El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells
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Para obtener una de las vistas más bellas y espectaculares hay que subir hasta la zona agrícola alta, donde se encuentra el mirador principal de ese lado de la ciudad, y de donde se obtiene la mejor panorámica de Machu Picchu.
Padre e hija ascendieron por el camino en zigzag que va trasladando a los visitantes hasta el mirador. Avanzaron hasta llegar al lugar donde uno contempla una vista de ensueño. Es como trasladarse 500 años al pasado y observar una ciudad mágica detenida en el tiempo, enclavada entre montañas cubiertas por una frondosa espesura.
Esperanza se quedó en silencio durante largo rato, hasta que, tomando de la mano al padre, le dijo:
–¡Hay varias ciudades más que nadie conoce! Pero una es la más importante de todas. No es tan grande como esta, pero allí están todas las respuestas y hay que volver ahí.
El padre estaba tan impresionado con el paisaje y el lugar que prestó poca atención a lo que dijo la niña.
Mientras don José tomaba fotos sin parar, Esperanza comenzó a caminar hacia la izquierda, cerca de unas terrazas que dan al precipicio, cuando de pronto vio al señor que le había llamado la atención en Ollantaytambo parado sobre la terraza. Era la misma persona. De baja estatura, delgado, con el rostro macilento rojizo oscuro y unos sesenta años.
Al acercarse, Esperanza lo saludó.
–¡Buenos días señor!
–¡Napaykuyki warma! (¡Buenos días niña!)
–Usted estaba ayer por la noche en la plaza de Ollantaytambo, ¿verdad?
–¡Sí!... ¡Y tú también!
»Yo estaba aguardando mi señal, y ya la tuve.
–¿Ah sí? ¿Y cuál era?
–Los niños de este tiempo son almas viejas que están volviendo a la vida muy rápido, con gran conciencia y urgencia por cumplir tareas. Algunas de sus almas vienen de otros sitios. No todas son de la Tierra. Su antiguo hogar está en las estrellas.
»Tú, por ejemplo, estás recordando mucho y muy rápido. Todo esto que estás viendo no es nuevo para ti. ¿No es verdad?
»Y perteneces a este lugar, por eso has vuelto.
–¿Y cómo lo sabe señor?
–Lo veo en los colores de tu alma. Te envuelve el color azul marino de la espiritualidad y la realización.
»Pero cuando crezcas olvidarás mucho de todo esto, aunque la vida se encargará de guiarte y hacerte recordar. Volverás nuevamente aquí, pero más crecida internamente y acompañada de otros. Pero será de aquí a un tiempo largo.
–Señor, ¿cómo se llama usted?
–Me llamo Mariano. ¿Y tú?
–¡Esperanza!...
»Aguarde don Mariano. Le voy a presentar a mi padre.
La niña se giró a buscar a su padre y, tomándolo del brazo, lo empujó hasta la terraza diciéndole que le iba a mostrar al señor que había estado en la plaza el día anterior y que se llamaba Mariano. Pero, cuando el padre reaccionó, el hombre había desaparecido.
El padre no creyó mucho a su hija cuando ella le contó el extraño encuentro, por lo que siguieron con la visita.
Bajaron por el camino inca que une la zona agrícola alta con la zona alta urbana. A la derecha podía verse un profundo y extenso foso defensivo seguido por una muralla alta que separaba una zona de otra, que permitía a la población replegarse y defenderse. El camino conducía hasta una puerta amurallada constituida a modo de baluarte. Esperanza se agachó y tomó una piedrita del suelo.
–¡Papá coge una piedrita como yo, la vas a necesitar!
–¿Para qué hija?
–¡Tú simplemente cógela papá!
–Bueno está bien. ¿Y ahora qué?
Tomados de la mano, se acercaron a la puerta y en la entrada la niña colocó la piedra a un lado y le hizo hacer lo mismo a su padre.
–¿Qué estás haciendo hija? ¿Por qué hemos cogido estas piedras y ahora las dejamos en la entrada?
–Porque somos peregrinos; debemos pedir permiso para entrar y esta es nuestra ofrenda como caminantes al camino y a la ciudad sagrada.
»La vida es un largo camino; cada paso nos acerca a recordar todo lo que caminamos antes y nos muestra lo que nos falta por alcanzar.
–¡Qué cosas tienes tan especiales Esperanza!
Mientras avanzaban por el marcado sendero de visita, el padre comentaba en voz alta lo que decían los folletos turísticos que llevaba consigo –que incluían planos de la ciudad– mientras la niña se dedicaba a abrazar a las piedras como si fuesen viejos amigos tratando de escuchar lo que le decían.
Cuando estuvieron en la zona de los templos, Esperanza le mostró al padre que algunas piedras del suelo tenían forma geométrica, que habían sido trabajadas y que correspondían a formaciones de estrellas en el cielo. Él se quedó impresionado al comprobar que eso mismo decía el folleto.
Juntos, se aprestaron a subir unos escalones muy altos que llevaban hasta lo alto de una pirámide donde se encontraba el Intihuatana o reloj solar. De pronto la niña empujó a su padre hacia una pequeña habitación lateral.
–¿Adónde me llevas Esperanza? El plano dice que es por otro lado.
–¡Sí, lo sé papá! Pero debemos hacerlo como se hacía antes.
–¿Y cómo se hacía antes niña?
–Había que pedir permiso y hacer una pequeña oración para conectarnos con los guardianes del lugar. Una pirámide es una escalera al cielo, y nosotros vamos a subir por ella.
–¡Jajá!... ¿Aquí también hay que pedir permiso?... Muy bien, hagámoslo como tú deseas. Pero no podemos demorarnos mucho porque si no no nos alcanzará el tiempo para ver lo más importante.
Se sentaron sobre una larga piedra al pie de unas hornacinas trapezoidales y, guardando silencio por unos instantes, la pequeña en actitud ceremoniosa pidió en voz alta permiso para subir.
De allí salieron y ascendieron definitivamente hacia el reloj solar, donde en tiempos antiguos los incas medían las estaciones y los ciclos del Sol y de la Tierra a través de la observación del juego de las sombras y las posiciones de los astros en el cielo.
–¿Qué te parece este lugar Esperanza? ¿No es fascinante? Aquí los incas consideraban que amarraban al Sol al descubrir sus secretos, esto es, se dieron cuenta de que el Sol estaba sujeto a ciclos, los ciclos de los equinoccios y los solsticios, momentos en que la Tierra estaba más lejos o más cerca de nuestra estrella, producto de su órbita elíptica y del balanceo del planeta. Mira, te lo explico con estas piedrecitas en el suelo. La Tierra no gira de forma circular alrededor del Sol sino de forma ovalada. Hay momentos en que estamos más cerca y otros más lejos de nuestra estrella. Además, la Tierra tiene