El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells
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Читать онлайн книгу El Santuario de la Tierra - Sixto Paz Wells страница 27
–Ciertamente fuiste humilde para aprender de otro, pusiste amor para valorarlo y voluntad para lograrlo. ¡Esa es la clave!
»¿Y tú, Esperanza? ¿Qué has logrado con voluntad? –preguntó la joven.
–¿Cómo sabes nuestros nombres? ¿De dónde eres?¿Cuál es tu nombre? Sabes que tienes una cara rara, no es fea pero es rara –indagó inquisitiva Esperanza.
–¡Qué maleducada he sido! No me he presentado. Soy Titi. Os vi en la playa y bajé a estar un momento con vosotras. Y no soy de aquí sino de muy lejos. Hay algunos de nosotros que vivimos entre vosotros sintiéndoos, aprendiendo de vosotros a través de la observación, evaluando como vais evolucionando.
»Nosotros también practicamos el mensaje que trae el número dos…
–¡Qué gracioso tu nombre «Titi»! Ya decíamos que eras extranjera. Gracias por ayudarnos con nuestras cosas, pero ¿cómo sabías nuestros nombres? Nosotras no te los dijimos –insistió Esperanza.
–No necesitáis decírmelos, los puedo ver y leer en vuestras mentes. Cuando lleguéis a ser uno con vosotras mismas y dos como fuerza de grupo entre vosotras y con muchos más, habréis aprendido que con amor y voluntad podréis lograrlo todo.
»Veréis que si permanecéis unidas en el amor solidario y compasivo con el tiempo leeréis vuestras mentes y podréis ver en los corazones de los demás. Si enfrentáis vuestro lado oscuro lograréis la paz, y eso es el número dos.
»Nos volveremos a ver muy pronto –dijo la joven mirando a las niñas fijamente con sus penetrantes ojos, mientras su pelo, que era largo pero ligeramente más grueso de lo normal, se agitaba con el viento.
Esperanza y Raquel se fueron corriendo donde estaban sus madres para presentarles a la extraña joven de la playa; las encontraron sumergidas en una amena charla.
–¡Mamá, hemos conocido a una señora muy rara! Nos habló mientras estábamos haciendo el pozo, y hasta nos ayudó a recuperar nuestras cosas que se estaba llevando una ola –comentó Esperanza entusiasmada.
–¡Ay niñas, tened cuidado con las olas! No os acerquéis demasiado al mar –intervino preocupada Olga, la madre de Raquel. Era alta, gruesa, de piel clara y cabello castaño oscuro rizado como su hija.
–¿Dónde está esa señora que dices, Esperanza? –preguntó su madre, Marie.
Las niñas se giraron pero ya no se veía a la joven por ninguna parte; solo se veía una extraña nube lenticular sobre la playa, que inexplicablemente se movía despacio contra el viento.
–¡Ya no está! ¡Qué extraño, ha desaparecido! –dijo sorprendida Esperanza.
–Y nos ha dado un mensaje que parece continuación de lo que escuché cuando aparecieron las esferitas. Ella nos dijo: «¡Dos!»
–¿Dos?... ¡Claro Esperancita linda, esa joven os ha dicho «dos» porque tú y mi hija Raquel sois dos! Dos buenas amigas que se cuidan y se quieren mucho –quiso aclarar Olga.
–¡No mamá! –dijo Raquel como queriendo hacer entender a su madre que había un importante mensaje detrás de ello.
–Esa chica quiso decir algo más que eso. Nos dijo que debíamos fortalecer la voluntad y unirnos para que nuestras voluntades unidas nos permitieran lograr cualquier cosa.
Las madres se quedaron sorprendidas con los comentarios de sus hijas, pero siguieron a lo suyo.
Más tarde los padres las llevaron a un restaurante cercano a la playa para comer. Cuando ya estaban todos sentados, Esperanza escuchó en su mente que le decían:
–¡«Tres»!
–¿«Tres»? –preguntó ella.
–¡Sí, «tres»! Ese es el siguiente mensaje –le reiteraba la voz en su mente.
Esperanza se bajó de la silla y corriendo se fue a la puerta del restaurante. Miró al cielo pero no vio nada. Bajó la cabeza intrigada y confundida. De pronto, una gran sombra circular se colocó sobre ella. Había algo grande a cierta altura sobre su cabeza y un extraño zumbido que todo lo envolvía, pero ella no se atrevió a levantar la vista y, sintiendo un intenso escalofrío, se metió rápidamente en el restaurante, sentándose en su silla.
En cuanto se sentó, escuchó en su mente claro y fuerte:
–¡«Tres»!...
–¿Qué es «tres»? –preguntó.
–¡«Tres» es equilibrio y armonía! Si te amas a ti misma y enfrentas tus defectos y errores, si te unes contigo misma y con los demás, lograrás tu paz y así estarás en paz con todo y con todos. Tres es paz y equilibrio.
–¿Y cómo lo logro? ¿Cómo me uno con todos? –preguntó inquieta Esperanza.
–¡Con comunicación, amor y voluntad! Escuchando a todos. Aceptando a cada quien como es, no queriendo cambiar a los demás sino cambiando tú.
»No permitas que nada ni nadie te haga perder tu paz interior –recibió en su mente como respuesta.
Esperanza se fue a donde estaba su padre para contarle lo que le estaba pasando, pero él, enfrascado en una animada conversación con los mayores, la reprendió diciéndole que volviera a su silla y se estuviera quieta, lo que frustró a la niña, pues sentía que aquello era importante.
Con todo esto la niña empezó a hacer su diario. Había muchas cosas que no comprendía pero las anotaba igualmente. No escribía mucho en él pero sí incluía los sueños y anécdotas más importantes.
Tiempo después, como a los diez años, tuvo un sueño que la marcó mucho. Soñaba que estaba durmiendo, esto es un sueño dentro de un sueño, y en él sonaba el teléfono de su casa y su padre contestaba; ella sintió en ese instante que les estaban avisando de que su abuelita Virginia, la madre de su padre, había fallecido. La abuelita era una persona mayor de rostro duro, pero de corazón tan buena como el pan; y no era para menos: su apariencia de seriedad se debía a que después de haberse quedado viuda muy joven había perdido a un hijo ya mayor en un accidente también.
Esperanza se despertó triste y angustiada, pero al darse cuenta de que era un sueño se consoló con ello. Ya despierta escuchó que sonaba el teléfono de su casa y que su padre contestaba; al ver que se reproducía la misma escena del sueño, ella se levantó deprisa y escuchó a continuación mucho ruido en la habitación de sus padres. Cuando se acercó, su padre salió rápidamente de la casa y ella solo pudo acercarse hasta su madre para preguntarle:
–Mamá, ¿qué pasa?
–¡Han llamado tus tías diciendo que tu abuelita está muy grave! Y por eso ha salido rápidamente tu padre a verla.
–¡Mi abuelita ha muerto mamá!
–¡No digas eso hijita, solo está malita! ¡Ya mejorará, ya verás!
–¡Ella ya falleció mami y lo siento mucho por papá y por la familia!
–¡Ay Esperanza, a veces dices cada cosa! Tu abuelita está muy mayor,