Un verano con Clío. José Luis de Montsegur

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Un verano con Clío - José Luis de Montsegur

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el cuello generación tras generación, hasta surgir una nueva especie como, por ejemplo, la jirafa.

      –Parece más lógico.

      –De la misma manera, el órgano que no se usaba quedaba atrofiado. El problema de Lamarck era saber cómo se realizaba esta adaptación, pues por mucho que se les cortara la cola a los ratones durante cientos de años, seguirán naciendo ratones con cola. Una nueva teoría revolucionaria, la «epigenética», postula que el ADN, al igual que emite mensajes codificadores de proteínas, recibe información a través del mimo canal de todo lo que afecta al organismo: alimentos, estrés, emociones, clima, y produce mutaciones inducidas no aleatorias tendentes a la mejor adaptación a los cambios. Estas mutaciones «guiadas» ya se han comprobado en bacterias sometidas a fuerte estrés, cultivándolas en un medio adverso y dándoles como alimento un producto tóxico. Muchas morían, pero con el tiempo algunas empezaron a asimilar el tóxico como si fuera un nutriente más, fabricando nuevas proteínas que no estaban antes codificadas en su ADN; es decir, se acomodaron a las circunstancias modificando la «expresión» de su código genético. Estas bacterias pasaron la nueva información a sus descendientes. Esto explicaría por qué las bacterias patógenas están haciéndose resistentes a los antibióticos que antes las mataban; ahora se los comen y «engordan».

      –Pues en los libros de texto se dice que el ADN es determinante y que no recibe información sino que sufre mutaciones debido a su complejidad estructural, errores al duplicarse o bajo la influencia de tóxicos o de radiaciones, y que muchas son dañinas, aunque algunas pueden ser eficaces.

      –Sí Julio, pero eso está cambiando. El Dr. Lipton, profesor universitario, médico y biólogo, postula esta teoría de cambios en el ADN producidos por la información recibida, algo que es verdaderamente revolucionario por las implicaciones de todo tipo que origina, y es una teoría que ya se ha confirmado plenamente en los laboratorios.

      –¿Y cómo es que los libros de texto no dicen nada de esto?

      –Porque hacen falta años para que los viejos dogmas científicos se modifiquen. También en la ciencia hay fundamentalistas y resistencia a los nuevos paradigmas.

      –¿Entonces no hay una certeza total acerca de cómo surgió la vida?

      –Lo cierto es que el registro fósil permite trazar una historia de nuestros ancestros que, aunque discutida por los propios especialistas, que no están todos de acuerdo en la clasificación de los homínidos, se acerca bastante a la realidad.

      –Pues ya estoy impaciente por oírla.

      –Pero ya se está haciendo tarde. Lo mejor es que lo dejemos para mañana después de la siesta. No sé si tu tía te ha dicho que mañana viene Clío.

      –Sí, mañana por la mañana –contestó Julio con cierta desgana.

      –Tiene que ir a esperarla a la parada del autobús a las once. Es una gran entendida en Historia; su tesis doctoral ya está muy avanzada. Cuando yo esté fuera puedes preguntarle a ella cualquier duda que tengas.

      –Gracias tío Manuel, pero prefiero que me lo expliques tú. Lo dices de una manera que aprendo sin darme cuenta. Me encanta como lo cuentas.

      –Eres muy amable Julio. Me gustaría que mis alumnos de la facultad opinaran como tú.

      –Seguro que sí.

      Manuel se levantó y revolvió cariñosamente con su mano los cabellos de Julio.

      –Lamentablemente el decano no piensa lo mismo. Está chapado a la antigua y le gusta una educación rígida y severa, seriedad y memoria, atenerse estrictamente al contenido de los textos, ¡disciplina! –Al decir esta palabra se cuadró militarmente y saludó llevándose la mano a la frente y frunciendo el ceño.

      –¡Ja, ja, ja! Tío, pareces un soldado. No sabía que fueras tan divertido –Julio se reía con ganas en el sofá.

      –Pues no digas de esto ni una palabra a nadie –Manuel señaló con el dedo a su sobrino mirando teatralmente a su alrededor–. Mi reputación de «catedráticus diplodocus» se resentiría.

      –Yo siempre he creído que un catedrático de universidad es un señor muy serio y aburrido que se pasa el día entre torres de libracos y poniendo exámenes muy difíciles para cargarse a cuantos más alumnos mejor.

      –Ya ves que las cosas pueden ser diferentes a como pensamos que son. Vamos a buscar a tu tía. Nos daremos un baño en la piscina antes de cenar. ¿Qué te parece la idea?

      –Estupenda; voy corriendo a ponerme el bañador.

      Al poco, los tres se zambullían ruidosamente en las cristalinas y frescas aguas de la piscina. El calor a última hora de la tarde apretaba de firme y el chapuzón se agradecía.

      –¡A ver quién llega primero al otro lado! –gritó Julio lanzándose a nadar con fuerza.

      –¡Eh! ¡Eso es jugar con ventaja! –dijo Manuel siguiendo la estela de su sobrino.

      –¡Vaya par de tramposos! –grito Cintia entre risas, salpicando el agua en su intento de seguirlos.

      Julio aminoró el ritmo de su brazada dejando que su tío le ganara. Se estaba divirtiendo. No esperaba que Manuel fuera lo que se llama «un tío enrollao», y le habían sorprendido su talante amable, su manera de contar las cosas, su buen humor. Pensó que en realidad apenas le conocía pese a ser el hermano de su padre.

      Después del baño, que les dejó frescos y relajados, se cambiaron para la cena. A Cintia le gustaba que todos fueran bien vestidos. Para ella era un momento especial donde se aprovechaba para hablar sobre lo acontecido en la jornada, y sobre los proyectos del día siguiente.

      Como la noche anterior, la cena estaba deliciosa, bien cocinada y con una mesa puesta con todo detalle incluidas dos grandes velas rojas sobre sendos candelabros de plata. Una dulce música de piano sonaba al fondo surgiendo de un equipo musical de alta fidelidad.

      –Tía Cintia –comentó Julio–, no deberías molestarte en poner tantos detalles. No estoy acostumbrado. En casa cenamos cualquier cosa, más bien poco sobre un mantel de hule antes de acostarnos.

      –No te preocupes muchacho –respondió Manuel–, tu tía es así. Le gusta cenar con una mesa elegante y bien puesta, ¿verdad cariño?

      –Totalmente, pienso que la cena es un momento muy importante. Por cierto, los dos estáis guapísimos con esos suéteres blancos y los pantalones azules –comentó Cintia divertida.

      Julio se dio cuenta entonces de que había bajado de su habitación vestido con los mismos colores que su tío, incluso con los mismos mocasines. Todos se rieron a carcajadas.

      Una vez en el porche, mientras Manuel fumaba su última pipa del día contemplando las estrellas, Julio sintió un bienestar especial sentado en el sillón de mimbre mientras admiraba la serena belleza de su tía Cintia con su vestido beige claro de algodón, que saboreaba una copa de licor de avellana con hielo.

      «Todavía es guapa –pensó–. ¿Cuántos años tendrá? por lo menos cincuenta. Pues que bien se conserva».

      –Tío Manuel ¿cómo éramos al principio, cuando salimos de la jungla?

      Manuel aspiró la pipa largamente y exhaló una gran bocanada de aromático

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