El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells

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El Santuario de la Tierra - Sixto Paz Wells

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y respeto. Tú estimulas la confianza con señales y respuestas.

      –¿Las vacas piensan como nosotros los humanos Cristóbal?

      –Ellas también piensan, pero como ocurre con la mayoría de los animales, su mente y su conciencia son como las de un niño pequeño. Son muy básicas pero igualmente inteligentes y confiadas cuando se las trata con amor.

      »¿Te das cuenta de la gran responsabilidad que tenemos los humanos de cuidar a las demás especies para ayudarlas a evolucionar? En contacto con nosotros ellas evolucionan.

      –Para ser un chico de campo sabes muchas cosas.

      –En el campo tenemos que aprender muy rápido si queremos sobrevivir amiguita. Pero yo también voy a la escuela y tengo buenos profesores, que a pesar de sus limitaciones, se esmeran en sacarnos adelante.

      –¡Tú me dijiste que los señores del cielo te habían dado un mensaje para mí! ¿Por qué para mí? ¿Cómo te lo dieron?

      –¡En sueños! Yo soñé que te conocía, por eso vine hoy aquí. Me dijeron que te dijera lo que te he dicho y más…

      »Los seres del cielo pueden saber a distancia lo que ocurre aquí abajo, o grabarlo a través de unas camaritas en forma de esferas, que en la antigüedad inspiraban temor porque se creía que eran unas cabezas voladoras. Al parecer ellos te conocen y te han seguido desde hace mucho. Eso es lo que he entendido.

      –¿Y dónde están ellos?

      –En el cielo, en las estrellas o bajo las montañas y los lagos. Ellos vienen observándonos desde siempre y a veces bajan.

      »Cuando era muy niño estaba con las ovejas y ya era tarde. Hacía mucho frío por lo que iba por el camino arreando al ganado cuando aparecieron unas luces en el cielo que descendieron en el campo a gran velocidad acercándose hasta mí. Eran más grandes que una pelota de fútbol y brillantes y metálicas. Estaban suspendidas en el aire.

      »Lo curioso es que el ganado quedó como detenido, como dormido. No se inquietaron en lo más mínimo. Pero yo sí me asusté, y lo único que se me ocurrió fue levantar la mano y saludar. Entonces las esferas se balancearon ligeramente hacia arriba y hacia abajo, proyectaron una luz a mi pecho que después ascendió hacia mi rostro, y luego se marcharon a gran velocidad. De inmediato me fui corriendo escondiéndome en mi casa y hasta me olvidé del ganado que se quedó tras de mí. Traté de contarles a mis padres lo sucedido pero ellos solo me echaron una reprimenda por haber abandonado a las ovejas. Felizmente ninguna se perdió, y al ver mi padre que yo estaba pálido y temblando, fue a por ellas. Cuando regresó dijo que estaba sorprendido porque todas nuestras ovejas estaban en el camino más juntas que nunca, como si algo o alguien las hubiera mantenido reunidas.

      »A partir de ahí, en mis sueños volvían las luces y con ellas unos rostros de personas con rasgos felinos que me hablaban. A veces solo eran ojos los que veía, pero sus palabras repercutían con fuerza en mi mente.

      »Como te dije, hace unos días soñé contigo Esperanza. Aun sin conocerte te vi como te estoy viendo ahora, y vi quien habías sido y lo que tienes que ser en el futuro. En ese momento escuché el mensaje que debía darte: «Aprovecha tu tiempo para crecer, madurar y perfeccionarte, que cuando llegues a la edad adecuada, el mundo también habrá madurado esperando a personas como tú para liderar el despertar definitivo de la conciencia planetaria.

      »En el pasado fuiste un líder y ahora debes volver a serlo. Debes retomar la labor que en su momento supiste realizar.

      –¡Esperanza!... ¡Ven hija! Toda la clase está subiendo en el bus para irnos al restaurante a comer –intervino la profesora cortando aquella intensa interacción de la niña con el joven andino.

      Ambos jóvenes se miraron a los ojos y sonriendo se despidieron.

      –¿Nos volveremos a encontrar Cristóbal?

      –¡Ellos reunirán a muchas personas pronto! Ya verás.

      Esperanza le dio un beso en la mejilla a Cristóbal y se fue rauda al autobús.

      Con la pubertad Esperanza no solo vivió intensos cambios físicos que moldearon y espigaron su cuerpo, sino que desarrolló una sensibilidad y una inteligencia cada vez más profundas. El precoz desarrollo de la muchacha fue acompañado de una intensa actividad paranormal en la casa. No era extraño que en el hogar los objetos cambiaran inexplicablemente de ubicación, desaparecieran y volvieran a aparecer en el mismo lugar días después. Tampoco que desaparecieran cubiertos de cocina y aparecieran otros con un diseño diferente; o que sin razón aparente se rompieran objetos en el lavadero. Era habitual que los electrodomésticos se encendieran o se apagaran solos; los que estaban rotos se arreglaban y los que estaban bien se estropeaban; las puertas se abrían y se cerraban solas y hasta las bombillas eléctricas no duraban nada. Fueron tan intensas las manifestaciones en la casa, que don José, perplejo ante los acontecimientos y a pesar de su formación científica decidió recurrir a un amigo suyo, un francés y profesor de parapsicología científica, el ingeniero Lucian Bruc. Era un hombre alto y grueso, de pelo rubio encanecido, gafas y rostro afable. Después de escuchar los testimonios de su amigo y de su mujer, se entrevistó con Esperanza.

      –Querida Esperanza, ¿sabes acaso por qué me ha invitado tu padre a hablar contigo?

      –Porque mis padres están preocupados por las cosas que pasan en casa. Ellos creen que usted puede saber qué está pasando.

      –¿Y qué pasa en la casa, Esperanza?

      –¡Pasan cosas raras!

      –¿Y a qué crees que se deben?

      –¡No lo sé, pero a mí no me asustan! Ocurren cuando tengo sueños en los que sé que estoy soñando. Es más, veo mi cuerpo en la cama y cuando me acerco al espejo, me divierte no verme reflejada en él. Me imagino que así debe sentirse uno cuando se muere.

      »A veces sueño que salgo a caminar por la casa o por el barrio; otras veces es más lejos, pero muy lejos, y hasta vuelo y atravieso paredes. ¡Es fabuloso!

      »Hay sueños en donde me veo a mí misma pero como un hombre y en otro tiempo. Como un príncipe guerrero indígena o algo así. Y siento que soy yo. Es como la continuación de lo que de niña veía y hasta sentía en lugares muy especiales. Cuando fui creciendo tuve miedo de olvidarme de todo eso, pero de pronto vino todo con más fuerza... Pareciera que hubiese compañía en casa; quizás sean fantasmas.

      –¿Por qué piensas eso?

      –Porque yo he visto luces atravesando las paredes y hasta siluetas de personas, algunas bajas y otras muy altas, como queriendo comunicarse conmigo. Algunos se acercan a mi cama o se sientan a los pies. Pero tengo miedo de contárselo a mis padres porque no les quiero preocupar. Se podrían asustar y hasta creer que no estoy bien.

      »A mí me parece raro pero divertido.

      –¿No has jugado a la ouija con tus amigas? Es un tablero para consultar con el más allá. Hay gente que lo usa para comunicarse con los espíritus. Es muy peligroso porque puede atraer presencias inconvenientes y dejar puertas abiertas a otras dimensiones. Empieza como un juego y después puede tener consecuencias nefastas.

      –¡No Señor! No lo he hecho… He oído hablar de ello, pero no me ha interesado.

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