Al tercer día resucitó de entre los muertos. José Ignacio González Faus

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Al tercer día resucitó de entre los muertos - José Ignacio González Faus Cruce

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para testificar lo que les había ocurrido.

      3.3. Es también muy probable que, al llegar a Jerusalén, los apóstoles se encontraran con que quienes habían quedado allí (que eran sobre todo las mujeres) aseguraban que la tumba de Jesús estaba vacía. Sin embargo, esa afirmación era objeto más bien de desconcierto y tristeza. Solo el mensaje de la Resurrección que traían los apóstoles le dio un sentido nuevo, convirtiendo la tumba vacía en un «signo» de la resurrección. Pero signo no quiere decir prueba4.

      He dicho antes que las experiencias pascuales tuvieron lugar en Galilea, al menos «la mayoría de ellas». La razón de esta matización es un detalle que vale la pena comentar. Como es sabido el evangelio de Marcos tiene un final añadido (Mc 16,9-20) que la Iglesia considera «canónico», pero no de la pluma del evangelista. Ese apéndice pudo haber sido añadido bien para completar la sobriedad con que el primer evangelista se limita solo a insinuar la Resurrección, bien para suplir algún final perdido. En él leemos, nada más empieza, que Jesús resucitado «se apareció» primero a María Magdalena. Los críticos conceden a esa frase una seria probabilidad histórica. Al menos parece indudable que esa frase anduvo compitiendo en la primitiva Iglesia con la otra presente en los evangelios que presenta a Pedro como el «primer» testigo de la Resurrección5. Y otra vez serán los apócrifos los que conserven esta disputa, narrando una especia de inquina de Pedro contra la Magdalena, por la que los mismos compañeros apóstoles reprenden a Pedro y le aconsejan moderación6. Es muy probable que tras estos datos subyazca la discusión sobre el papel de la mujer en la Iglesia. Una discusión que se encuentra ya muy presente en la Iglesia primitiva. Y un papel que, casi con certeza histórica, acabó por ser suavizado y domesticado desde posturas mucho más «feministas» hasta posiciones mucho más digeribles para la sociedad romana. Si María Magdalena había sido «testigo de la Resurrección» (aunque prescindamos ahora de que Mc 16,9 la llama «primer testigo»), y si además había acompañado a Jesús durante toda su vida, reúne todas las condiciones para ser llamada «apóstol» en sentido pleno. Y todas las objeciones actuales al ministerio de la mujer quedan devaluadas.

      Tampoco este tema es objeto del presente libro. Pero quizá valía la pena señalar ese probable «intríngulis» de las diferencias constatadas.

      4. Hechos creadores de historia

      Finalmente, he dicho más arriba que la crítica histórica podía llegar a las experiencias pascuales, al testimonio creyente y al cambio de los apóstoles. Quizá convenga añadir a este triple dato un nuevo factor, que puede ser un desarrollo del segundo punto de nuestra reconstrucción (3.2). La crítica histórica puede asegurar que las experiencias pascuales convirtieron a los apóstoles en misioneros. Misioneros no es lo mismo que «periodistas». Los apóstoles necesitan comunicar lo que han visto, no porque sea una noticia capaz de llenar primeras páginas de periódicos, de satisfacer una curiosidad de novedades o de «ganar audiencia». No por nada de eso, sino porque se trata de una «buena noticia», es decir, de algo que interesa enormemente al oyente porque afecta profundamente a las estructuras últimas de todo ser humano. Algo que empalma –hasta los niveles más hondos con la necesidad de preguntar y con la necesidad de esperar que constituyen al ser humano. El anuncio de la Resurrección es como una «media naranja» que falta a todo hombre, y en busca de la cual se mueven varones y mujeres, ahora no es su condición sexuada sino mucho más: simplemente en su condición humana.

      Por eso mismo resulta mucho más incomprensible que ese anuncio no se haga de una manera «fácil», prometedora o «inmediatista», sino a través de una mediación que parece contradecirlo: la entrega de la vida de Jesús, y la llamada al oyente para que acepte entregar su vida.

      El oyente a quien se le anuncia esa «vida a través de la muerte» tendrá derecho a pensar que se le está proponiendo un nuevo «timo de la estampita». O podrá pensar también que, si de veras se le hubiese querido embaucar, no se le habrían presentado las cosas tan difíciles. Por la época en que redacto estas líneas, permítaseme añadir que el anuncio de la Resurrección no es (ni se parece nada a) una «campaña electoral».

      Pero en esa ambigüedad, todo ser humano queda puesto ante la opción entre asumir el riesgo o quedar remitido a su propia incompleción. Algo semejante a lo que pasa con el amor humano.

      * * *

      Hemos señalado así unos hechos mínimos que parecen ser lo único que puede garantizar la historia. Pero los hechos no son la fe ni pueden ser causa de ella. Son una base necesaria pero no una prueba que elimine la fe. La fe puede ser descrita como una decisión ante los hechos. Pero para ello, una vez establecidos necesita entenderlos y desentrañarlos mucho más.

      Algo de eso hemos de hacer en los capítulos siguientes, ampliando cosas que, en los enunciados de este capítulo, tenían que quedar implícitas y sin desarrollar.

      Apéndice: Sobre la historicidad de la tumba vacía

      Es esta una cuestión enormemente discutida, sobre la que no hay aquí espacio para entrar. Me permito reenviar otra vez a lo que escribí sobre el tema en el capítulo del libro Acceso a Jesús dedicado a la Resurrección. Resumo que los cuatro argumentos más serios a favor de la historicidad son estos: a) el hecho de que se presente como testigos a mujeres, que, en aquella época, estaban desautorizadas para testificar; b) la posibilidad de mostrar por análisis crítico de los textos que, en los estratos más antiguos, la tumba vacía no es utilizada como inductora de la fe en la Resurrección sino como productora de perplejidad y desconcierto. Estas dos razones hacen muy difícil que el relato de la tumba vacía haya sido «creado de la nada» por razones apologéticas; c) la casi seguridad de que los enemigos de la Resurrección no niegan la tumba vacía sino que la interpretan de otro modo (robo del cuerpo por los apóstoles o por el dueño del huerto para evitar visitas molestas), y d) en un mundo en el que las visitas a las tumbas de personajes queridos eran práctica constante, parece imposible que corriera por Jerusalén el rumor de la tumba vacía de Jesús, si se podía acudir al lugar y demostrar lo contrario. A menos que Jesús no tuviera tumba y hubiese sido arrojado a alguna fosa común (que es lo que parece negar la afirmación del credo paulino que encabezaba este capítulo: «fue sepultado»).

      Pese a todo, es importante el hecho de que Pablo (en 1 Cor 15) anuncia la Resurrección sin ningún recurso a la tumba vacía. Esto remite mejor al punto central de la cuestión: que quizá la Resurrección, tal como ha de entenderse, no exige necesariamente una tumba vacía (por ejemplo, cuando Lázaro resucita saliendo del sepulcro), sino más bien una «transformación» misteriosa que san Pablo compara con la de la semilla que «resucita» a la vida, no saliendo de la tierra sino pudriéndose en ella para convertirse en planta.

      Este es el punto central. Desde aquí, la tumba vacía no pasa de ser un «signo», gratuito y ambiguo como todos los signos (como concepción virginal si se quiere), pero nunca en sí mismo objeto de fe.

      3

      HACIA EL SENTIDO

      «Si de Cristo se predicara que ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección para nosotros? Si no hay resurrección para nosotros tampoco resucitó Cristo…

      Pero Cristo resucitó de entre los muertos, como primicia de los que ahora reposan… En Cristo como primicia, después de los suyos cuando vuelva a hacerse presente…

      Alguno preguntará: pero ¿cómo resucitarán los muertos, o con qué cuerpo?: ¡Bobo, lo que tú siembras no cobra vida si no

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