Presidente. Katy Evans
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Para poder olerlo.
No, esto último definitivamente no.
En cualquier caso, estoy segura de que, con una bebida, estaré un poco menos nerviosa. ¡Pero ya es muy tarde para beber!
Antes de ponerme en pie para recibirlo, Matt —el puñetero Matt Hamilton, la perfecta chocolatina americana— se hunde en el asiento que hay a mi lado. Sus ojos quedan a la altura de los míos cuando se inclina adelante.
—Para que lo sepas, no soy un acosador loco que intenta llamar tu atención. —Su voz está tan cerca que es como si hubiera pasado un dedo por mi columna.
Y su timbre es como sexo sobre sábanas de seda.
Su aroma es un preludio del sexo.
Incluso sus ojos cálidos de color café parecen una invitación al sexo.
Río y me sonrojo.
Sus labios se curvan y su sonrisa traviesa es como un preliminar; uno de los que las chicas como yo solo vemos por la tele; de la clase que se filtra, desapercibido, hasta que tienes las braguitas en cualquier sitio excepto donde deben estar.
Ay, Dios. Nunca he visto a un tío tan bueno.
Me esfuerzo por reprimir un pequeño escalofrío.
—No te preocupes, también sé quién eres.
—Cierto. Pero seguro que no sabes lo en serio que voy en cuanto a obtener una respuesta.
—¿Perdón?
Se limita a sonreír y me examina la cara, contemplándome en silencio. No puedo evitar hacer lo mismo. Sus facciones parecen incluso mejor esculpidas ahora, masculinas al cien por cien, y cada centímetro de piel visible de su cuerpo parece haber sido acariciado por el sol.
Reparo en el brillo de su espléndido cabello y sus ojos, y noto que huele a colonia cara. El espacio que ocupa su cuerpo y la calidez que emana de cada centímetro atlético de él me hacen sentir calor por todo el cuerpo.
De verdad está aquí; delante de mí.
Mi estómago da un vuelco y yo me río tímidamente, y me paso las manos por el traje, nerviosa.
—Por aquel entonces, tenías muy claro que no te presentarías como candidato. ¿Cómo iba a saberlo? O sea. Mírate ahora —digo, señalándolo. A Matt Hamilton, nada menos, sentado a mi lado. Es evidente que le divierte verme nerviosa.
—Sé lo que piensas —me advierte con una expresión sobria, aunque hay un destello de diversión en sus ojos.
«¿Que estás como un tren?», me pregunto.
«¿Que no sé cómo provocas este efecto en mí? ¿Que por qué, después de todos estos años, sigues gustándome?».
—Créeme, no lo sabes —susurro, ruborizada.
Se inclina hacia adelante y atrapa un mechón suelto de mi cabello pelirrojo, da un tironcito y me observa mientras me lamo los labios por los nervios.
—Te preguntas por qué me he presentado.
—¡No! Me…
«… pregunto por qué estás aquí, charlando conmigo». No se lo digo y dejo la frase en el aire. Observo cómo se enrolla mi mechón pelirrojo en la punta del dedo índice y, luego, lo suelta tranquilamente; me mira mientras lo desenrolla del dedo con mucha, mucha lentitud, y lo deja caer de nuevo.
—Bueno… ¿qué tal estás? —pregunta con voz grave.
—Bien. No tan bien como tú, al parecer —matizo. Dios. ¿Estoy coqueteando? ¡Por favor, no coquetees, Charlotte!
—Lo dudo. De verdad que lo dudo mucho —responde Matt. Su voz sigue siendo muy grave y su sonrisa todavía se refleja en sus ojos, pero no en sus labios.
Da la impresión de estar tan centrado en mí que parece no darse cuenta de que todo el mundo mira en su dirección.
Yo estoy nerviosa a su lado, pero al mismo tiempo no quiero que se vaya.
—¿Sabes? Nos hemos visto tres veces y creo que no sé nada de ti salvo por las historias que oigo de vez en cuando —suelto—. Son tan contradictorias que no sé cuál creer.
—Ninguna.
—¡Venga ya, Matthew! —río, y entonces me doy cuenta de que lo he llamado por su nombre y de que lo he estado tuteando—. Es decir, señor Ham…
—Matt. Charlotte. A menos que todavía prefieras que te llamen Charlie.
—¡Dios, no! ¿Estás decidido a avergonzarme hoy?
—La verdad es que no. Aunque no puedo negar que encuentro bastante encantador el rubor de tus mejillas.
Sus labios se curvan de forma sensual y noto un aleteo en el estómago cuando me guiña un ojo.
Agacho la mirada, cohibida, y advierto que los pezones se me marcan bajo el vestido.
Mortificada, me dispongo a cruzarme de brazos para que no se vea, pero me doy cuenta de que él también lo ha notado. Lentamente, alza la mirada hasta la mía; su expresión no revela nada. Luego, vuelve a fijar la vista en la muchedumbre.
—Tengo que irme. Pero no voy a despedirme. —Arquea una ceja perfecta en un movimiento cargado de significado. Empuja su silla hacia atrás y se pone en pie.
Sus palabras me dejan confusa. No logro emitir una respuesta lo bastante rápido, así que se limita a sonreírme. Reflexiono sobre lo ocurrido durante el resto de la noche.
La verdad es que no sé cuánto tiempo nos quedamos mi madre y yo, pero lo que sí sé es que las tres veces que he mirado en dirección a Matt, él se ha dado la vuelta para devolverme la mirada, como si tuviera alguna clase de radar o simplemente notara que lo observaba.
En esas tres ocasiones, mi estómago ha enloquecido y he apartado la mirada de golpe.
Cuando estamos listas para marcharnos, mi madre se toma su tiempo para despedirse. Me planteo atraer la atención de Matt para desearle suerte antes de salir; ojalá no nos hubieran interrumpido y hubiéramos podido hablar un poco más. Lo busco entre la multitud, pero está ocupado y no quiero interrumpirlo. Mientras sigo a mi madre hacia la puerta, uno de sus viejos amigos congresistas se acerca para despedirse de las dos. Yo sonrío y asiento. Y, al pasar junto a su hombro, los ojos de Matt conectan con los míos y comprendo que ha estado observándome mientras me iba.
Me sonríe y asiente levemente, y hay algo en su sonrisa y en ese gesto que hace que me invada una extraña expectación.
¿Expectación? ¿Por qué? Sencillamente, no lo sé.
***
Voy en la parte de atrás del coche con mi madre, incapaz de dejar de pensar en lo que Matt me dijo al acercarse a mí. Detesto no poder controlar el efecto que tiene en mí.
—Ganará