SGAE: el monopolio en decadencia. David García Aristegui
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Autores
Ainara LeGardon
David García Aristegui
Corrección
Sonia Berger
Diseño de la colección
Maite Zabaleta
Maquetación
Zuriñe de Langarika Samaniego
Ilustración de los autores
Josunene (Josune Urrutia Asua)
a partir de una imagen de Rafa Rodrigo
Diagramas (capítulo 2)
Concepto Ainara LeGardon
Grafismo Josunene (Josune Urrutia Asua)
Edición
consonni
C/ Conde Mirasol 13-LJ1D
48003 Bilbao
Primera edición: abril de 2017, Bilbao
Edición en formato digital: mayo de 2017
ISBN: 978-84-16205-29-5
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Esta obra está sujeta a la licencia Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional de Creative Commons (CC BY-NC-SA 4.0). Los textos y traducciones pertenecen a sus autoras/es. La reproducción de imágenes de la obra se realiza a modo de cita, justificada por el fin de investigación de la obra.
consonni es una productora de arte contemporáneo sin ánimo de lucro y una editorial especializada localizada en Bilbao. Desde 1996, consonni invita a artistas a desarrollar proyectos que generalmente no adoptan un aspecto de objeto de arte expuesto en un espacio. consonni investiga fórmulas para expandir conceptos como el comisariado, la producción, la programación y la edición desde las prácticas artísticas contemporáneas. consonni propone registrar las diversas maneras de hacer crítica en la actualidad y de crear esfera pública, con los feminismos como hoja de ruta. La editorial cuenta con tres colecciones: Proyectos, Paper y Beste.
SGAE:
EL MONOPOLIO
EN DECADENCIA
A nuestras familias, y especialmente a Laura y Rafa, nuestras parejas, que han soportado pacientemente que la propiedad intelectual monopolizara nuestras conversaciones de los últimos años. Esperemos que ese monopolio conversacional a partir de ahora también caiga en decadencia.
Gracias a aquellos empleados de SGAE que trabajan de cara al público y que siempre nos han tratado con profesionalidad y eficacia. A ellos también está dedicado este libro.
Gracias a consonni por su implicación y sus aportaciones a este trabajo, así como a todas las personas que han dialogado con nosotros y nos han ayudado a armar este puzle. Gracias a Servando Rocha, por supuesto.
PRÓLOGO
AÚN HAY TIEMPO
En «These important years», una canción de la banda Hüsker Dü incluida en el álbumWarehouse: songs and stories, publicado en 1987, su cantante Bob Mould comienza diciendo: «Well, you get up every morning / And you see, it’s still the same». La canción podía servir de paso elevado, un puente entre varias épocas. Todavía no había caído el muro, ni siquiera se hablaba de tantas otras cosas luego excesivamente manidas (el final de la historia y las ideologías) y siempre rodeadas de un entusiasmo que, con el paso del tiempo, se fue desvaneciendo hasta construir un relato absolutamente triunfalista de lo que iba a ser el futuro. Se anunció que el mundo digital, que ha pasado a ser la principal fuente de ingresos en la música una vez que el formato físico ha dejado de venderse tal y como hacía antes, acabaría con la última frontera. Todo eso formaba parte de un gran relato, el himno de una nueva era. Más tarde, como si fuese el siguiente episodio de aquella cibereuforia, Google -que cada cierto tiempo organiza grandes conferencias sobre «seguridad y activismo en la red» y no duda en presentarse como la gran defensora de la libertad de expresión- se convertiría en el martillo que derribaría aquel último muro.
Poco a poco, en medio de una excesiva tendencia a la credibilidad colectiva hacia quienes impulsaban estos cambios (multinacionales y grandes corporaciones, o las por entonces jovencísimas futuras estrellas de la era digital, todas ellas convenientemente progresistas y exhibicionistas de un estilo de vida californiano que exportaron al mundo), las transformaciones se fueron sucediendo y el «muro», entre grandes titulares, cayó. Los impulsores de aquella modernidad líquida se mostraron como los emprendedores definitivos, los heraldos de una libertad sin parangón. La fetichización tecnológica traería un mundo feliz. O casi. Ellos (por supuesto, la mayoría eran hombres que se presentaban «hechos a sí mismos») nos habían dado las herramientas. Ahora bien, el resto dependía de nosotros.
El mundo cambió, desde luego, lo mismo que el modo en que se escuchaba y consumía música. Pero tras aquel muro los creadores se encontraron con una guerra ya en marcha: artistas que debían monetizar más y mejor, junto a la intangibilidad de una industria musical en un nuevo escenario que dio paso a la pérdida casi total en el control de sus obras. Era y es cuestión de elegir. Elegir era y es sinónimo de libertad. Se podía estar o no estar en Spotify o YouTube, pero el precio era y sigue siendo el ostracismo. Los impulsores de las principales plataformas digitales, hoy tan célebres, también eran y siguen siendo grandes compañías y editoriales. Mientras tanto, los artistas, en todo este entramado, han ido desapareciendo.
Lo mismo que antiguos músicos que en su día llegaron a presidentes.
Una imagen, cuanto menos, sorprendente: Antón Reixa, que acaba de ser destituido, es fotografiado abandonando la sede. A su lado, como abriéndole el paso, un grupo de guardias de seguridad lo observa. Uno de ellos incluso le aplaude. Lo que ha sucedido instantes antes ha sido un combate en toda regla, intrigas de salón y denodadas luchas de poder. Más tarde, visiblemente decepcionado y cansado, afirma para El País que «en la SGAE hay una lucha de poder que va más allá de lo legítimo». Hubo dos Reixas. En abril de 2012, un Reixa que todavía no ha metido la nariz en SGAE, lleno de optimismo ante la complicada tarea de renovar la entidad, afirma a la prensa que, lejos de lo que pueda pensarse, «la SGAE no es un poder fáctico, somos unos autores que se asocian». Son otros tiempos. Llega lleno de energía. Viene con el martillo dispuesto a derribar ese otro gran muro. Sin embargo, tras comprobar cómo suceden las cosas en su interior, no solamente