Quantas o de los burócratas alegres. Germán Ulises Bula Caraballo

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Quantas o de los burócratas alegres - Germán Ulises Bula Caraballo

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style="font-size:15px;">      Se dirá que ya nadie cree en esas cosas, que hicimos la tarea hermenéutica: ya no es el bien, sino lo bueno; ya no es la justicia, sino lo justo, etcétera. No estamos tan seguros. La idea aún vive en los escenarios de los indicadores y mediciones de las instituciones contemporáneas —Estado, universidad—, cuyos modelos siguen presos de la trascendencia: de valoraciones generales abstractas a la acción, en las que el paso entre niveles todavía es abrupto. Ciertamente, el efecto colectivo de las valoraciones abstractas resulta perverso en el sentido de que corrompe el escenario de construcción de vínculos y redes. Internal power struggles. Si hace falta grabar una conversación, pedir firmas de recibido, tener el registro de input-output en los sistemas de seguimiento —sean estos dispositivos biométricos o correos electrónicos impresos que demuestran la hora de envío de las tareas— y recurrir a las cámaras o los vigilantes —que no son solo las personas que cubren los oficios de seguridad— es porque la academia se ha vuelto un escenario de conflictos abiertos y velados, de un sentimiento generalizado de malestar.

      Lo expuesto revela climas de desconfianza, cuyas características y condiciones expresan cohesiones lineales, restringidas, finitas y sobrecodificadas bajo la premisa de las causas comunes —todo lo contrario de las asociaciones colectivas abiertas, fuertes, consistentes con el orden de lo vivo—. Así, la “desconfianza” es más que la expresión de sentimientos humanos específicos: se refiere a la erosionada vitalidad de los vínculos sociales; es sinónimo de inhabilidad, impotencia, aridez, sequedad, desconexión.

      En estos climas, ¿cómo funcionan las causas comunes? Los que compiten son fieles e inquebrantables en su lealtad al proyecto; lo que hoy se llama “sentido de pertenencia”. Son muy distintos el hecho de compartir motivaciones o exploraciones hacia el futuro y la pertenencia ciega a proyectos institucionales y la adherencia a consentimientos tácitos. Hoy se observa un patrón común: el jefe habla y los que escuchan atienden, toman nota, asienten con la cabeza. Se sabe que, a veces, el jefe es carismático; otras veces, es buen orador. Es apabullante y vehemente. Tiene datos. Usa referentes. No siempre dice cosas inteligentes, aunque siempre trata de hacerlo —o al menos intenta parecer serio—. Pero los que secundan sus discursos, no. Estos son tímidos, timoratos. Por eso consienten, confirman. No preguntan. No se arriesgan a la crítica. Y, si algo se pregunta, es solo para avalar lo dicho. Es que, en realidad, no hacen preguntas: son contestaciones muy parecidas a los responsos litúrgicos. La verticalidad en la toma de decisiones se puede volver patológica para las instituciones.

      Lo anterior significa que el miedo y la paranoia yacen en los gestos. Esto es un asunto estructural y relativo a la imagen de los árboles como principio de organización; también es relativo a los más básicos y cotidianos asuntos. Miedo y paranoia expresan su conexión en los rumores de los pasillos, en las sutilezas, en las conversaciones con voz baja, en los momentos de defensa y protección cuando la gente acude a los imperativos, las demandas, las griterías, los reclamos, las peticiones de respeto. Malestar. Son momentos de notoria evasión en las conversaciones —esa cosa tan horrible de no poder hablar de manera abierta—. Son instantes de evidentes sarcasmos. Y lo cierto es que hace falta estar pendiente de las entonaciones y del uso de las palabras porque son equívocas, están llenas de ambigüedad.

      Eavesdropping: escuchar secretamente o hablar bajito signan las situaciones de malestar entre nosotros. El otro extremo es igual de sintomático: pasar de rango en rango, de cargo en cargo, de formato en formato, por el tortuoso camino del conducto regular para solucionar lo que, con facilidad, se podría arreglar de modo amistoso e informal. La gente termina gritando, diciendo a mil voces que todo es una mierda, que todo el mundo se puede ir al infierno, que no permitirá tal abuso. Y tira la puerta al salir.

       Psicopolítica

      ¿Cuál es el resultado de las muchas veces inflexibles jerarquías? ¿A qué obligaciones conducen el clima de las competencias y el malestar de quienes se relacionan más bien como adversarios que como colegas y amigos? Poder académico, prestigio intelectual o científico, búsqueda de recursos económicos y personales, sectarismo, etcétera: son síntomas de la situación que se asoman con insistencia. Hablamos de actitudes de desquicio, personalidades aisladas y estrés. Hablamos de la notable y asfixiante burocracia, los acosos laborales y las luchas feroces por los ascensos. Los procesos de individuación en medios de competencia continua traen consigo permanentes presiones que producen fragmentaciones en el mundo laboral actual1.

      En la educación tenemos dilemas de gran calibre: acceso, permanencia, graduación, calidad, pertinencia, investigación, regionalización, articulación de procesos —educación media, educación superior, formación para el trabajo—, bienestar universitario, nuevas modalidades de educación, internacionalización, financiación2. Estos son grandes e importantes temas, nadie lo duda; pero la educación no solo es un asunto de política pública ni de discusiones sobre perspectivas estratégicas y prospectivas institucionales. En un modo más sutil, enfrentamos el problema de saber qué sentido tiene la educación y para qué trabajamos en ella. Y esto se relaciona con la pregunta vital ¿qué ha pasado con el encanto de trabajar con los demás en beneficio del conocimiento y en contra de la ignorancia? Mejor dicho, ¿qué ha pasado entre la que es una grata e incondicionada empresa —la educación— y la institucionalidad de la educación, la que transparenta papeleos y trámites infinitos, la que parece inclinarse ante los afanes del ranking, la que corre tantos riesgos de elitismo y sectarismo, la que está llena de astucias y oportunismos?

      Por lo general, las instituciones operan según lineamientos explícitos que se expresan en forma de reglamentaciones. Se trata de orientaciones normativas de amplio alcance: misión, visión, estatutos, reglamentos, acuerdos, resoluciones, etcétera. Por otra parte, las instituciones guardan funcionamientos que figuran latentes a modo de presupuestos implícitos que determinan, más o menos con sutileza, los comportamientos de quienes conviven en ellas. Así pues, tienen tanto normas como una pragmática específica.

      Con esta idea, es posible apostar por una línea de investigación en el terreno más particular del ethos académico de las instituciones de educación superior: si se quiere alcanzar una comprensión adecuada del devenir de la educación, es correcto revisar el marco de normas institucionales que define, según consensos y de manera pública, el modo en que deberían ser las cosas.

      Ahora bien, debemos tener en cuenta que este punto de vista es limitado. Los seres humanos somos agentes de actividad mental y emocional, además de agentes racionales en el terreno de lo político. Entonces, vale decir que la comprensión social de las instituciones depende tanto del entendimiento normativo como del marco de motivaciones humanas. Las instituciones son asuntos de imperativos y de voluntades. Pues bien, esto nos da la oportunidad de ver la importancia de la investigación sobre las condiciones psicoanímicas de las instituciones. Las normas son fundamentales, pero también lo son las emociones políticas3.

      Con esta óptica, vamos a pensar algunos aspectos de la vida académica e institucional de la universidad. En esencia, trataremos de mostrar que existen protocolos —inconscientes— de las instituciones que suelen estar asociados a lineamientos patológicos y condiciones enfermizas con severas consecuencias sobre la salud de los individuos —entendida la salud en un sentido amplio, que incluye lo anímico y lo social—. Es cierto que las instituciones de educación superior requieren normatividades y estándares en su devenir; pero no que alcancen cimientos inquebrantables o que mejoren por homogeneizar actividades y creencias a través de proyectos férreos, directrices inamovibles, reglamentos fijos, clasificaciones internacionales, etcétera. Es más, con frecuencia, es notable el modo en que la cristalización estricta de actividades y creencias se hace motivo de decaimientos, ruinas, daños. Es una prescripción teórica conocida

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