El Santuario de la Tierra. Sixto Paz Wells
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–Es la gravedad que genera la atracción, querida. El Sol tiene un campo gravitatorio que genera una fuerza que tiene atada a la Tierra y a cada uno de los planetas del sistema, impidiendo que se alejen mucho o se acerquen demasiado. También cada planeta tiene su propio campo; por ello la Luna se mantiene donde está.
Después de recorrer una buena parte de la ciudad observando la forma peculiar de las montañas, debieron volver al bus para descender al pueblo de Aguas Calientes, porque habían contratado el tour corto y el tren salía por la tarde y debían volver a Cuzco.
Durante los siguientes días el padre fue con la niña a las instalaciones de las Fuerzas Aéreas, donde les estaban aguardando para trasladarlos en helicóptero a la zona de Sicuani. Los militares querían que don José los ayudara en una investigación del fenómeno ovni, tema que a él le apasionaba. El viaje en helicóptero entre las montañas fue una nueva gran aventura para la niña, que no podía creer lo que estaba viviendo. En la zona de Sicuani se habían reportado continuas observaciones de extraños objetos luminosos descendiendo sobre una zona arqueológica compuesta de centenares de estructuras circulares llamadas colcas o depósitos. Se registraron los testimonios de los campesinos y se tomaron algunas muestras del suelo donde se veían huellas, que eran como quemaduras circulares en las que se había producido el crecimiento de extraños hongos, aparentemente producto de la radiación.
De vuelta a la ciudad quedaron en verse temprano por la noche con don Aarón Pirca en un restaurante de la Plaza de Armas de Cusco, en pleno centro de la ciudad. El restaurante se encontraba situado en un local cerca de la plaza, construido irrespetuosamente sobre las bases y con las paredes de fina piedra trabajada del antiguo palacio de uno de los grandes soberanos incas.
Después de caminar por las pintorescas y empedradas calles de la ciudad imperial, don José y Esperanza entraron en el local preguntando por la mesa que tenía reservada don Aarón, y el camarero, sonriendo, los llevó al extremo del lado derecho. Esperanza se sentó al lado de su padre. Delante había un bellísimo muro completo inca y al lado una ventana, que permitía a la niña ver la plaza. Ante la insistencia del camarero, pidieron unos refrescos mientras aguardaban la llegada de su amigo. Don Aarón no se hizo esperar y aquel viejo amigo, compañero de inquietudes e investigaciones, entró al rato en el local; era un hombre generoso y conocido por su sabiduría y por estar volcado en el servicio social de pobres, ancianos y huérfanos. Esta vez no venía solo; estaba acompañado por un hombre como de unos cuarenta años, pelo oscuro, alto y fuerte, y elegantemente vestido con traje y corbata.
–Buenas noches José, vengo acompañado de Pedro Túpac Yupanqui, descendiente de la Panaca Real o Clan de los Amaru o Serpiente, la casa a la que pertenecía el Inca Huayna Capac.
–¡Buenas noches Aarón y buenas don Pedro, es un placer conocerle! Esta es mi hija Esperanza.
–¡Buenas noches señor Aarón y señor Pedro! –dijo Esperanza saludando respetuosamente mientras se quedaba con la mirada fija en los ojos de aquel señor trigueño de pelo negro bien peinado que acompañaba al amigo de su padre. Le dieron ganas de tomar a don Pedro de las manos y sentirlo, pero se contuvo. Percibía extrañas sensaciones. Era como estar y no estar; como si todo el entorno del restaurante fuese cambiando para dejarle ver el edificio en otro tiempo.
–Estimado José, Pedro se ha enterado de como resolviste los conflictos sociales y sindicales estos días en la ciudad y se ha quedado muy impresionado. Él tiene unas minas y quería hacerte unas consultas laborales, así como pedirte consejo porque algunas empresas extranjeras se están queriendo quedar con sus concesiones. También, y conociendo tu fascinación por la Historia, quería, como conocedor de todas las tradiciones ancestrales, compartir una visita especial guiada contigo y con tu hija antes de que os vayáis.
Mientras conversaban sobre temas de trabajo que le resultaron aburridos a la niña, ella se puso a dibujar con el bolígrafo de su padre en el mantel individual de papel en el que figuraba el nombre del restaurante y un mapa de Cuzco.
Dibujó un gran círculo, luego círculos concéntricos y dentro del círculo exterior doce círculos menores. Se quedó por un momento viendo su obra, y a continuación, en el centro delineó un rostro entre humano y felino rodeado de corazones con caritas humanas en espiral.
Cuando los hombres terminaron de hablar de lo principal que tenían que comentar y se hubo relajado la conversación, la niña le mostró a su padre su dibujo.
–¡Mira papá lo que he dibujado! Es el disco de oro con sus otros discos menores que estaba en el Coricancha… ¿Es bonito, no?
–¿Ah sí?... ¡Qué bien Esperancita! Pero no nos interrumpas que estamos hablando de cosas importantes.
–¡A ver Esperanza, muéstramelo! –pidió con curiosidad y condescendencia don Aarón, tomando el dibujo entre sus manos y mostrándoselo a don Pedro.
–¿Dónde has visto esto niña? –preguntó Pedro con los ojos desorbitados y visiblemente sorprendido.
–Esperanza es muy imaginativa caballeros. Ella habla de un gigantesco disco de oro hoy desaparecido. Cuando estábamos en el Coricancha me dijo que ella sabía donde había estado colgado este disco, y que además originalmente tenía adheridos once discos menores…
–¡Doce papá! ¡Eran doce más pequeños colocados sobre el grandote! Aunque con el tiempo los pequeños desaparecieron, pues fueron repartidos por diversas partes del mundo. Y recuerdo que el disco principal fue dejado para disimular la huida de muchas personas como yo, que salimos por túneles fuera de la ciudad.
»Por aquel entonces el gran sacerdote dijo que en poco tiempo enviaría el disco a la selva, pero los conquistadores llegaron antes de que se pudiera esconder y lo capturaron. Lo que recuerdo que me contaron después es que uno de aquellos hombres venidos de lejanas tierras, a diferencia de los demás, era bueno y supo que el disco era muy especial, y aunque parezca extraño, él mismo ayudó a protegerlo y sacarlo por los túneles que lo condujeron a la selva.
»El gran disco era como una ventana por la cual se podía ver el futuro. Y si cantabas una palabra mágica, los trece discos vibraban juntos, sin importar la distancia a la que estuviese uno de otro; todos se conectaban y se abría como una puerta a otros mundos y otras realidades.
–¡Esperanza termina ya con tus cuentos hija, que estás aburriendo a los señores!
»Nos disculparéis…
–Don José, lo que está diciendo su hija no es ningún cuento; es una de las tradiciones más secretas de nuestros antepasados.
–¿Dónde aprendiste esta historia niña? ¿Quién te la contó? ¿Por qué lo dices como si hubieses estado allí? ¿A qué parte de la selva lo llevaron? –intervino don Pedro.
–Pedro, no creo que sea buena idea seguirle el cuento a la niña, si no después no sabrá diferenciar la realidad de la imaginación –dijo el padre visiblemente avergonzado.
–Simplemente lo supe cuando llegué con mi padre al Coricancha. Nadie me lo contó. Yo sé que estuve allí hace siglos, y que era hombre, un joven guapo y atlético. Era un príncipe de la casa de los «Serpiente», pero de los buenos hombres-serpiente. Y me parecía mucho a usted don Pedro. Y yo misma estuve pendiente del traslado del disco a una ciudad en la selva que mi abuelito de aquel entonces –que había sido el emperador– había mandado construir años atrás al pie de una montaña, y que en lo alto de esa montaña había un gigantesco rostro acostado