El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells

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El Santuario de la Tierra - Sixto Paz Wells

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compartirlo con sus queridos amigos de la escuela. Ella, más que escuchar las explicaciones –pues las conocía bien–, quería respirar el lugar y sentirlo profundamente una vez más.

      Mientras estaban allí caminando y mirando, se les acercó un hombre mayor de apariencia indígena, vestido pobremente con un atuendo propio de la zona, poncho y chullo (que es el gorro multicolor de lana que cubre las orejas) y, dirigiéndose directamente a Esperanza le dijo:

      –¡Mamita, volviste!

      Esperanza, que estaba rodeada de algunos amigos y enfrascada en una animada conversación, se giró y, observando a aquel extraño personaje, le contestó:

      –¿Perdón?... ¿Me habla a mí, señor?

      –¡Volviste! Eso significa que ya es tiempo.

      –¿Tiempo para qué, señor?

      –¡Para que el puma despierte y abra los ojos! El puma es el Kay Pacha, el mundo de aquí, que tiene que despertar y dar cuenta del final del ciclo y el inicio del otro.

      En ese momento, uno de los maestros, don Luis Gutiérrez, profesor de Geografía, hombre relativamente joven, grueso, alto, de pelo castaño oscuro y gafas, se acercó y pidió al hombre que no molestara a los chicos, haciéndole alejarse.

      –¡Siendo una ciudad turística no se puede evitar que abunden los pedigüeños! Así que tened cuidado chicos y evitad que se os acerquen –dijo el profesor justificando su acción.

      –Ese hombre profesor no me había pedido nada. Solo me dijo que «ya era tiempo para que el puma despertara y abriera los ojos» –aclaró Esperanza.

      –¡Sí, nosotros le escuchamos también! ¿Qué podría significar eso, profesor? –dijo uno de los compañeros.

      –A ver, a ver… A veces estos mendigos dicen dos o tres frases misteriosas, atractivos galimatías para hacerse los interesantes y atraer la atención de los ingenuos e incautos; no le hagáis caso.

      –Pero profesor, decir «que ya era tiempo para que el puma despierte y abra los ojos» no suena a tontería; podría ser algo retórico o propio de alguien que sabe algo importante –intervino Guille.

      –Bueno sí, podría ser… Disculpad si me he extralimitado pero es que en las zonas arqueológicas los pedigüeños abundan y me sacan de quicio.

      »Aprovecharé para deciros que en la época inca, Sacsayhuamán era la cabeza de la figura de un puma gigante, conformada por el plano de la ciudad completa. Y una de las tres torres que existían en la plataforma de la parte alta, que veremos después y de la que hoy solo quedan sus cimientos, era el ojo del felino –intervino el maestro.

      –¿A qué se podría haber referido aquel hombre con el «despertar del puma» profesor? –insistieron los alumnos.

      –No me lo imagino, pero insisto: tened cuidado porque a veces se acerca gente con artes engañosas; vienen diciendo incoherencias y con ello tratan de vender cosas a los turistas intentando sorprenderlos o buscan despertar el interés por lo esotérico sin ninguna base científica y con ello aprovecharse de ellos de alguna manera; quizás llevándolos a alguna improvisada ceremonia pseudo-chamánica que incluya alucinógenos de la selva, con la finalidad de captar jugosas propinas. Así que sed precavidos, no creáis todo lo que escuchéis y sigamos todos juntos por favor.

      El recorrido continuó por cada una de las tres terrazas de la fortaleza-templo hasta llegar a la cima donde se encontraban los cimientos de las torres. Después bajaron a la gran explanada cruzando al lado opuesto, subiendo por los pequeños cerros rocosos al lugar que llaman el «trono» o «asiento del Inca».

      Esperanza, situada junto a sus compañeros sobre las colinas y mirando hacia las impresionantes murallas, recordó con alegría aquellos maravillosos momentos que pasó en el lugar cuando era niña, donde se le despertaron posibles recuerdos de vidas anteriores. Pero esas imágenes ya empezaban a diluirse y desaparecer como consecuencia de los años transcurridos. Era difícil volverlos a tener con la misma frescura e intensidad que cuando era pequeña. Ciertamente cuando uno crece y se relaciona con los demás va perdiendo u olvidando las conexiones y las percepciones sutiles. El no poder evocar plenamente esas experiencias infantiles la hizo pasar de la alegría a la tristeza.

      –¿Qué te pasa Esperanza? Hace un momento estabas que no cabías en ti de gozo y ahora se te ve triste y compungida. ¿Has recordado algo que te ha entristecido? –le preguntó Raquel, siempre observadora, inquieta por su amiga.

      –Yo estuve aquí con mi padre cuando era muy niña.

      –¡Ah, ahora veo porque te ha entrado nostalgia! ¡Extrañas a tu padre!

      –¡No, no es eso! Cuando estuve aquí con él me pareció que había vuelto a mi casa y todos estos lugares me resultaron más que familiares. Recordaba como habían sido en los tiempos de los incas, como si yo misma hubiese vivido en esa época.

      –Eso demuestra que siempre has tenido mucha imaginación amiga.

      –Sé que no fue imaginación Raquel, ¿o acaso no recuerdas lo que vimos juntas cuando éramos niñas en la playa?

      –Tienes razón, yo ya me había olvidado de eso. Se nota que estamos creciendo y vamos relegando cosas que en su momento fueron mágicas e importantes.

      »¿Entonces tú viviste en un vida pasada aquí? ¡Qué locura!... ¿En serio? Espera a que los demás se enteren. Eso es una pasada.

      –¡Por favor no lo comentes! No quiero que los chicos se burlen de algo que es muy serio para mí. Yo estoy segura de que fue así. El problema es que me he dado cuenta de que estoy perdiendo esos recuerdos y la capacidad de conectar con ellos.

      –Eso sí es una pena Esperanza… Imagínate si recordaras con toda claridad esas cosas; hasta podrías decir a los arqueólogos donde excavar. Les ahorrarías mucho trabajo y los resultados de sus prospecciones serían espectaculares.

      –Tienes razón Raquel, no había pensado en ello. Pero igualmente no me creerían. Además, ¿por qué habrían de hacerme caso?

      En ese momento el profesor Gutiérrez se acercó a las dos chicas, llamándoles la atención porque se habían quedado rezagadas del resto por estar conversando.

      –¡Vamos señoritas, muévanse porque se están quedando atrás! Miren donde está el resto.

      Las chicas avanzaron uniéndose al grueso del grupo que estaba concentrado en la zona del rodadero, donde jugaban como si fueran niños pequeños. En aquella zona los maestros se preocuparon de que los alumnos conocieran las recientes excavaciones arqueológicas que habían sacado a la luz cerca de una decena de momias de nobles con sus correspondientes ofrendas, para lo cual habían contactado con el Instituto Nacional de Cultura, el cual había puesto sobre aviso a los arqueólogos residentes, que atendían a la comitiva escolar.

      El maestro de Historia se acercó a los dos arqueólogos de la zona de las excavaciones. Eran un hombre y una mujer que llevaban puestos unos chalecos color crema con el distintivo del Instituto Nacional de Cultura. Estuvo conversando con ellos unos minutos para después girarse hacia los chicos diciéndoles:

      –Queridos alumnos, os presento a los arqueólogos Jorge Cavieses y Rita Amaru, que os van a dar una explicación sobre las excavaciones y los hallazgos arqueológicos realizados recientemente en esta zona, colindante

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