Tensiones y transiciones en las relaciones internacionales. Carlos Alejandro Cordero García
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Para continuar con la comparación, en términos de IED captada, según datos de UNCTAD, México obtuvo 1.8% del total de los flujos en 2013, lo que se traduce en un aproximado de $22 MMDD. Brasil, por su parte, recibió 5% en el mismo año ($62 MMDD). La suma alcanzada por ambas economías, otrora principales receptores de IED entre los países en desarrollo, es de $84 MMDD, lo que representa 65% de la IED que llegó a China en 2013. Aún más, la inversión que México y Brasil realizaron en el exterior en 2013 no representó ni 1% del total anual mundial (los recursos chinos, como se dijo antes, fueron 8.5%).
En cuanto al comercio internacional, tanto México como Brasil han agrandado su volumen total. No obstante, sus números se mantienen bastante alejados de las cifras alcanzadas por China. Por ejemplo, en México el comercio total creció 16.28 veces entre 1980 y 2013, yendo de $50 MMDD a $814 MMDD. En Brasil, el aumento fue de $49 MMDD a $607 MMDD, lo que refleja un aumento de 12.3 veces en ese periodo. Entre tanto, el comercio chino se incrementó en 107 veces en el mismo número de años, tal como se vio anteriormente.
Aún más, el panorama no mejora para los países latinoamericanos en términos de competitividad y globalización con respecto al país asiático. Antes se señaló que China escaló 18 escaños entre 2001 y 2015 en cuanto a su nivel de competitividad global, llegando al lugar 47; al mismo tiempo, México y Brasil experimentaron importantes retrocesos. México fue de la posición 51 a la 61, mientras que Brasil fue desplazado del puesto 30 al 57 en el mismo periodo. (12) Por último, México ocupa actualmente la posición 71 en el ranking de KOF respecto al índice de globalización; Brasil el lugar 75. No obstante, entre 1978 y 2016, el puntaje de México y Brasil aumentó en aproximadamente 20 unidades; el de China lo hizo en 40 unidades.
Ahora bien, además de los indicadores económicos que comúnmente se destacan en la literatura cuando se habla del éxito de China, el resultado de las reformas puede verse también en indicadores de corte más social, como los presentados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). De acuerdo con este, en 2014 el índice de desarrollo humano (IDH) de China —que contempla además de la dimensión económica, la educación y la salud— fue de 0.728, ubicando al país en la posición 90 de los 166 países enlistados por el organismo internacional. En el renglón de la educación, por ejemplo, los años promedio de escolaridad en China, que en 1980 era de 3.9 años, llegaron a 7.5 años en 2014, lo que ha contribuido a que 95.5 % de los adultos sepan leer y escribir. En relación con la salud, la expectativa de vida al nacer pasó de 66 a 75.8 años en el mismo periodo (PNUD, 2017). (13)
Al otro lado del Pacífico, México se colocó en 2014 en el lugar 74 con un IDH de 0.756 y Brasil un escaño por debajo con un índice de 0.755. En este sentido, tanto México como Brasil cuentan con un IDH superior al de China. Sin embargo, la diferencia es mínima y el PNUD considera a los tres como países con un nivel de desarrollo humano medio alto. No obstante, en el periodo que va de 1990 a 2014, el crecimiento experimentado por los países latinoamericanos ha sido menor que el que ha tenido lugar en el país asiático. En México, el IDH aumentó en 0.148, en Brasil en 0.147 y en China el incremento fue de 0.298 (PNUD, 2017).
Los indicadores de educación y salud reflejan tendencias similares. Es decir, diferencias mínimas entre los tres países, pero con mayores progresos para China. Por ejemplo, en 2014, los años de escolaridad promedio en México fueron de 8.5 años, en Brasil de 7.7 años y en China, como se muestra líneas arriba, de 7.5 años. Pero, en lo que refiere a los porcentajes de alfabetización entre adultos, China, con 95%, supera a los dos países latinoamericanos: México alcanza 94% y Brasil 91%. Por otro lado, a partir de la expectativa de años de vida al nacer, se establece el siguiente orden: México 76.8 años, China 75.8 años y Brasil 74.5 años.
Para finalizar este apartado, se revisa a partir de tres indicadores la cuestión referente al desempleo. El primero de estos es la tasa de desempleo por país —el porcentaje de la población económicamente activa que no labora. La tasa de desempleo es relevante porque se considera un indicador del bienestar de las familias debido a la estrecha relación que guarda con el ciclo económico. O, dicho de otro modo, con los aumentos o decrementos de la productividad de un país (Larraín & Sachs, 2002). De acuerdo con datos del Banco Mundial, la tasa de desempleo en China fue de 4.6% en 2014, cifra inferior a las registradas en México (4.9%) y en Brasil (6.8%) el mismo año. Pero no solo eso, el país asiático ha experimentado un crecimiento menor de la tasa de desempleo entre 1992 y 2014, al pasar de 4.4% a 4.6%; en tanto que en México el aumento fue de 1.9 puntos (de 3% a 4.9%) y en Brasil de .4 puntos (de 6.4% a 6.8%) (Banco Mundial, 2017). (14)
El segundo indicador consiste en el porcentaje de desempleo entre los jóvenes. (15) Esta medición del Banco Mundial muestra una tendencia al alza en los tres países en el periodo que va de 1991 a 2014. Sin embargo, mientras que en China el aumento fue de un punto porcentual (de 9% a 10%), en México el alza fue de 4.8 puntos en el periodo (de 5% a 9.8%) y Brasil experimenta la mayor tasa de desempleo juvenil entre los tres (alcanzando 15%) (Banco Mundial, 2017). En consecuencia, el porcentaje de personas empleadas en relación con el total de la población, reflejado en la tasa de empleo–población de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que constituye el tercer indicador, fue en 2015 mayor para China (68%) que para México y Brasil (57% y 52%, respectivamente). (16) Ahora bien, aunque ciertamente en términos absolutos el número de desempleados en China es mucho mayor que en los países revisados de América Latina, debe reconocerse la capacidad que ha mostrado el mercado chino para absorber a una fuerza laboral abundante.
El conjunto de indicadores revisados pretende ofrecer un esbozo general del avance que ha tenido lugar en China desde las reformas. Avance que, a pesar de los retos que actualmente enfrenta el país asiático (a los que se volverá líneas abajo), podría mantenerse en años próximos. Al respecto, el renombrado economista de la Universidad de Tsinghua, Hu Angang (en Cheng, 2014, p.xxviii), enfatiza cuatro factores que permiten ser optimistas sobre el futuro económico chino: 1) el ascenso de las empresas estatales; 2) el notable desarrollo de la infraestructura y del trasporte; 3) la emergente clase media; y 4) el énfasis puesto en la educación y la innovación. (17) Todo ello tendrá un papel fundamental para que China se convierta en la principal economía mundial en 2020, como vaticinan algunos (PricewaterhouseCoopers, 2015).
Dejando de lado la especulación, lo cierto es que la bonanza económica experimentada entre 1978 y 2016 ha permitido a más de 800 millones de chinos salir de la pobreza (Banco Mundial, 2016), a 90% de las familias chinas contar con su casa propia (Shepard, 2016) y al país posicionarse como un actor clave para el devenir de la economía y la política internacional (Shambaugh, 2013). Con todo lo anterior, no es de extrañar entonces que el país asiático se haya convertido en un referente obligado para estudiosos del desarrollo económico, quienes se preguntan sobre los factores determinantes de su exitoso trayecto. La búsqueda de estos factores ha alimentado la discusión en torno a la existencia de un modelo chino de desarrollo.
LA EXPERIENCIA DE DESARROLLO DE CHINA
En la literatura académica habitualmente se han empleado dos términos para nombrar la trayectoria de la RPC tras la reforma y apertura: el modelo chino (MC) y el Consenso de Beijing (CB). Sea nombrado como “modelo” o “consenso”, para varios estudiosos la experiencia de China es vista como una alternativa, un contendiente por antonomasia del Consenso de Washington (Ramo, 2004; Lee, Jee & Eun, 2011). No obstante, aterrizar claramente cualquiera de los dos conceptos ha probado ser una tarea complicada.
En la literatura y los medios, los términos se utilizan de manera intercambiable (Jiang, 2011). Chen y Goodman explican que “el modelo chino, en su contexto internacional, también se denomina a veces Consenso de Pekín” (Chen & Goodman, 2011, p.14). Aún más, al no existir una acepción