Presidente. Katy Evans
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—Su padre, Law.
Los demás asistentes me lo han advertido, por supuesto. Pese a todo, es difícil permanecer imperturbable con una afirmación como esa.
—Lo siento, necesito su nombre, por favor.
—Soy George Afterlife, soy clarividente y su padre me está usando para comunicar un mensaje. Es imperativo que hable con él enseguida.
Es difícil ignorar el tono de desastre inminente al otro lado de la línea.
—Señor Afterlife, si desea dejar un mensaje, me aseguraré de que lo reciba.
—¡Matt, soy tu padre! —empieza a gritar el hombre, cambiando la voz.
—Matt no puede atenderlo ahora, pero si deja un mensaje…
—Tengo que hablar con Matt: conozco la conspiración que está detrás de mi asesinato.
Durante los siguientes diez minutos, intento que el hombre deje un mensaje, pero lo único que me da es un número. Yo lo anoto.
El teléfono suena de nuevo y me da un pequeño ataque al corazón.
—¿Sí? Sede de la campaña de Matt Hamilton.
Una voz suave y entrecortada dice:
—Matt. Necesito hablar con Matt.
—¿De parte de quién? —Saco mi libreta para anotar su información.
—Su novia.
Vacilo. ¿Novia? El corazón se me hunde un poco, pero lo ignoro.
—Su nombre, por favor.
—Mira, él sabe mi nombre: soy su novia. —Ahora tengo sospechas. No tiene novia, ¿no?
—¿Y usted lo llama para…?
—¡Dios, vete a la mierda! —Cuelga.
Vaya. Yo también cuelgo.
Me quedo hasta medianoche, alternando las llamadas telefónicas y la pila de cartas.
Ha transcurrido menos de una semana y ya he empezado a recibir llamadas telefónicas de gente que no dice nada y notas raras en mi correo electrónico de su «hermana», su «mujer» y su «padre de entre los muertos».
¿Cómo puede Matt dormir por las noches?
¿Realmente estoy hecha para esto?
***
Dos días después, Carlisle convoca una reunión.
Esta carrera política es una jungla y la competencia ya está afectando a Matt. Al parecer, el presidente Jacobs ya ha comenzado a lanzarle dardos envenenados.
—¿Se siente amenazado? —Matt sonríe y cubre su expresión con una mano cuando Carlisle nos convoca a todos en la sala de la televisión y reproduce una grabación del mismo día.
Vemos la entrevista al presidente sobre la candidatura de Matt en un canal de noticias importante.
Observo su lenguaje corporal, pero es difícil discernir algo con esa falta de energía que muestra y con lo estoico que parece.
—¿Cómo puede dirigir el país eficazmente sin una primera dama? —Señala a su elegante esposa, que sonríe con recato.
Al día siguiente, Matt Hamilton aparece en el mismo canal, con un aspecto aún más presidencial que el propio presidente.
—Me parece una broma que el presidente Jacobs crea que un hombre soltero e independiente no puede dirigir el país eficazmente. —Mira hacia la cámara con sobriedad y con una ligera sonrisa en los labios, con esos firmes pero alegres ojos marrón oscuro taladrando la lente de la cámara—. El rol oficial de la primera dama ni siquiera estaba apropiadamente definido cuando la señora Washington sirvió en Mount Vernon durante la legislatura de George Washington. Tengo mujer —añade mientras sus labios se curvan aún más—, y se llama Estados Unidos de América.
La avalancha de llamadas no tiene precedentes. Carlisle, el director de campaña, crea frenéticamente más eslóganes.
comprometido con todos
hecho en estados unidos
estadounidense hasta la médula
Durante la semana citan una frase de Hewitt, el director de prensa de la campaña de Matt.
«La única obligación de Matt Hamilton es para con vosotros, los Estados Unidos de América. Necesitamos que quede claro. Su primera dama es este país».
«He de decir que, gracias a cómo está representando a Estados Unidos Matthew Hamilton, he vuelto a sentirme orgullosa de ser estadounidense», bromea una presentadora de noticias de la tele con su compañero y copresentador esa misma noche.
El efecto que tiene en las electoras resulta casi obsceno.
Las primarias no se terminan hasta dentro de unos meses, pero ya me he dado cuenta de que su adversario más formidable será el actual presidente. Por otro lado, el principal candidato republicano es tan radical y la gente está tan harta de cómo van las cosas, que también está ganando terreno.
De evento en evento para recaudar fondos, Matt responde de doscientas a quinientas invitaciones para dar discursos a la semana.
Hoy estamos sentados en la mesa redonda de Matt y la tensión se palpa en el ambiente. La gente de diseño creativo y de Marketing ha propuesto ideas, confiando en responder a la gran pregunta del día: «¿Cómo debemos enfocar la campaña de cara al público?».
Carlisle ha establecido lo básico; simplemente ha dicho que los esfuerzos de la campaña deberían centrarse en los puntos fuertes de Matt: la presidencia exitosa de su padre y su increíble popularidad como presidente, la popularidad de Matt entre la gente (especialmente entre la gente lista para cambiar las cosas) y su sencillez.
No obstante, aún hay que idear una auténtica estrategia de campaña para transmitir al público las ideas de cambio de Matt.
Matt parece exasperado, se pasa los dedos por el pelo oscuro y se frota la barba incipiente de su barbilla con los nudillos.
Quiero pronunciarme, ofrecer una sugerencia, pero el silencio me intimida… él me intimida. Su expresión indescifrable hace que todos los que están en la sala se remuevan con incomodidad.
Él alza la vista y barre a todo el mundo con los ojos; nos mira directamente de uno en uno.
—Podemos hacerlo mejor.
Su mirada conecta con la mía aunque solo por un instante y, durante ese segundo, de pronto vuelvo a tener once años, maravillada y confusa por el efecto que tiene sobre mí.
Me muerdo el labio y pienso en una carta escrita por un niño. He podido contestar todas las cartas, incluso algunas que contenían descabelladas propuestas de matrimonio,