El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells

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El Santuario de la Tierra - Sixto Paz Wells

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Picchu forman lo que pareciera ser un rostro mirando al cielo.

      –¡No era Machu Picchu papá! Era más lejos, mucho más. Era un lugar en donde nacía un río en la montaña, formando una hermosa cascada. Y las montañas no eran tan altas ni profundas como las de Machu Picchu, pero igualmente estaban llenas de árboles.

      –¡Paiquinquin! –dijo categóricamente don Pedro como queriendo calmar la pequeña discusión que tenía la niña con el padre.

      La niña quedó sorprendida con la palabra que la hizo vibrar por dentro. Era como si hubiesen tocado una campana al lado de su oído y la vibración le hubiera remecido todo su interior. Estremecida como estaba, se quedó mirando fijamente a don Pedro.

      A continuación, y sin pensarlo mucho, se bajó de la silla, y dándole la vuelta a la mesa se fue en dirección de don Pedro. Tomándole de sus manos y mirándole fijamente a los ojos le dijo:

      –¡Donde se es uno mismo! ¡Paiquinquin es donde se es uno mismo! ¿No es cierto señor Pedro?

      Don Pedro no pudo aguantar y le dio un fuerte abrazo a la niña, visiblemente conmovido.

      –Me has dejado atónito niña…

      »Don José, disculpe que le haya dado cuerda a su hija, pero usted no se imagina lo que está sucediendo aquí en este momento. Yo mismo no logro entenderlo totalmente. No sé si Aarón me sigue…

      »Usted no lo va a creer, pero la verdadera ciudad perdida de los incas se encuentra en la selva del Madre de Dios, fronteriza con el Brasil. Fue construida por los ejércitos de mi antepasado, el Inca Tupac Yupanqui, padre de Huayna Cápac y abuelo de Huáscar y Atahualpa de la Panaca o linaje de los Serpiente. Se llamaba la ciudad de «Paiquinquin», cuya traducción es más o menos «donde se es uno mismo».

      »Nunca me imaginé que llegaría a ver este momento. Esto es inaudito.

      –¡Sorprendente Pedro!... ¿No es increíble José?… Pero, ¿cómo puede ser que la pequeña Esperanza sepa todo esto? –intervino Aarón.

      –¡No tengo la menor idea Aarón! Necesitaríamos hacerle unas pruebas a la niña, claro que con la autorización de don José –dijo Pedro:

      –¿Qué clase de pruebas, Pedro? –preguntó preocupado el padre.

      –Lo que les propongo es que, si tienen tiempo, me acompañen de regreso a Ollantaytambo pasado mañana.

      –¡Bueno, ya hemos estado allí y no habíamos previsto quedarnos tantos días Pedro! –dijo don José visiblemente turbado.

      –¡Yo les invito los días que se queden! Los gastos corren de mi cuenta. Es que dentro de dos días bajan desde las alturas de Paucartambo los principales de los Q’eros, los guardianes de la tradición andina. Sería importante consultarles; solo ellos pueden evaluar a la niña.

      –¡Días atrás vimos a algunos Q’eros en Ollantaytambo Pedro! –dijo don José.

      –¿Sí? ¿Cómo puede ser?… ¡Pero no serían los Paco Runa, los «sabios», a lo que se refiere don José? Es que dentro de dos días bajan el altomisayo y los pampamisayocs –añadió don Aarón.

      –¿Qué es un altomisayo y un pampamisayoc? –preguntó don José.

      –¡Son sacerdotes andinos! –contestó don Pedro–. El altomisayo puede hablar con los apus, los espíritus de las montañas, puede ordenar y dirigir los elementos, puede hacer oráculos, dirigir las ofrendas en los llamados «despachos» o altares dedicados a la Pachamama o Madre Tierra y hasta sanar a la gente, tanto su alma como su cuerpo. Los pampamisayoc son un nivel más bajo, que corresponde a aquellos que solo hacen los rituales y piden la protección y sanación de las personas.

      Visiblemente confundido, el padre de la niña comentó:

      –¡No sé qué decir Pedro! Para mí era más cómodo pensar que todo era producto de una prolífica imaginación infantil y nada más. Pero ahora que con conocimiento del tema me dices que no es mera fantasía, sí me preocupa e interesa ver el resultado de todo esto.

      »Pero no creo que vaya a ser posible en este viaje, ya que tengo que regresar al Ministerio de Trabajo en Lima y hacer unos informes. Dejémoslo para más adelante. Yo os avisaré con tiempo cuando podamos repetir la visita.

      –¡No se hable más sobre esto José; cuando podáis me avisáis y seréis mis invitados en esa próxima oportunidad! Además, estoy en deuda contigo porque me has dado unos consejos muy valiosos para resolver mis asuntos en las minas.

      –A ver Pedro, para situarnos bien y ordenar las ideas, siempre y cuando sea posible, haznos un resumen de toda esta historia del disco que menciona Esperancita –sugirió Aarón.

      –Pues resulta que, según el cronista Pedro Sarmiento de Gamboa, que acompañó a las huestes de Francisco Pizarro en la conquista del Perú, él entrevistó a los «orejones» de Cuzco, que eran los nobles pertenecientes a los clanes o panacas reales. Su nombre deriva de la deformación de sus orejas y cráneos, todos ellos alargados para asemejarse a los seres del cielo. El cronista les pidió que le contaran la historia oficial de los incas y el imperio. Ellos le refirieron que en tiempos del Inca Túpac Tupanqui, este quiso expandir el imperio y explorar en dirección al Antisuyo (la selva) y al Contisuyo (el mar), por lo cual preparó dos expediciones, una con 20.000 guerreros en cuatrocientas balsas hechas de totora que viajaron por el mar hacia el Oeste, hasta las islas de la Polinesia. El viaje duró entre nueves meses y un año, y el propio Inca se embarcó en la expedición. La evidencia de todo ello estaría en la Isla de Pascua, donde se ha encontrado totora en los lagos de agua dulce que hay en el interior de los conos volcánicos, y en donde algunas de sus gigantescas estatuas hacen referencia a hombres de orejas largas.

      »La otra expedición fue de 40.000 guerreros que bajaron de las montañas de Cuzco en dirección al Madre de Dios avanzando por los ríos Pilcomayo, Alto Madre de Dios, Palotoa, Pantiacolla y Rinconadero hasta las fuentes del río Siskibenia. Esta expedición fue muy dura porque los incas tuvieron que enfrentarse a una naturaleza muy difícil y hostil, a ríos torrentosos, animales salvajes, insectos ponzoñosos y tribus aborígenes muy bien adaptadas al ambiente. Finalmente resolvieron hacer un acuerdo diplomático con el gran «Yaya» o «Señor de Maravi o Paititi», jefe de las tribus de la selva, quien les permitió fundar una ciudad de penetración llamada Paiquinquin, y que se menciona en las leyendas como Paititi.

      –¡Paititi o El Dorado! –interrumpió don José.

      –¡No exactamente! No hay que confundir a Paititi con la leyenda de El Dorado de Colombia –sentenció don Pedro–. Allí se habla del cacique Muisca Guatavita, que para demostrar que aún contaba con la vitalidad necesaria como para seguir gobernando a su gente, cubría su cuerpo con polvo de oro, y en una embarcación, toda ella cubierta del valioso metal, avanzaba por el interior de una laguna, arrojando ofrendas de oro al agua y luego volvía nadando. Cuando llegaron los españoles hacía poco que Guatavita había muerto asesinado.

      –Entonces, ¿cómo se relaciona El Dorado con Paititi? –insistió el padre.

      –A la muerte del Inca Tupac Yupanqui, le sucedió en el trono su hijo Huayna Cápac. Por aquel entonces el Inca recién coronado consultó el oráculo y los astrólogos le revelaron que su gobierno estaba marcado por el infortunio. Que sobrevendrían 500 años de Pachacuti o purificación, y la cabeza del imperio desaparecería. Él naturalmente no les quiso creer y los echó de mala manera. Resultó a continuación

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