Camino al colapso. Julián Zícari
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[N]o se le podía pedir a nuestra fuerza que renunciara a la posibilidad de competir. Y menos mal que no lo hicimos y que hubo internas. Si hubiese sido de otra manera, muchos habrían tenido la certeza de que se podía ganar. Yo, aún con dudas, creía percibir parte de lo que pasó: que Graciela [Fernández Meijide] no era una figura con tanta fuerza y carisma como para movilizar, por sí sola, tantos independientes para derrotar a la poderosa estructura radical. Salvando las distancias y las diferencias, no se podía reproducir el fenómeno de Menem cuando derrotó al aparato cafierista en las internas partidarias del peronismo de 1988. Por otro lado, tiene cierta lógica que en la primera experiencia de una Alianza [en la Argentina], el presidente pertenezca al partido más estructurado, con más recursos de todo tipo. En las cámaras legislativas y en las provincias, el radicalismo tenía un poder institucional varias veces más importante que el nuestro, y esta base de sustentación es muy significativa a la hora de gobernar. Al aceptar la idea de hacer la Alianza con el radicalismo era muy improbable que nosotros pudiéramos conducirla (Álvarez & Morales Solá, 2002: 91).
Un mes después de los comicios internos, la Alianza terminó por diagramar su propuesta electoral cuando Chacho Álvarez anunció que sería el compañero de fórmula de De la Rúa y que Fernández Meijide sería candidata a gobernadora de la provincia de Buenos Aires (Clarín 05/12/1998). Por último, debemos decir que la Alianza también debió surcar el dilema sobre qué posición adoptar frente a los planes de Menem de buscar un tercer mandato consecutivo. En este caso, los líderes aliancistas se sintieron tentados en más de una oportunidad de formar un frente común junto a Duhalde para detener tal ambición. Sin embargo, finalmente desistieron de ello optando por privilegiar una ofensiva contra la Corte Suprema de Justicia en caso de que esta habilitara al riojano. Así, podrían tener un posicionamiento más institucional y menos riesgoso políticamente23, como también relegar el tema a la interna peronista y que sirviera esto para que los hombres del PJ se desgastaran mutuamente entre ellos.
Siguiendo este punto, debemos decir que luego de conocerse el resultado de octubre de 1997 con el cual triunfó la Alianza, fue –justamente– el espacio peronista el que terminó por entrar en crisis, sin hallar la forma de salir del pantano al que había caído. En principio, porque hasta ese momento el peronismo parecía tener en Duhalde una figura en ascenso y un “candidato natural” con las condiciones suficientes para imponerse en 1997, y con ello se suponía que podría arrebatarle el liderazgo del PJ a Menem, ordenar el espacio partidario y finalmente tener un fuerte impulso triunfador hacia 1999. Sin embargo, la victoria aliancista arruinó dichas perspectivas y dejó a Duhalde herido en su propia provincia. Además, el proyecto “Duhalde 99” también sufrió los golpes de la Alianza en los distritos donde estaban los gobernadores peronistas más cercanos al proyecto de Duhalde: Jorge Obeid (Santa Fe), Jorge Busti (Entre Ríos) y Arturo Lafalla (Mendoza), lo que significó que sus virtuales aliados habían salido sumamente debilitados de esas elecciones. En contraposición a esto, muchas de las listas del PJ alineadas con Menem pudieron igualmente vencer en sus provincias (La Rioja, Jujuy, La Pampa y Corrientes). En consecuencia, el resultado no podría haber sido peor para Duhalde, ya que con esos valores desde el menemismo se sintieron con el suficiente aire como para continuar con el control partidario y con la pelea por una nueva candidatura presidencial de Menem para 1999, alegando ahora también que solo Menem era capaz de asegurar un triunfo partidario allí. Por lo que, finalmente, y con estos resultados, Duhalde no pudo evitar el mal trago y terminó por declararse al otro día de las elecciones como “el padre de la derrota” (La Nación 27/10/1997).
A partir de entonces, Duhalde se vería obligado una y otra vez a destinar gran parte de sus energías en detener los planes de Menem para que este no consolidara su liderazgo en el peronismo o habilitara su candidatura presidencial, así como también –y paralelamente– volver a reflotar su alicaído proyecto hacia 1999. La interna peronista –frente al contraste de la experiencia que arrojaba la Alianza de reglas claras, convivencia y prolijidad–, cargaba con muchas dificultades y trabas para pensar un horizonte de resolución cierto. Asimismo, la carrera por atender todos estos desafíos debía hacerse de manera necesariamente conjugada, atacando todos los frentes a la vez, puesto que ellos eran sumamente dependientes entre sí. Menem ya venía desplegando desde tiempo atrás sus estrategias; ganaron algunas de ellas más peso mientras que otras se hundieron de forma rápida. Por ejemplo, mientras que por un lado logró sumar a Ortega a su gabinete como Secretario de Desarrollo Social y le ofreció ser su compañero en una virtual fórmula para 199924, por otro, la ambición del Presidente por lograr una nueva reforma constitucional se terminó de desmoronar una vez que la Alianza se impuso en las urnas, ya que esta le quitó bancas al PJ en el Parlamento y resultaba ahora imposible siquiera soñar con alcanzar los números para tal empresa. Finalmente, y con estas perspectivas, solo la vía judicial quedó disponible como opción para habilitar una nueva reelección. Así, para atravesar este último camino, desde el menemismo comenzaron a hacer una larga serie de presentaciones en juzgados y provincias de todo el país con el fin de hallar algún juez que le diera respaldo legal a sus pretensiones, aunque aguardando como verdadera esperanza no tanto lo que pudiera pasar en fallos de primera instancia, sino en lo que la Corte Suprema pudiera resolver en algún momento. Tras obtener algunos avances y retrocesos –donde el grueso de sus presentaciones fueron rechazadas en los tribunales–25, logró también que alguna de ellas se filtrara y llegara hasta la Corte Suprema en junio de 1998. Sin embargo, el máximo tribunal eludió dar una sentencia final atrapado entre dos fuegos: rechazó el pedido menemista alegando una excusa técnico formal (faltó firmar un papel) y quedó –de ese modo– sin fijar una sentencia de fondo, lo que en los hechos no denegaba totalmente los deseos de Menem, pero tampoco los ratificaba como este había intuido que pasaría (Clarín 12/06/1998). Porque las presiones sobre ese fallo eran muchas, en las que desde el duhaldismo –y luego desde la Alianza– habían comenzado a hablar de un “golpe de estado jurídico”. Por eso mismo, la Corte no podría habilitar a Menem para un tercer periodo porque hacerlo hubiera desencadenado seguramente un peronismo dividido, y aun cuando esto no pasara, era muy difícil pensar que Menem podría igualmente derrotar a la Alianza, con lo que esta junto a Duhalde podrían tener motivos suficientes para impulsar juicios políticos y remover a los integrantes del máximo tribunal. Es decir, la supervivencia de quienes formaban parte de la Corte Suprema también estaba en juego, ya que la habilitación menemista solo podría lograrse si su jefe lograba expresar un alto consenso político y el respaldo suficiente para darle también un respaldo seguro a la Corte. Por su parte, un mes después de esta evasiva del Tribunal Superior, Duhalde se decidió a apurar los tiempos políticos al convocar a un plebiscito no vinculante en su provincia contra la reelección menemista (La Nación 10/07/1998) y en la cual todos los sondeos señalaban que el grueso de los votantes terminarían por poner fin a la cuestión rechazando la opción de que Menem pudiera presentarse. Del mismo modo, también separó a los legisladores bonaerenses del peronismo en el Congreso Nacional (el grupo más grande) para amenazar con una ruptura partidaria si el partido llegara a respaldar a Menem en sus ambiciones. La respuesta de Menem ante estos desafíos que lo acorralaron fue convocar a un Congreso partidario para demostrar que su poder interno dentro del PJ era grande y que no estaba solo sino que el grueso del partido lo apoyaba. Sin embargo, allí los planes tampoco resultaron: con la ausencia del numeroso contingente de delegados bonaerenses –controlados por Duhalde–, la flaca concurrencia de varias provincias (Entre Ríos, Neuquén, Mendoza y Santa Cruz) y el retiro a último momento de los concurrentes de Santa Fe –que respondían a Carlos Reutemann–, el plenario quedó deslegitimado y sin fuerza. Además, el plebiscito duhaldista en Buenos Aires era casi inminente y aseguraba una derrota que humillaría públicamente a Menem, cerrando toda especulación sobre su liderazgo. En definitiva, el presidente no tuvo más alternativa y anunció por medio de una carta abierta su decisión de “excluirme de cualquier curso de acción que conlleve la posibilidad de competir en 1999” (La Nación 22/07/1998), disfrazando su derrota política en una elección personal.
Ante el importante triunfo político