Presidente. Katy Evans

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Presidente - Katy Evans La Casa Blanca

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de inauguración en mi cabeza también una y otra vez.

      No… Sé muy bien por qué estoy aquí. Porque me lo pidió, quizá. Y porque quiero hacer historia, por pequeña que sea mi aportación.

      ***

      Salgo del taxi y rebusco en mi bolso con el edificio de dos plantas, sede de la campaña de Matt Hamilton, frente a nosotros.

      Pago al conductor y, en cuanto empiezo a recorrer la acera, la esperanza y la expectación me invaden de nuevo.

      Una mujer de mediana edad con una voz elegante y unos andares aún más elegantes me guía por el interior.

      —Está listo para recibirla. —Señala hacia el área principal del segundo piso, donde un grupo de personas se agolpa ansiosamente alrededor de Matt: más de un metro ochenta de cuerpo atlético, inteligente e imposiblemente atractivo, vestido con unos pantalones grises y una camisa negra, y toda la gente mira hacia el extremo de una larga mesa.

      Matt tiene los brazos cruzados y frunce el ceño con algunos de los eslóganes que le enseñan.

      —Este no me convence. —Su voz es profunda y vibra con ese aire pensativo que lo rodea mientras da golpecitos con el dedo a algo que no le gusta—. Huele a embustes, y no nos identificamos con eso.

      Nos, es decir, él y su equipo.

      Parece un tío con los pies en la tierra, no es pretencioso, incluso cuando es sin lugar a dudas el más famoso de todos.

      —Charlotte.

      Levanta la cabeza y me ve. Sus ojos se llenan de esa risa que recuerdo tan bien, y no veo qué le parece tan gracioso de mí. Pero sonrío de todas formas; su sonrisa es contagiosa.

      Al acercarse a mí apresuradamente, irradia ese encanto que hace que todo el mundo quiera ser su amigo; o su madre; o, mejor aún, su mujer. Es cierto que desprende ese aire al que un reportero hizo referencia en una ocasión: «Hay algo en él que da la sensación de que necesita un poco de amor». Una sombra triste en sus ojos que lo hace todavía más atractivo.

      Es el hombre que su padre instruyó y también el hombre que una nación entera esperaba.

      Los Hamilton inspiran más lealtad que cualquier otra familia que haya estado en el poder ejecutivo.

      Su mano aprieta la mía.

      —Señor Hamilton.

      —Matt —corrige.

      Su mano es cálida, grande; lo cubre todo. La siento deslizarse sobre la mía, la estrecho y trato de sostenerle la mirada, pero, mientras aprieta su agarre, es como si me apretujara todo el cuerpo. Estoy de los nervios y me parece que la culpa es del brillo de sus ojos y de esa cara atractiva que sugiere «ámame, llévame a casa y cuídame, o fóllame».

      Deja caer la mano a un costado y la introduce en un bolsillo, y yo lo miro un segundo y me pregunto si él también ha sentido esa descarga eléctrica cuando me ha tocado.

      Luego baja la mirada hasta mis manos, como si, al igual que yo, hubiera caído en la cuenta de lo pequeñas que son mis manos en comparación con las suyas.

      —¿Te estás adaptando bien?

      —Sí, señor. Estoy absolutamente encantada de estar aquí.

      —Matt… —lo llama alguien.

      Inclina la cabeza hacia un hombre que le entrega un teléfono; entonces extiende su mano libre y la posa ligeramente en mi hombro mientras inclina la cabeza ante mí.

      —Nos pondremos al día, Charlotte.

      Me aprieta el hombro ligeramente con la mano y su toque me abrasa. No me lo esperaba. Aunque el contacto tan solo dura un segundo, envía una ola de calor por todo mi cuerpo. Los dedos de los pies se me encogen dentro de los zapatos.

      No puedo evitar observarlo mientras eleva el teléfono hasta su oreja y se retira a su despacho para atender la llamada.

      Dios, estoy metida en un buen lío.

      «¡Céntrate, Charlotte!».

      «No. En su culo, no».

      Aparto la mirada y me obligo a sonreír mientras me indican dónde se encuentra mi cubículo.

      ***

      Mi primer día consiste en un resumen básico de mis tareas como asistente política.

      —¿Por qué se ha presentado como candidato? Lleva años intentando proteger su privacidad a toda costa.

      Dos muchachas hablan junto a la mesa, una de cabello oscuro y la otra de cabello rubio y corto con un peinado bob.

      —Es verdad. Habrá cambiado de idea —le dice la rubia a la morena.

      Echan un vistazo en su dirección; resisto el impulso de hacer lo mismo.

      Matt se ha convertido en el centro de atención después de pasar años luchando con reporteros obsesionados por tener privacidad. De algún modo, los ingeniosos periodistas consiguieron infiltrarse en Harvard cuando empezó la universidad y, siempre que participaba en algún evento, en lugar de la causa que tan generosamente trataba de impulsar con su presencia en esos actos, era él quien acababa en los titulares.

      Eso le molestaba.

      —Cuando me ofreció el trabajo, le pregunté: «¿Por qué yo?». Y él me contestó: «¿Y por qué no?» —añade la rubia—. Porque estás tan bueno que ninguna mujer puede trabajar cerca de ti y pensar con claridad —se responde a sí misma entre risas.

      Sonrío y me concentro en organizar mi escritorio.

      Mi despacho es perfecto, con vistas a la ciudad. Fuera de este edificio, todo parece sereno; el país funciona como siempre, pero algo bulle en este recinto, en mis compañeros de trabajo, en mi interior.

      Después de situarme, me dirijo a la pequeña cocina para prepararme un café. Con la taza llena, me doy la vuelta al oír pasos detrás de mí, pero calculo mal lo cerca que está la persona que acaba de llegar. Me sobresalto cuando choco contra ella y derramo un poco de café en sus zapatos.

      Me siento avergonzada. «¡Venga ya, Charlotte!». Separo de la taza mis dedos manchados de café y la dejo a un lado para coger servilletas.

      —No me lo puedo creer; tus zapatos. —Empiezo a agacharme, pero la rubia del peinado bob también se agacha y llega antes que yo.

      —No pasa nada. Un poco de emoción nunca ha hecho daño a nadie. —Sonríe—. Soy Alison.

      Extiende la mano y yo se la estrecho.

      —Soy la fotógrafa oficial de la campaña.

      —Yo soy Charlotte.

      —Charlotte, sé cómo puedes compensármelo.

      Me pide que la siga y nos dirigimos al despacho de Matt; ella lleva su cámara colgada del cuello. Cuando comprendo que

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