidad significa un desafío generacional— y, por fin, en los países en vías de desarrollo —abocados a la frustración entre las expectativas y la oferta laboral y las condiciones políticas de estos países, poniendo como ejemplo la juventud que protagonizó la Primavera árabe—. Aunque la escasez relativa de jóvenes que planea sobre la futura demanda del mercado de trabajo pueda parecer a medio y largo plazo una solución para la juventud del futuro, la generación joven del presente parece condenada a la inestabilidad, a los bajos salarios y productividad, y a la economía informal. A consecuencia de ello, preocupa la inestabilidad política. Por primera vez la migración se manifiesta más como solución que como problema, aunque con dos significativas limitaciones: se refiere únicamente a los altamente cualificados y sujeta a la circularidad.61 En el informe del año 2015, no obstante, los persistentes altos niveles de desempleo junto con la emigración llamada involuntaria son apuntados como los factores más acuciantes de inestabilidad social en Europa, deshinchándose así la percepción de las migraciones como la panacea a la crisis económica en la desocupación dentro de los mercados estrictamente nacionales. Esa pérdida de fuelle no puede considerarse ajena a la constatación del fracaso de las políticas migratorias tanto en los posibles países de destino como en los de origen desarrolladas a consecuencia del impacto sobre la población joven de los ajustes estructurales tras la crisis de 2008. Alemania entre los primeros y España entre los segundos. Aunque aquí fuera a nivel retórico, hablando de «movilidad externa» o de «espíritu aventurero de la juventud», para bochorno generalizado. Mientras, al mismo tiempo, las migraciones forzadas a consecuencia de la implantación del Estado islámico, y de otros movimientos terroristas en el mundo, se señalan como uno de los riesgos globales en los países en vías de desarrollo.
En 2016, la migración involuntaria a gran escala aparece el riesgo más probable, y el segundo en impacto, solo por detrás del cambio climático. A consecuencia de la crisis de refugiados evidenciada en el verano de 2015, en el último informe disponible correspondiente al año 2016, las llamadas «migraciones involuntarias a gran escala» que comprenden tanto los movimientos de los desplazados y refugiados a raíz de la violencia, como se explicita puede ser el conflicto bélico en Siria o Irak, se añaden las migraciones ocasionadas por el cambio climático, y muy significativamente, también por primera vez, las provocadas por causas económicas. La diferencia es esencialmente temporal: mientras que la crisis de refugiados ya se ha producido y sus consecuencias se perciben inmediatas —los próximos 18 meses—, las resultantes del cambio climático se ven más lejanas —a diez años vista.
La falta de políticas de integración efectivas, en la mayoría de países se puede traducir en la formación de guetos, comunidades aisladas en el margen de la sociedad, prestas a la frustración y vulnerables al desencanto e incluso a la radicalización [nos advierte el informe].62
De este modo, y casi por la puerta trasera, se cuela el tema de la «seguridad». La diferencia temporal aludida determina estrategias variadas aunque todas ellas centradas en asegurar la resiliencia, de acuerdo con el protagonismo que ha adquirido, y que analizaremos en el próximo apartado. Si la pregunta antes era: ¿cómo hacer resilientes a los miembros de la generación perdida?, ahora es: ¿cómo aumentar la resiliencia de los refugiados que ya han llegado a Europa? ¿Cómo hacer resilientes al cambio climático a las poblaciones amenazadas? Esas preguntas solo insinuadas quedan flotando en el aire. Lo que sí que se afirma es el beneficio que puede representar la aportación de la población desplazada sea para los países donde están en tránsito: incentivando la demanda, activando el comercio internacional, incrementando los flujos monetarios mediante las remesas, o potenciando el uso de nuevas tecnologías; y para los de acogida: como suplemento de población en edad activa para compensar el déficit relativo de jóvenes que implica el envejecimiento que las caracteriza. El temor a que pongan en peligro la seguridad ensombrecerá esos argumentos a favor de la aceptación de los nuevos flujos masivos. Ese esfuerzo parece quedarse en un momento fallido de seducción de los gobiernos de los países de tránsito sobre los que se intensificará la presión para que se conviertan en países de refugio permanente, y sobre la población de los países europeos que aparecen como las metas de los refugiados, con el fin de hacer más aceptable la recepción de esos flujos masivos.
Sobre la resiliencia
La resiliencia y su tortuoso camino hasta la demografía
Por resiliencia se entiende genéricamente la capacidad de una sustancia o material de volver a su forma original después de haber sido doblada, estirada o presionada. Procediendo de la física, y aplicándose primero a la ingeniería y la arquitectura, el término se popularizó a principios del siglo xix. Aparece entonces relacionado con los conceptos de elasticidad y resistencia, no siendo, sin embargo, lo mismo.
A principios del siglo xx, el concepto ha pasado a múltiples disciplinas, se aplica tanto a individuos como a sistemas complejos adaptativos, cargándose a su paso en cada una de ellas de un sentido específico. Entre estas podemos destacar la ecología o la medicina, pero también las ciencias sociales, como la psicología, la geografía, la sociología y las ciencias políticas o, más recientemente, la informática, multiplicando su presencia en los últimos años en su asociación con el concepto de «sociedad del riesgo», especialmente prolífica en lo que se refiere a la sostenibilidad y al impacto del cambio climático.63 La extensión de su uso es tan grande, que su aplicación abarca campos completamente distantes entre sí, como la gerencia de empresas, la gobernabilidad de las instituciones, la innovación social, los sistemas urbanos, el estudio de la pobreza y la vulnerabilidad, o la economía, por citar solo algunos. A esa ubicuidad disciplinaria y aplicada le corresponde una apropiación ideológica tanto desde el discurso neoliberal como, en el otro extremo, de posiciones anticapitalistas. No es nuestra intención establecer una genealogía —aún por realizar— de la evolución del concepto en su diseminación por estas diferentes especialidades, lo que a nosotros nos interesa es saber cómo este ha llegado a ser aplicado a las poblaciones humanas, y cómo esa aplicación altera su naturaleza. De hecho, nuestro objetivo concreto aquí resulta ser aún más restringido: saber de dónde proviene el concepto cuando es utilizado