90 millas hasta el paraíso. Vladímir Eranosián
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– ¡Fíjate como este gordinflón está bailando la salsa! ¡Le tiembla la barriga como una bolsa de agua caliente! – Lázaro meneó la cabeza en dirección al marinero inglés. Este llevaba una barba artística y estaba danzando con torpeza al estilo “latino”.
A Elizabeth le hizo sonreír la apariencia del amante del mar, en especial, cuando aquel metió en la boca una pipa grande y empezó a echar humo como un tren blindado. El contenido de su barriga se vertía de la izquierda a la derecha como si fuera leche en la ubre de una vaca.
“Ella es igual como todas las otras – pensó Lázaro – ¡Plebe! Cómo les puede divertir ese deforme pretencioso ricachón, que había traído a Cuba su desmesurada figura, para que la rasparan con sus lenguas casi gratuitamente nuestras chicas tontas.”
– ¡Qué tío gracioso! – reía a carcajadas la joven mujer.
En torno al barbudo daban vueltas varias mulatas. Sin embargo, a Lázaro nadie podría convencerle de que las chicas solamente decidieron respaldar, al que se hizo recientemente el centro de la atención, bailador de poca valía, valiéndose realmente de sus “pasos” profesionales, aprovechando sus culos, que temblaban como tambores.
Las bailadoras no se disponían a galantear al gordinflón con la cara abofada, y por añadidura, bizco y chueco. Terminada la música, todos los miembros del show improvisado se incorporaron a algo suyo. El inglés no quedaría en soledad, pero estas dos compañeritas de la improvisación no estarían en compañía con él. En cuanto a Lázaro, él odiaba precisamente a estas, lo que le comunicó a Elizabeth:
– ¿Qué te parece, no le impedirá la grasa adueñarse de las dos?
– Yo creía que tienes celos solamente de mí – improvisó Eliz.
– ¿Hay motivo?
– Muéstrame a un macho, y siempre habrá motivo alguno – bromeó ella.
– Estoy seguro de que este gordinflón será aprovechado no como macho, sino como medio de traslado a Europa.
¿Puedes, aunque sea por un instante relajarte? ¡Aquí reina la alegría! ¿Para qué se ha de complicar todo? – se amargó la chica – Tú mismo me trajiste aquí. – Aunque te decía que no podía ir.
Ahora estás vertiendo la furia en aquellos que vemos por primera vez y quizás sea la última.
– No les tengo rabia a ellos, sino a mí mismo – de repente la besó y continuó – Porque no puedo comprarte a ti toda suerte de cosas, o sea lo que puede regalar a estas dos chicas el gordinflón con la barba de chivo.
– No me hace falta nada – aseguró Elizabeth.
– Yo sí, que lo necesito – soltó avinagradamente Lázaro.
– Quítate los complejos innecesarios – aconsejó Eliz – En el amor no sirven para nada. Lo más maravilloso del mundo está ya a tus pies. Soy tu esclava. ¿Qué más necesitas?
– Quiero ver el mundo y tirar la casa por la ventana en otros países, como lo hacían los yanquis en Cuba antes de la revolución.
– No es obligatorio ver todo el mundo para comprender que no hay otro país, que sea más hermoso que el nuestro – soltó con seguridad Eliz.
– ¿Estás segura? – se rio sin ganas Lázaro – Es que no disponemos de la posibilidad de comparar.
Elizabeth hizo una pausa antes de contestar a tal argumento fundamentado. Luego dijo:
– Para qué comparar lo nuestro y lo ajeno. Lo ajeno puede ser más grande y mejor, pero lo nuestro siempre es mucho más querido… Además, no todos los yanquis tienen la posibilidad de tirar el dinero. Y aún más… Ellos pagan por lo que aquí se nos ofrece gratuitamente y para siempre. Llévame a casa, ya está saliendo el sol…
Lázaro tuvo que obedecer a la patriota incorregible. Qué vas a hacer, habrá que aguantar su rebeldía. Sea como sea, en que yace este amor ilimitado hacia el pseudo paraíso socialista con su sistema de racionamiento y pesos diferentes para los turistas y la gente local. Por lo visto, el imbécil Juan Miguel le metió en la cabeza sus convicciones procastristas, quizás él solamente sepa argumentar ante las infames. Todo lo restante lo hacen para otras personas.
Ese día Lázaro supo apoderarse de la ex esposa de Juan Miguel en el salón de su chatarra directamente ante el portal de su casa. Al amante le excitaba la propia proximidad del ya ex marido de su cariño actual. Tal situación daba lugar a sentir su superioridad varonil. Su vecina, mujer entrada en años, doña Marta fue testigo de una conducta incalificable de Elizabeth. Esta decidió, que después de lo visto, no se saludaría con la ingrata Eliz. Y al mismo tiempo no contaría nada al pobre Juan Miguel. La mujer no quería hacer disgustar a este buen joven, que se pasaba el día entero con el pequeño Eliancito, dejando aparte su tiempo libre. Es claro, no era una persona impecable, como lo son realmente los varones, pero hasta ahora, por lo visto, está ciego de amor por una zorra indigna, ya que sigue viviendo tras el divorcio con ella bajo un mismo techo.
Todos creían que Juan Miguel y Eliz algún día volverían a unirse obligatoriamente. Ya que los dos querían apasionadamente a su hijito. La gente creerá de buena gana en un cuento, y no en el reportaje en directo de un testigo de vista. Doña Marta lamentó tener un insomnio progresivo, que hubiera armado un lavado a la madrugada y hubiera puesto a secar la ropa. Ahora la mujer sabe mucho más de lo que necesita y eso empeora el proceso del sueño. Es malo que te convenzas una vez más de la injusticia del mundo. Es bueno que esta provenga solo de la gente imperfecta.
Cansada Eliz se dejó caer al sofá y al instante se durmió, así pasó inadvertido un pintoresco amanecer increíble. Un ligero vientecito del océano ahuyentaba las bandadas de cirros, dando el camino al sol que se despertaba. Este resplandor polícromo se revelaba en las formas de colores lila, rosado o azul. Era, ni más ni menos, una auténtica obra maestra. Aquí uno contempla un milagro prosaico, el que no puede ser captado por los seres altivos, y que se abre tan fácilmente a los que pueden sentir el dolor ajeno como el suyo propio, y alegrarse tanto de los éxitos propios como de los demás…
* * *
Juan Miguel fue el primero en despertarse. Hoy era un día no laborable, lo que significaba que él debía cumplir la promesa dada al chiquillo Eliancito y dirigirse a Camagüey para mostrarle un pez exótico, un marlín azul, y tiburones amaestrados.
Los amigos-buceadores siempre lo recibían y atendían como al huésped más deseado. Ya hace mucho tiempo que no quería solo admirar los extravagantes palacios submarinos de arrecifes de coral.
Eliz trabajaba todo el tiempo. Completamente otra cosa era Elián, este recordará para siempre la primera odisea subacuática. Estando en la misma costa, uno puede contemplar los bancos de coral y los peces tropicales en la Playa Santa Lucía. Allí le enseñará a Elián cómo nadar a estilo braza, ya que su hijo hasta el momento solo asimiló su propio estilo de nadar, no aprobado por el Comité Olímpico Internacional. Allí le permitirá al hijo que se ponga el traje de buzo, le enseñara cómo se ha de ajustar la careta y usar el balón de oxígeno, le permitirá sumergirse unas veces bajo la vigilancia del instructor, el cual le relatará