Demografía zombi. Andreu Domingo
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Sabiendo como sabemos que uno de los primeros saltos disciplinarios que dio la resiliencia fue a la ecología, y al estudio de las poblaciones animales, y conociendo además que uno de los pioneros de esa adaptación fue también uno de los padres fundadores de la demografía contemporánea, nos referimos al matemático que despuntó por sus estudios sobre la dinámica de las poblaciones —animales y humanas— y llegó a ser presidente de la Population Association of America entre 1938 y 39, Aldred J. Lotka (1880-1949), la deducción más automática sería creer que la demografía heredó la noción de resiliencia y otros conceptos a ella asociados —robustez y redundancia, por ejemplo— directamente de la ecología. Sin embargo, aun siendo el más corto, no nos parece que ese sea el camino que se ha recorrido. Los primeros trabajos de A. J. Lotka, así como los de su colaborador Vito Volterra (1860-1940), menos conocido hoy en día entre los demógrafos, versaron sobre las leyes demográficas que tomaban en principio las poblaciones de peces como modelos la idea de población estacionaria —aquella que se mantiene siempre el número de individuos que la componen gracias a un crecimiento natural nulo mediante el juego compensatorio de mortalidad y fecundidad— y el impacto de los cambios (especialmente los medioambientales) a los que podían estar sometidas esas poblaciones.64 Lo mismo ocurre con los interesantes desarrollos posteriores llevados a cabo por la ecología, como por ejemplo, el del canadiense Crawford S. Holling,65 donde la resiliencia pasa a ser considerada como el producto de la adaptación a las fluctuaciones de diverso tipo, redefiniendo el concepto de estabilidad en relación al de equilibrio. Aunque este aportará dos elementos clave de la comprensión de la resiliencia en otros campos: que la resiliencia no implica volver al estado de equilibrio original; y que significó acomodar en la perspectiva de la resiliencia los acontecimientos futuros inesperados, abrazando de este modo la realidad de lo desconocido como elemento de investigación.66 Tampoco los trabajos que siguieron explorando el concepto de resiliencia en la ecología tuvieron un efecto mayor en la conceptualización aplicada a la demografía: en la mayoría de estos las poblaciones humanas siempre han sido consideradas como el elemento perturbador del equilibrio de los ecosistemas. Pese a que recientemente algunos han intentado analizar la relación entre las poblaciones (y civilizaciones) humanas con el medio ambiente, como el ecólogo John Anderies.67 La demografía, en su desarrollo clásico justo antes y después de la Segunda Guerra Mundial, heredó de la biología y la ecología la preocupación sobre los conceptos de estabilidad y equilibrio referidas a las poblaciones —como por ejemplo con el mencionado concepto de población estacionaria—, pero no se acercó al concepto de resiliencia en el sentido en el que lo encontramos aplicado actualmente. Hoy que la disciplina vuelve su mirada hacia la comprensión de las dinámicas demográficas de las poblaciones animales y la biodemografía evolucionista, tampoco parece que lo haga desde la perspectiva de la resiliencia, como puede deducirse de la definición de biodemografía realizada por James R. Carvey y James W. Vaupel,68 donde ese concepto no se utiliza.
Más que de la ecología directamente, la noción de resiliencia puede haber llegado a la demografía a través de los estudios geográficos o sociológicos bien relacionados con la vulnerabilidad y la pobreza (empezando por el estudio clásico de Amartya Sen),69 bien con el impacto de las catástrofes (que por definición toman como unidad de análisis el territorio y la población), en especial en la previsión de movimientos migratorios resultantes del cambio climático. Por supuesto que todos ellos se vinculan con el análisis institucional de la resiliencia, en especial de la gobernabilidad, pero tal y como aparece enunciado en el informe mencionado más arriba, es deudor de la aplicación de «resiliencia» en el campo de la gerencia propia de las empresas y su relación con la gobernabilidad, es decir, en la apropiación que el discurso neoliberal ha hecho del concepto. El camino más largo y sin lugar a dudas el más tortuoso. El concepto de la resiliencia como base para la gobernabilidad comporta el principio de inasegurabilidad.70 Ya no somos capaces de controlar anticipadamente los riesgos, se admite implícitamente que no hay forma de compensarlos, y su ilimitación.
El concepto resiliencia en el informe sobre riesgos globales
Los informes sobre riesgos globales del World Economic Forum, resultan una magnífica brújula para seguir el norte de ese desplazamiento. El término «resiliencia» aparece en el primero, en 2006, como estrategia de mitigación del riesgo asociada por igual a las instituciones como a la sociedad, sin que se identifique con una población en concreto. Se trata de una estrategia de gestión, que parte más de la tradición del desarrollo que se ha hecho de este concepto desde la empresa que de la ya larga historia que hizo pasar de la física a las ciencias sociales. El concepto volverá a citarse refiriéndose al mercado (se habla de resiliencia de la exportación como contrapeso a la disrupción de los mercados financieros), al propio sistema financiero (como la capacidad tanto de resistir los embates de la crisis, como de volver a la «normalidad» anterior, o de llegar a un nuevo equilibrio) o a la correcta gestión de las cadenas de distribución,71 a la eficiencia de las respuestas fiscales y monetarias, a la gobernanza y la regulación.72 Solo al tratar de los efectos del cambio climático se adopta una perspectiva a escala nacional, aunque siempre el concepto de resiliencia está referido a la economía y no a las poblaciones. Únicamente de forma indirecta «la resiliencia» se relaciona con la población cuando se habla de la inversión necesaria en infraestructuras al considerar la dependencia que la población y las organizaciones tienen de su buen funcionamiento pero entendiendo que en todo momento se sigue hablando de la resiliencia del sistema no de las personas.73
El informe de 2013 se dedica al concepto de resiliencia y, por vez primera, este se extiende al planeta desde la perspectiva medioambiental, y lo que es más importante, se dedica un apartado especial a la resiliencia nacional. La metáfora usada, «la tormenta perfecta», sintetiza el choque entre los riesgos económicos, que se han impuesto durante la crisis económica como la principal preocupación—, y los medioambientales —incrementados por el efecto de la crisis económica—, desafiando la conjunción de ambos, la resiliencia a nivel nacional. También por primera vez se realiza el esfuerzo de determinar con más detalle el concepto de resiliencia, reconociendo su origen en el campo de la ingeniería, y su difusión en múltiples disciplinas científicas —sin profundizar más en ello; por lo que acaba ampliándose la definición que había aparecido en 2012:
[...] la capacidad de: 1) adaptarse a contextos cambiantes, 2) soportar choques repentinos y 3) recuperar un equilibrio deseado, volviendo al anterior o alcanzando uno nuevo, preservando la continuidad de su funcionamiento.74
El progresivo protagonismo que ha ido tomando el concepto de «resiliencia» culmina en 2014, cuando ya desde el sumario ejecutivo que sirve de presentación, la resiliencia y su construcción aparecen como el objetivo final de los propios informes. Definición que seguirá vigente a partir de entonces. En 2015 se refiere a las buenas prácticas en la lucha contra las catástrofes naturales, se dice que: «Fortalecer la resiliencia es un intento de reducir la exposición y finalmente el potencial impacto catastrófico de los riesgos naturales».75 Y, también en el correspondiente a 2016, la resiliencia ha pasado a ser presentada como el objetivo articulador de todo el informe sobre riesgos globales, bajo el nombre de «el imperativo de la resiliencia». Ya que la resiliencia es producto sobre todo del buen gobierno, entendido como el manejo correcto de los factores de riesgo; el desarrollo del concepto está estrechamente vinculado con el de fragilidad aludiendo al Estado —como también puede observarse en la utilización que de dicho concepto hace la ocde76—, y con el de vulnerabilidad, en especial cuando hablamos de poblaciones y de individuos. El destacar a los jóvenes y a las minorías como especialmente vulnerables, por lo menos respecto a la ocupación a partir de la crisis económica, va a tener su traducción en el énfasis que se va a dedicar a la llamada «generación perdida», por un lado —y mucho mayor—, y a las políticas de integración de la población inmigrada, por otro —en este caso, solo enunciado—, junto con la población urbana.77 Llegados a este punto, la resiliencia no se refiere exclusivamente ya al sistema económico o a una parte integrante, y se aplica también a una población humana. En concreto, al tratar de la «generación perdida», su diagnóstico despliega una serie de medidas para rescatarla que pueden ser interpretadas como «una construcción de resiliencia» en torno a ellas. De este modo, «la resiliencia» ha dejado de ser