Presidente. Katy Evans
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Mientras lee, mi dedo se engancha en un pequeño nudo de mi cabello y, rápidamente, trato de deshacerlo. Cuando finalmente lo consigo, reúno el valor para mirarlo; Matt me observa con el ceño fruncido.
—¿Quieres salir en la foto conmigo? —Su voz es baja e increíblemente profunda.
Me quedo mirándolo, confusa.
—Uy, qué va. Para nada.
—¿Todo ese esfuerzo y no dejas que el mundo lo disfrute? —pregunta. Su expresión es indescifrable mientras alza una ceja, señalando mi pelo.
«Oh, Dios».
Me ruborizo. Dicen que Matt disfruta de la vida, disfruta tanto de ella que quiere cambiarla. Sonrío, demasiado nerviosa, y me limito a quedarme a un lado mientras Alison prepara la cámara.
—¿Aquí, Matt? —pregunta.
—¿Por qué no hacemos algo más natural? —Su mirada oscura se detiene sobre mí mientras dobla un dedo para indicarme que me acerque—. Charlotte, ¿podrías pasarme uno de los impresos que están detrás de ti? —pregunta con la voz un poco ronca.
Con un nudo de nervios en la garganta, tomo uno y me acerco a él, consciente de que observa cada paso que doy; oigo los clics del obturador.
—Fantástico —dice Alison.
Matt toma la carpeta con una elegancia perezosa. Su mirada sigue clavada en la mía y su voz todavía es increíblemente profunda e inquietante.
—¿Ves? Sabía que había un motivo por el que te había traído. Haces que tenga buen aspecto —comenta en señal de aprobación. Sus labios se curvan ligeramente.
Alzo las cejas; él arquea las suyas también, como retándome. El calor me repta por el cuello y las mejillas. En realidad, no hay nada que pueda hacerle quedar mejor de lo que está.
Cuando regreso a casa, me siento más que avergonzada. «Adelante, queda como una tonta enamoradiza, Charlotte», me riño mientras me dirijo a mi piso.
***
Al llegar a casa, tengo en mente el conjunto más serio que poseo. No importa si soy bajita y tengo cara de niña; quiero que la gente me tome en serio. Los pies me están matando, el cuello también, pero no me pongo el pijama hasta sacar del armario un traje de color negro hollín de ejecutiva: unos pantalones y una chaqueta corta negra para mañana. Extiendo el conjunto en la silla situada junto a mi ventana y lo miro con ojo crítico. Es formal y está impoluto; ese es exactamente el aspecto que quiero tener mañana.
Matt Hamilton va a tomarme en serio como que me llamo Charlotte.
Mis padres están orgullosos.
Kayla me ha mandado un aluvión de mensajes, quiere detalles.
Dedico un rato a responderle, sola en mi piso.
No me había dado cuenta de lo sola que me sentiría durmiendo en mi piso sin nadie más. «Querías ser independiente, Charlotte. Pues ya está».
La luz de mi contestador parpadea y aprieto el botón de reproducción de mensajes.
«Charlotte, no me gusta nada que estés ahí, en ese pisito, sobre todo con lo que haces ahora. A tu padre y a mí nos gustaría que regresaras a casa si realmente quieres trabajar en la campaña durante un año. Llámame».
Gruño. «Ay, no, mamá».
Durante años, hablamos sobre la posibilidad de independizarme y labrar mi propio camino cuando cumpliera los veinte. Mi madre no estaba conforme al acercarse la fecha y yo todavía estaba en la universidad y podía hacer alguna tontería, así que lo pospuso hasta los veintidós. Ahora, un mes después de mi cumpleaños, me lo he ganado, me he mantenido en mis trece y me he negado a que posponga la fecha otra vez.
Ella insistía en que el edificio era relativamente inseguro, con solo un portero. Si alguno de los vecinos lo llamaba para que subiera a su casa, la puerta y el vestíbulo quedarían desatendidos. Era pequeño, incómodo e inseguro.
Yo pensaba que era perfecto. Bien situado y con el tamaño apropiado para mantenerlo limpio y ordenado, aunque todavía no he conocido a casi nadie excepto a dos de mis vecinos: una familia joven y un veterano del ejército. Y sí que me da la sensación de que, por la noche, hay cosas que crujen, y me mantienen despierta. Pero este es el primer paso para labrar mi propio camino.
Me tumbo en la cama y pongo el despertador para mañana. Estoy físicamente exhausta, pero, en mi cabeza, revivo el día de hoy una y otra vez.
Pienso en la campaña, en Matt y en el asesinato del presidente Hamilton. Pienso en nuestro presidente actual y en mis esperanzas con respecto a nuestro futuro presidente.
Toda la gente que conozco, todo el que es consciente de sí mismo y su potencial… Todos queremos influir, contribuir, trabajar en algo que nos importe. Ahora sigo un nuevo camino que yo he establecido. Soy joven y algo insegura, pero estoy contribuyendo a cambiar las cosas, aunque sea solo un poco.
El equipo
Matt
En las campañas presidenciales no solo se necesita al candidato adecuado; se necesita el equipo adecuado. Ojeo las docenas de carpetas desperdigadas en mi escritorio. Llevo seis tazas de café y doy el último sorbo mientras reflexiono sobre la última incorporación a mi equipo.
—Mujeres del Mundo, Charlotte Wells. Es prácticamente una becaria, no tiene experiencia. ¿Estás seguro de esto? —preguntó Carlisle.
Tomé la decisión delante de una caja de donuts, burritos vegetarianos, latas de refresco y botellas de agua de sabores.
No puede decirse que Charlotte sea guapa, es demasiado impresionante para eso. Uno no olvida sin más una cara como la suya.
Su cabello pelirrojo le cae por los hombros como una llama. Y ese brillo en sus ojos. Es activa, sin complejos, exquisita. A pesar de haber sido educada como la hija de un senador, hasta ahora se ha visto libre de escándalos políticos, libre de los negocios sórdidos con los que se asocia a veces la política.
Está más capacitada para este trabajo de lo que cree Carlisle. Soy consciente de su reticencia, pero estoy convencido de que Charlotte demostrará con creces lo que vale.
En lugar de contratar a los aliados políticos experimentados de la época de mi padre, todos muy deseosos de apoyarme, estoy eligiendo a personas que quieren marcar la diferencia, que piensan en los demás antes que en sí mismos y en sus bolsillos.
Estoy decidido a tenerla en mi equipo.
Antes incluso de fijarme en ella en la fiesta de inauguración, ya había planeado pedirle a Carlisle que llamara a aquella niña que había conocido, la que había llorado un océano y medio en el funeral de mi padre. La de la carta que releí, por algún motivo, el día en que mi padre murió.
Después de la fiesta de inauguración… digamos que ha estado en mi cabeza, y no solo porque es preciosa y en otra vida me habría gustado deslizar las manos bajo su vestido y acariciar su piel,