La conquista del sentido común. Saúl Feldman

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La conquista del sentido común - Saúl Feldman

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hombre no involucrado directamente en la transacción fallida −que terminó a los tiros y dejó un tendal de muertos− pero que se ha apoderado del dinero. Y retrata, además, a un alguacil ya mayor (Tommy Lee Jones) que, en el final de su carrera, queda a cargo de la investigación. Como otros films de los Coen, este constituye una reflexión moral sobre un mundo que se transforma y ya no es para viejos, para sus reglas de lealtad y solidaridad básicas. El foco está puesto sobre la responsabilidad personal volcada en las decisiones que cada uno toma: el alguacil, frente a un condenado a muerte que ha capturado, y a punto de presenciar su ejecución, reflexiona sobre la parte que le cabe en esa revulsiva situación social; el sujeto que se ha apoderado de un dinero que no le pertenece, de manos de un moribundo, decide volver al desierto a darle de beber, poniendo en peligro su propia vida. Y estas actitudes son contrapuestas al condicionamiento que impone el personaje del psicópata a sus víctimas casuales. A estas les reclama supuestas responsabilidades personales sobre una situación que les impone arbitrariamente, en un marco de reglas compulsivas, crueles, que les presenta como si fueran parte de una elección libre y natural (elegir cara o cruz en el lanzamiento de una moneda para decidir su destino: vida o muerte). Funciona este relato como una alegoría del actual sistema social en crisis. Señala, en concreto, el deterioro general de los valores vinculares en la sociedad estadounidense –extrapolable a cualquier otra en la que domine el neoliberalismo–, y apunta, al mismo tiempo, al rescate de otros valores: el amor y la solidaridad (en la relación del alguacil con su compañera; en la del personaje que se apodera del dinero con el moribundo a quien no conocía; en la rebeldía de la novia de ese personaje frente al poder arbitrario y cruel que el psicópata le quiere imponer, etc.).

      Tres premios Óscar obtuvo No Country for Old Men (mejor película, mejor director y mejor actor de reparto), además de tres premios BAFTA y dos Globos de Oro.

      LA REFORMULACIÓN DEL SENTIDO COMÚN, EJE DE LA POLÍTICA COMUNICACIONAL MACRISTA

      El macrismo y una supuesta aporía

      Pocas veces en la Argentina fueron tan previsibles las funestas consecuencias de un modelo económico. Pocas veces, también, una coyuntura como la que vive el país no desembocó, para sorpresa de muchos, en un conflicto social capaz de condicionar al poder político, como ocurrió en 2001. Los tempranos diagnósticos sobre el rumbo económico de Cambiemos se encapsularon de inmediato en expresiones del tipo “esto yo ya lo viví”, en referencia explícita a los años 90, sin excluir otros momentos de auge neoliberal como el iniciado en 1976 o el del comienzo del milenio. Pero para explicar las razones últimas de la “no explosión”, los motivos del inesperado apoyo inicial al macrismo, revalidado en las elecciones de medio término, la oposición solo atinó a expresar una perpleja constatación: que las personas pueden, en ciertos contextos, actuar “en contra de sus propios intereses”, axioma que se evidencia en la conducta de sectores medios, medios bajos y bajos que se habían beneficiado durante las administraciones kirchneristas y que se verían perjudicados por las políticas neoliberales, pero aun así apoyaron y apoyan al macrismo. Paradojalmente, el kirchnerismo le dejó tendida al macrismo una red de políticas públicas de inclusión social (Asignación Universal por Hijo, extensión masiva de las jubilaciones, etc.) que todavía actúan como un amortiguador frente al deterioro de la situación económica general de los sectores de menores recursos. También hubo, es cierto, ingentes esfuerzos por contener o no liderar climas potencialmente explosivos. Pero esto explica solo en parte la “paz social” en la que ha venido sustentándose el gobierno.

      Esta aparente contradicción –entre el manifiesto agravamiento de la situación económica y la falta de una reacción consecuente y en la medida esperable– tiene poco que ver con una aporía, con una supuesta paradoja sin resolución, sino más bien con fenómenos socioculturales y políticos que no son exclusivos de la Argentina. Se trata de una nueva forma de funcionamiento del modelo neoliberal, que no es solo económico sino también, y especialmente en esta etapa, político y cultural. El neoliberalismo se despliega hoy en el marco de una revolución tecnológica inédita en el campo de las telecomunicaciones, que conlleva transformaciones de carácter civilizatorio, cambios en la cultura profundamente asociados a estos dispositivos de innovación tecnológica-comunicacional que están propiciando el desarrollo de un individualismo exacerbado, afectando el comportamiento de las personas, que ya no es unilineal ni descifrable en los términos tradicionales del análisis de la conducta.

      Y todo esto se da en el marco de un proceso de disciplinamiento social complejo que trasciende lo represivo, en el que los medios de comunicación y el poder judicial están cooptados en sectores estratégicos. Este sistema de gestión del poder y su imprescindible aparato discursivo es lo que, en conjunto, denominaremos “cinicracia”.

      Volveremos más adelante y en detalle sobre este concepto, que consideramos central en el sistema de gestión político-comunicacional del macrismo. Es más, sostendremos que la dimensión comunicacional es parte fundante y esencial de esta “cinicracia”. Y si le otorgamos tal relevancia al concepto es porque, en la actual etapa neoliberal, caracterizada por la presencia omnímoda de las comunicaciones en multiplicidad de medios y plataformas, tiene en el sentido común su objeto de acción fundamental.

      Es quizás este resorte comunicacional, eje de la “cinicracia”, la parte más organizada, estable y eficiente del macrismo, la que consolidó su poder y hoy obra como soporte básico ante el evidente resquebrajamiento de su gestión.

      Desde luego, si llamamos a este sistema “cinicracia” es porque su lógica de gestión está fundamentada en principios de organización filosófica, discursiva y de acción que tienen en el “cinismo” su base, el puntal expresivo sobre el que se posicionan sus actores y que operan en tanto “cínicos”, más allá de sus características personales.

      Ya desarrollaremos extensamente este concepto, pero volvamos por un momento a la supuesta aporía del macrismo. Bien avanzado el gobierno de Cambiemos y ya en plena crisis, en julio de 2018, el “staff report” del Fondo Monetario Internacional sobre la Argentina dejaba constancia de que “la oposición social al programa (económico) ha sido más tenue que la esperada”. Algo más tarde, a mediados de noviembre, cuando ya era ostensible el plan de ajuste que iba a aplicarse –además del ejecutado hasta ese momento–, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, se ufanaba, provocativamente, de que “nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el gobierno”. Ambas acotaciones insinuaban que se había logrado algo inédito, extraño a la realidad sociohistórica argentina.

      El macrismo, como tercera experiencia neoliberal neta en la escena local y a pesar de ser en muchos sentidos una continuidad de sus predecesoras, no es enteramente comparable con aquellas, no es algo “ya vivido”, a pesar de ciertos paralelismos que pudieran trazarse, fundamentalmente en el campo económico. La cosmovisión neoliberal que baja a tierra el macrismo resulta diferente a esos experimentos previos desde su concepción, desde su sistematicidad tanto en términos de lógica cultural como discursiva, y también desde sus estrategias de aplicación. Por lo pronto, se despliega en un contexto distinto a los regímenes neoliberales anteriores: lo hace en el marco de un mundo totalmente globalizado, dominado por corporaciones económicas y financieras que subyugan a los estados nacionales, bajo la égida del poder de los medios de comunicación concentrados y la impronta de la tecnología en la vida cotidiana y en las modalidades cognitivas y culturales de los individuos, que instauran un dominio hegemónico de la posverdad neoliberal en el mundo entero, y lo hace en la era del “lawfare”, lo jurídico utilizado arteramente como arma de guerra política, en un planeta fascinado por las opciones de derecha y las políticas de exclusión.

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