La conquista del sentido común. Saúl Feldman
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Ya en el poder, la incierta disputa entre los partidarios del gradualismo y la política de shock, que el macrismo aseguró haber zanjado a favor de los primeros, no fue otra cosa que la incorporación de la opinión pública y de los sectores más resistentes al despojo a un debate en cierto modo ficticio, cuyo móvil es el celoso monitoreo del desarrollo de un nuevo sentido común, que requiere ser administrado con cuidado para evitar recurrir a mecanismos de represión indiscriminada y abierta. No se trató de ir un paso más lento en la imposición de las reformas económicas funcionales al modelo neoliberal, sino de manejar a voluntad las variables de un proyecto económico, social y cultural complejo. Eso fue, en realidad, el “gradualismo”, la generación de un marco de democracia precarizada, con un plan de disciplinamiento planificado y regulado. Sin dudas, el macrismo parece haber ganado, al menos en sus primeros tres años de gestión a nivel nacional, esa batalla cultural.
Ha sido un duro golpe, especialmente para el kirchnerismo, confinado en el laberinto de una minusvaloración del macrismo que le impidió organizarse frente al poder real que, efectivamente, vino por todo. Y sin embargo, “la calle”, ese territorio de imaginarios en permanente disputa, donde los colectivos se reúnen, intercambian, se manifiestan y reaccionan, ese lugar tan temido por el poder, produce, de pronto, vientos que desafían las premisas centrales del orden conservador.
Es un hecho que todo el edificio ideológico comunicacional al que haremos referencia en este trabajo, erigido con inteligencia y con rigurosa sistematicidad, constituye una diferencia cualitativa respecto del que pusieron en juego las experiencias neoliberales anteriores, pero no es menos cierto que, por más sólido que parezca, no puede sino resentirse en medio de una crisis económica de tal magnitud y de un proceso de transferencia de riquezas del conjunto de la población hacia un puñado de grupos concentrados tan rápido y tan significativo.
¿Cuánto y cómo percibe el poder esas fisuras? En marzo de 2018, en la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso, meses antes de la brutal devaluación y la recesión que sobrevendrían, el presidente Macri acuñó su concepto de “crecimiento invisible”. Una invisibilidad que se hizo patente a su salida del Parlamento, con saludos a la nada, a una plaza vacía, en una puesta en escena estudiada, marca registrada de Cambiemos. La gente ya se había vuelto invisible para el gobierno nacional. Después vinieron las corridas cambiarias y el pedido de auxilio al FMI, pero el cruento deterioro de lo real es, para el esquema cultural del macrismo, apenas un desafío comunicacional: modificar parámetros, afinar targets, encontrar una nueva sintonía con ese público que deliberadamente invisibiliza.
El contexto global
“Hoy la Argentina se integra al mundo y es parte de la agenda global del siglo XXI”, dijo Mauricio Macri frente a la Asamblea General de la ONU, en septiembre de 2016.
En tanto capítulo argentino del neoliberalismo, es necesario analizar la construcción de sentido de Cambiemos en el contexto internacional. El marco analítico que describe este libro funciona como macroparadigma de expectativas, que hoy son internalizadas por públicos de distintas culturas y que están funcionando como ejes de ordenamiento del nuevo sentido común para poblaciones muy diversas en todo el orbe.
No hacemos hincapié en la complejidad global por una cuestión mecánica de prolijidad metodológica. Lo hacemos porque los individuos, hoy invadidos por dispositivos de hiperinformación que los interpelan en tiempo real, incorporan los acontecimientos mundiales como referencias cognitivas y actitudinales, hechos cercanos a lo que sucede en los muchos epicentros de un planeta hiperconectado, y evalúan, desde ese punto de vista extendido, lo que es posible, lo que es normal, etc., y a partir de allí diseñan sus modos de asimilar los procesos locales, en un contexto global. También a partir de esa experiencia general es que activan (o neutralizan) los modos de resistencia que consideran posibles, convenientes, etc.
Posiblemente esto explique en parte esa supuesta aporía a la que hacíamos referencia al comienzo: la inexplicable aceptación de las duras condiciones de existencia que se imponen como “forma normal de vida” para una importante porción de la población. (De todos modos, las situaciones son muy fluidas y lejos de permanecer uniformes. Prueba de ello es el fenómeno masivo y sostenido de los “chalecos amarillos” en Francia, que obligó al presidente Macron a retroceder momentáneamente en sus medidas.)
El mundo vive convulsionado. No se trata de un estado de crisis, es decir, de una interrupción momentánea, de duración variable, de las reglas que gobiernan un sistema hasta tanto el sistema vuelva a estabilizarse en un ordenamiento y un equilibrio distintos. Se trata de la percepción de que estamos no frente a un mero proceso de cambios sino frente a una circunstancia sin término, que evoluciona hacia algún lugar incierto, una amenaza que sabemos constante aunque no podamos definir sus alcances ni comprender claramente en qué consiste. La incertidumbre domina, de una u otra manera y con gravedad diversa, el panorama político, económico, social y cultural de la mayoría de las sociedades.
Se llame Trump, Brexit, crisis de los refugiados, “terrorismo fundamentalista”, conflictos bélicos de todo tipo, sociedades dominadas por una exclusión creciente o avance de los llamados “populismos” de derecha, la sensación es que vivimos sorprendiéndonos. Lo “normal” es lo sorpresivo y, paradójicamente, a lo que nos acostumbra es al límite, a la frontera vulnerada. Y en esta situación de lo sorpresivo como normalidad que desordena, está el origen de la angustia de la que se nutre el neoliberalismo, responsable, a su vez, de su creación2.
La incertidumbre pasó a ser un valor estratégico, reivindicada como factor de libertad. En septiembre de 2016, el entonces ministro de Educación Esteban Bullrich sintetizaría el nuevo credo durante su participación en el panel “La construcción del capital humano para el futuro”, ante los inversores del Mini Davos: “Debemos crear argentinos capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”.
Acaso la manifestación más amarga de esta situación convulsiva es la que se da al nivel del lenguaje. Hoy nos resulta innombrable, difícil de precisar, lo que estamos viviendo. Hablamos de posverdad, posdemocracia, pospolítica, para señalar que aludimos a algo que viene después de aquello que conocíamos y entendíamos, pero que carecemos de palabras adecuadas para denominar estos nuevos fenómenos, puesto que, parece, todavía no dominamos todas sus lógicas e implicancias y nos negamos a abandonar el espacio de la Ilustración que les dio sentido3. Simplemente podemos decir “pos”: lo que vino después y ha sido des-naturalizado nos deja, literalmente, sin palabras.
La gravedad de esta convulsión, ligada a la dinámica de desarrollo del capitalismo actual, se expresa en mucha literatura de distintas disciplinas que describen esta época no como una crisis social o económica, como dijimos, sino como una crisis civilizatoria. Bajo el expresivo título Living in the End Times, Slavoj Žižek escribe:
“La premisa básica de este libro es bastante simple: el sistema capitalista global está aproximándose a un apocalíptico punto cero. Sus ‘cuatro jinetes’ están formados por la crisis ecológica, las consecuencias de la revolución biogenética, los desequilibrios dentro del propio sistema (los problemas de la propiedad intelectual; las luchas que se avecinan sobre las materias primas, los alimentos y el agua) y el explosivo crecimiento de las divisiones y exclusiones sociales”4.
Esta idea de crisis civilizatoria es fuerte en los países centrales en los que se ve resquebrajarse el “estado de bienestar” inaugurado tras la Segunda Guerra Mundial. En otras partes del mundo esta visión está matizada por sus propias particularidades, como en Latinoamérica. Aquí el acento está puesto en el fenómeno de la exclusión social, en un contexto de contrarreforma neoliberal que se da en el marco de una caída pronunciada