El paciente cero eras tú. Juan Carlos Monedero

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El paciente cero eras tú - Juan Carlos Monedero страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
El paciente cero eras tú - Juan Carlos Monedero

Скачать книгу

más de 2 meses que nuestra manera de vivir y trabajar ha cambiado totalmente.

      En el recuerdo quedan decenas de avisos que, a día de hoy, cuesta mucho razonar o comprender.

      Decenas de situaciones complicadas, rabia, lágrimas, dolor…

      En este tiempo, las sensaciones buenas que recuerdo de esta «etapa» son los aplausos de los primeros días, las sonrisas y bromas de mis compañeros. Sí, incluso detrás de una mascarilla reconocemos las sonrisas y muecas.

      También hay situaciones y recuerdos amargos que no voy a olvidar nunca.

      Ir a domicilios a atender disneas, que habían evolucionado en nada de tiempo… y en vez de poder resolverlas como hacíamos casi siempre… te encontrabas fallecidos, y el médico sólo podía certificar su muerte. Pacientes agonizando en sus camas y sin ninguna posibilidad de salir adelante.

      Entrar en un portal para atender una disnea en un cuarto piso (los primeros días de confinamiento) y darte cuenta de que entre el bajo y el segundo piso… había un olor que reconoces rápidamente, es el olor a muerte y descomposición de un cadáver.

      Atender un intento autolítico (los intentos de suicidio en estos días se han disparado) de un profesional que estaba luchando contra el virus y decía no poder más, un profesional con muchos años de experiencia (intensivista) que no podía superar lo que estaba viendo, viviendo.

      Síndromes de abstinencia, agresiones, brotes psiquiátricos, ansiedades, miedos, soledades de octogenarios en su domicilio y con miedo a morir… A morir solos.

      Entrar en residencias donde llevaban 3 días con un positivo o varios, fallecidos… que aún los servicios funerarios no daban abasto para recoger tanto cadáver. Domicilios donde tardaban en recoger un cadáver de 24 a 48 horas.

      Y mil cosas más que podíamos contar cualquiera de los que estamos trabajando…

      Compañeros, amigos que han enfermado, sin olvidar a los que han fallecido luchando contra esta pandemia (D.E.P.).

      Llevo días enfadado, enojado, parece que mucha población aún no se entera de qué va esto, gente haciendo deporte pegados como lapas, gente haciendo corrillos con los perros y charlando animadamente, sin mascarillas, gente haciendo botellones o reuniones en una plaza, ni distancia de seguridad ni hostias.

      Hoy me levanto viendo a gente que se ha manifestado en la calle, enarbolando cacerolas y banderas como si «el Bicho» no fuera con ellos. Total… un desmadre de idiotas que vemos a diario haciendo «de su capa un sayo».

      Particularmente he dejado de sentir pena y lástima, sólo me queda intentar proteger a mi familia y compañeros en la medida que me sea posible. Los demás seguid haciendo lo que queráis, ojalá nunca tengáis que vernos vestidos así, a menos de 20 centímetros de vosotros o de un ser querido.

      A todos los que estáis cumpliendo las normas básicas, sociales y sanitarias de este confinamiento, agradeceros el ESFUERZO y mostraros mi más absoluto RESPETO.

      ¡GRACIAS! Gracias de corazón.

      Un sanitario más

      Gaia, al final, claro que existe

      (Gaia es) una entidad compleja que implica a la biosfera, atmósfera, océanos y tierra, constituyendo en su totalidad un sistema retroalimentado que busca un entorno físico y químico óptimo para la vida en el planeta.

      James E. Lovelock, Gaia, una nueva visión de la vida sobre la Tierra (1975)

      Los animales de este bosque ni ensucian ni ponen en peligro la naturaleza. Por favor, compórtense mientras están aquí como animales.

      Cartel anónimo en la sierra de Madrid

      El batir de alas de un murciélago en Wuhan no genera ningún terremoto en la bahía de San Francisco. Las alas de murciélago no producían temblores en la cueva donde el murciélago estaba tranquilo. Fuimos nosotros los que llegamos allí a producir catástrofes. Nos lo advirtieron, pero no hicimos caso. Regañar ahora no sirve de nada. Porque los argumentos rebotan en las cabezas incapaces de pensar un poco más allá de regresar a un pasado que ya no existe. No te bañas dos veces en el mismo río. La segunda vez está más sucio, escribió el maestro Fernández Buey.

      Frenar es bueno. Es una enseñanza de la naturaleza. Vivir pegados a los ciclos de la tierra. Comer los productos estacionales. No acelerar a la tierra imprudentemente. Como un guiso que se toma su tiempo. Si viajas menos, leerás más sobre el sitio al que te diriges; incorporas la reflexión a la acción, piensas más todo. Frenar es bueno cuando estás derrapando. Los indígenas americanos hablan de la Pachamama, de la madre tierra, a la que hay que respetar. Occidente se reía de ellos y los veía exóticos. Los científicos más reputados del planeta saben ahora que tenían razón.

      En 2019 se cumplían los 50 años de la teoría de Gaia y el centenario de James Ephraim Lovelock, nacido el 26 de julio de 1919 en Letchworth Garden City, en el Reino Unido. En 1969 publicaba su hipótesis Gaia (hoy teoría de Gaia)[1]. En ella, definía el lugar donde habitamos los humanos como «una entidad compleja que implica a la biosfera, atmósfera, océanos y tierra, constituyendo en su totalidad un sistema retroalimentado que busca un entorno físico y químico óptimo para la vida en el planeta». En su lectura, veía la Tierra como un organismo superior compuesto a su vez por una red viva de organismos en interacción y en un frágil equilibrio. Gaia como un sistema autorregulado que tiende al equilibrio. Gaia como un ente hospitalario sólo porque compensa constantemente materia y energía para mantener ese equilibrio.

      Ver el planeta como un ser vivo y probablemente inteligente le hizo ser blanco de no pocas burlas. Sus predicciones acerca de lo que está pasando con 40 años de anticipación le hicieron merecedor de respeto. La inteligencia de Gaia se expresa en la evolución. Su mecanismo, probado durante siglos, la configura como una unidad de la cual forman parte todas las entidades vivas. Su reproducción es autorreferencial a través de la autopoiesis y la homeostasis (esto es, «la capacidad de mantener una condición interna estable compensando los cambios en su entorno mediante el intercambio regulado de materia y energía con el exterior»[2]). Es un lugar común hablar de la etapa geológica actual como el «Antropoceno», concepto acuñado por el Nobel de Química Paul Crutzen; una etapa en la que la influencia del comportamiento humano creaba una nueva era geológica. Pero vino un pequeño virus y le recordó al ser humano que quizá era bueno para apropiarse de la naturaleza, pero que en ese viaje igual resultaba prescindible.

      Nada de lo humano me es ajeno, dijo Nietzsche. Nada de la naturaleza nos es ajeno. Hemos pensado mal y estamos pagando las consecuencias. Teníamos frío y quemamos petróleo como si no fuera a acabarse nunca. Teníamos calor y los aires acondicionados nos helaban la nuca. Cambiar de coche se convertía en una manera de estar en el mundo, y, si no comemos carne, tenemos la sensación de que no estamos saciados. Tocas un bosque primigenio para convertirlo en un negocio y se te terminan achicando los pulmones. Y te mueres cuando estabas en un resort tomando el sol con una pulsera en la muñeca con derecho a daiquiris.

      Bill Gates dice que él ya lo avisó, aunque sigue comprando tierras para hacer negocios. Tierras con ecologías probadas durante siglos que ven cómo se rompe ese control natural, cómo se unifican genéticamente especies de plantas y animales que dejan de hacer de «cortafuegos». Se rompe un equilibrio con cientos de años de ensayo y error, y se empiezan a liberar patógenos. Es un precio que no pagan los capitales de la agroindustria, igual que las empresas aeronáuticas no pagan el impacto ecológico de los vuelos. Los dos producen enfermedades que no forman parte de

Скачать книгу