Las revelaciones del fuego y del agua. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Las revelaciones del fuego y del agua - Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Estad pues muy atentos.

      Ahora, como posiblemente no todos los días tenéis la oportunidad de entrar en contacto con el agua en la naturaleza, podéis ejercitaros en vuestra casa. Llenad una copa de agua: aunque sea en pequeña cantidad, ella representa a todas las aguas de la tierra, porque simbólicamente, mágicamente, incluso una sola gota de agua basta para relacionarse con todos los ríos y con todos los océanos. Os concentráis pues en el agua de esta copa llena, la saludáis para que se vuelva aún más viva y vibrante, le decís cuánto la admiráis y cuán bella la encontráis, así como que deseáis que os dé su pureza y su transparencia. Luego podéis tocar el agua, hacerla correr sobre vuestras manos pensando que entráis en contacto con su cuerpo etérico, que absorbéis sus vibraciones de las que os impregnáis.

      Podéis también formar imágenes: manteniendo siempre vuestras manos en el agua, pensad por ejemplo que os bañáis en un lago de alta montaña, el lago más puro, el más cristalino y comulgáis con su frescura, su pureza... Si hacéis este ejercicio con un sentimiento sagrado, sentiréis vibrar vuestro cuerpo en armonía con toda la naturaleza, os sentiréis aliviados, purificados y hasta vuestro cerebro funcionará mejor. Después de un ejercicio parecido, ¡cuántos cambios! Pero con la condición que este factor más poderoso, el pensamiento, se ponga a trabajar. Gracias al pensamiento, todo lo que Dios ha creado puede serviros para mejoraros, purificaros, reforzaros y volveros más inteligentes.

      Así pues, ejercitaros, no es poca cosa y sin importancia mirar el agua en una copa de cristal; tocarla con amor, sentir su frescura, su dulzura, contemplar su transparencia. Y puesto que el agua es, entre los cuatro elementos, el que se mezcla más íntimamente con nuestro organismo, podemos también al beberla establecer comunicaciones con las fuerzas puras del universo, y absorber los elementos que ella contiene. Pero evidentemente, para eso, hay que beberla lentamente, en pequeños sorbos, con la conciencia de que se absorbe la sangre de la naturaleza que da de beber y nutre a todas las criaturas. Esto es nuevo para vosotros, ¿no es cierto? Seguramente nadie os ha dicho nunca cómo beber el agua para que ella os dé su vida, su pureza, su transparencia.

      Hay que haber perdido el conocimiento en el desierto a causa de la sed para comprender realmente lo que es el agua. El agua es la madre de la vida y merece nuestro respeto, nuestro reconocimiento y nuestro amor. En las bodas de Caná, Jesús transformó el agua en vino, es decir en sangre, en vida. Bebed el agua pensando que en vuestro cuerpo, también ella se transforma en sangre portadora de vida. Meditad largamente sobre esta idea y decidle al agua: “Tú que alimentas a todas las criaturas, revélame los secretos de la vida eterna...”

      7 El libro de la Magia divina, Col. Izvor nº 226, cap. VIII: “El trabajo con los espíritus de la naturaleza”

      IV

      EL AGUA, LA CIVILIZACION

      ¿Qué es una civilización? El producto del agua. Sí, observad dónde han instalado sus casas los humanos desde los orígenes: al borde del agua. Algunas veces al borde del mar, pero la mayoría de las veces al borde de los lagos, de los ríos, de los afluentes. ¿Por qué? Es simple.

      Una fuente brota en la montaña, el agua desciende abriéndose un camino en medio de las rocas: el musgo, la hierba y las flores comienzan a crecer a su paso. Cavando poco a poco su lecho y con el refuerzo de otros pequeños cursos de agua que se juntan a ella, se convierte en un riachuelo bordeado de árboles y todo un mundo de peces, de insectos, de pájaros y pequeños animales se ponen a pulular en sus aguas y sobre sus riveras. Finalmente, llega a la planicie y poco a poco, los hombres atraídos por toda esta vida que perciben, consideran que son buenas condiciones para ellos y deciden instalarse. Lo comprendéis ahora: ha bastado que el agua fluya y la vegetación ha venido, los animales han venido, los humanos han venido. Imaginad que decimos: “Veamos, instalemos pájaros aquí, allí algunos árboles frutales, allá una escuela, etc...”, sin haber pensado previamente en el agua, pues bien, los pájaros no se quedarán, los árboles se secarán y la escuela se cerrará.

      Evidentemente, esta agua de la que os hablo es simbólica. Esta agua, es el amor. El agua, la vida, el amor, es la misma cosa... los planos son diferentes, pero la realidad es la misma. Mientras no hay amor, hay desierto, y nadie desea instalarse en un desierto. Atravesamos el desierto, pero no nos instalamos en él, continuamos hasta que encontramos un punto de agua, justamente, un oasis. Desgraciadamente, cuando quiere construir algo, la mayoría de la gente no piensa en el agua, en el amor, no creen que el amor sea necesario, cuentan sólo con la organización. Y entonces, establecen programas, redactan estatutos, construyen edificios donde instalan personas a las cuales les atribuyen funciones… ¡es magnífico, pero es el desierto! Y os aseguro que no hay muchos candidatos para quedarse mucho tiempo en un desierto, por más organizado que sea.

      Mientras no haya vida, que es el verdadero motor de las cosas, nada funciona. Pero en cuanto aparece la vida, el amor, aunque no haya nada organizado, todo se pone en su sitio, exactamente como la vegetación, los animales y los humanos son empujados naturalmente a instalarse al borde de un curso de agua. Eso es lo que siempre he sabido. Por eso, nunca me he ocupado de la organización. He dejado fluir el agua y es así como, poco a poco, ha nacido y se ha desarrollado la Fraternidad. Así pues, también vosotros debéis primero hacer fluir el agua.

      Sean cuales fueren las dificultades, las penas, dejad fluir el agua, os volveréis más ricos, sí, más ricos en toda clase de presencias que vendrán a embellecer vuestra vida. Si permanecéis en el desierto, no os quejéis, vosotros lo habréis escogido, y nadie más: “Me diréis, pero, me he puesto en este estado por culpa de fulano y mengano que me han engañado, me han traicionado, no soy yo quien...” Sí, sois vosotros, razonáis mal, nadie os fuerza a estar en este estado. Hay personas que han querido dañaros, está claro, pero no estáis obligados a sufrir pasivamente su maldad y añadir todavía a este inconveniente la desgracia de secarse. Entonces, ya veis, ¡mal razonamiento! Y si no enderezáis la situación, si abandonáis así la esperanza, el amor, la fe, estáis muertos. Incluso antes de morir, ya es la muerte.

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