Camino al colapso. Julián Zícari
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Finalmente, frente a las contradicciones y balbuceos duhaldistas, la Alianza una vez que asumió un compromiso expreso de sostener la convertibilidad, dedicó el último tramo de la campaña a los aspectos que parecían más débiles del peronismo, como eran su imagen de poca transparencia institucional y de prácticas políticas deshonestas. Para ello, el grueso de la estrategia electoral se concentró en resaltar la figura de su candidato, Fernando De la Rúa. En este caso, porque según los estudios privados realizados por los aliancistas era la persona de De la Rúa una de las mayores fortalezas electorales que podía ofrecer la Alianza: una persona serena, de perfil austero, moderado, que no era agresivo ni confrontativo y que tenía una larga carrera política respetando las instituciones. Es decir, un hombre que lucía ideal para alcanzar la presidencia y para representar los valores que buscaba gran parte del electorado por ese entonces, en pos de mayor institucionalidad y de respeto por las normas, a la par que para los aliancistas personalizar la campaña en su candidato contribuía a desideologizar sus propuestas (evitando así tocar temas espinosos y los compromisos tajantes) como también a reforzar el liderazgo y autoridad de aquel. Un caso donde se cristalizó claramente esta táctica fue en el spot publicitario que tuvo mayor circulación en la televisión y la radio, y que comenzaba con la frase “Dicen que soy aburrido”. Aquí se buscó trasmitir que la figura de De la Rúa era el contraste absoluto con la de Menem (asociado al despilfarro y el descuido por las normas) y se hacía converger en el candidato aliancista los ideales que la coalición prometía efectivizar: privilegiar un tiempo de paz con continuidad y tranquilidad, una vida nacional sin sobresaltos que permitiera que todo fuera claro y previsible (casi hasta ser “aburrido”)32. En síntesis, la campaña de la Alianza se centró en expresar el programa módico de prometer mayor neoliberalismo y convertibilidad pero sin corrupción. Según los sondeos, con esto la victoria parecía inevitable.
No obstante, la recta final de la campaña tuvo un único sobresalto, cuando a mediados de septiembre se produjo un asalto a un banco con toma de rehenes en la localidad de Villa Ramallo, provincia de Buenos Aires. Este hecho, conocido como la “masacre de Ramallo”, desembocó en el asesinato de varios de los rehenes, aunque no por las balas de los delincuentes sino de la policía provincial –que una vez más fue el centro de las críticas– y sobre todo porque uno de los asaltantes sobrevivientes terminó muerto en la comisaría bonaerense en la que se lo detuvo, simulando un suicidio. El nuevo hecho de violencia y la mala actuación de la policía duhaldista dejaron a Duhalde sin esperanzas de revertir las tendencias previas33. Por lo cual, más allá de todos los esfuerzos trazados y de competir por el peronismo –un partido que solía garantizarse pisos electorales de entre el 35 y el 40% de los votos–, el proyecto “Duhalde 99” debió sucumbir ante lo inexorable de su derrota. Dado que, mientras la Alianza se mostraba como la continuidad económica, pero sin los peores vicios a los cuales se asociaba al peronismo –tanto de Duhalde como de Menem–, el bonaerense terminó por construir la imagen de su proyecto político de modo inverso: aparente continuidad de las prácticas políticas oscuras que tanto se repudiaban pero con quiebres económicos inciertos. Así, Duhalde trató de hacer varias advertencias de último momento: “No quiero ser pájaro de mal agüero, pero el año que viene puede pasar como en el 89, cuando le explotó la economía en las manos al expresidente Raúl Alfonsín”, señalando que su “modelo productivista” era lo único verdaderamente opuesto al “modelo del ajuste” que encarnaba la Alianza34. En el acto de cierre de campaña, buscó ser más claro aún: “El domingo habrá muchos argentinos que estarán tentados de expresar su bronca. Querrán que cambie el gobierno. Pero la Alianza no quiere cambiar nada. Nosotros somos el cambio” (Clarín 22/10/1999). No obstante, más allá de sus advertencias, el resultado electoral fue el esperado: la Alianza se impuso en casi todo el país alcanzando la presidencia y dejó a Duhalde en segundo lugar –Cavallo terminó tercero con el 10% de los votos–, para dar desde allí la promesa de inicio de una nueva era política.
II. La Alianza en el gobierno y su lenta desintegración (de diciembre de 1999 a febrero de 2001)
Primeros meses de gobierno: ajustes estatales, tensiones internas, triunfos electorales
El 10 de diciembre de 1999 le tocó a la Alianza asumir el gobierno de la Nación. Su triunfo se había logrado sin demasiados problemas, replicando en gran medida el resultado obtenido en 1997. Sin embargo, aún la relativa sencillez y facilidad con la que había escalado hasta conquistar la presidencia, el apoyo político acumulado y cierto horizonte apacible, los integrantes de la coalición debían prestar atención a una serie de dificultades y limitaciones que ya antes de comenzar su gestión amenazaban con condicionar su capacidad de acción. Desde la Alianza era preciso tomar en consideración tanto las fortalezas como las debilidades que asomaban para trazar a partir de ello diversos tipos de estrategias y lograr así sortear un panorama que pudiera volverse eventualmente complejo. Con lo que, si la victoria electoral era un motivo de festejo y alegría, lo cual brindaba esperanzas y oportunidades, empezar a gobernar requería no descuidar problemas que restringían el ámbito decisorio.
Para comenzar, debemos decir que las limitaciones institucionales que encontraba el nuevo gobierno no eran pocas. Una de las más duras sin dudas fue la sorpresa final recibida la noche misma de la elección cuando se descubrió que Graciela Fernández Meijide no había logrado imponerse en la provincia de Buenos Aires. Las encuestas de los meses previos habían señalado una elección muy pareja entre la candidata de la Alianza y el candidato del peronismo, Carlos Ruckauf, en la que era muy difícil anticipar un resultado certero. Para ello desde el PJ se intentó no repetir ciertos errores ocurridos en 1997 y se elaboró una estrategia diferente, centrada no tanto en la disputa entre bonaerenses y porteños, sino en el tema “seguridad”. Allí Ruckauf se mostró como un hombre dispuesto a resolver el tema de manera firme y habló de “meterle bala a los delincuentes” (Clarín 04/08/1999), tocando este tema también para sacarle votos a la candidatura del excomisario Luis Patti, como a su vez acusar a Fernández Meijide de “abortista”. La “masacre de Ramallo” permitió orientar luego muchos votos a favor del discurso de “mano dura” de Ruckauf. Mientras que, por su parte, desde la Alianza, cuando se conformó la boleta electoral no se lo hizo con el fin de presentar a los candidatos que pudieran tener una mejor performance, sino con el de mantener los equilibrios de poder, ya que el radicalismo no postuló a Federico Storani como su candidato a la vicegobernación –un hombre