90 millas hasta el paraíso. Vladímir Eranosián
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Eliancito abrió el puño. Brilló una moneda de veinte y cinco centavos, que se la había dado su padre antes de visitar el refugio secreto de los corsarios.
– Conforme a las reglas, la petición entra en vigor solamente después de que se haya pagado el impuesto al Santo Cristóbal. Si el dinero no ha llegado al destino, quiere decir que tú no has pedido el deseo – el amigo del padre pronunciaba be por be, acariciando el bigote – Lo que tú has pedido acerca de volver aquí, el Santo Cristóbal lo considera obligatorio para cada uno que viene a visitarle.
– ¿Cómo es eso? – sin creer aún en su dicha, pero ya sin llorar graznó Elián.
– De este modo – continuaba don Pedro, encontrando nuevos argumentos – Pero si tú no volvieras para agradecerle por haber cumplido tu deseo – eso, sí, sería malo. Si la persona está muy agradecida, pues, esta puede volver hasta cien veces aquí. Y aún más, si no se ha definido qué es lo más importante para ella.
– ¡Hurra! – Gritó Elián, alegrando de tal forma a Juan Miguel – ¡Pues, volver – esto no es un deseo!
– Es tu derecho legal – afirmó Pedro.
…Antes de que pusiera rumbo al oeste, don Pedro echó el ancla cerca de un faro. El sol iba poniéndose, había una plena bonanza, y los amigos decidieron refrescarse. El tío Pedro tomó un salvavidas de la caseta de timón y lo tiró bastante lejos al agua. – Yo también quiero nadar – balbuceó lastimosamente Eliancito.
Ya había caído la noche.
– A los niños les está prohibido bañarse en alta mar – se lo prohibió el padre, y saltó al agua. El siguiente en lanzarse de a bordo fue el tío Pedro.
Este largo rato estuvo sumergido en el mar, solamente al cabo de unos minutos se vio aparecer su cabeza calva sobre la superficie del agua. Juan Miguel cubrió unas cincuenta yardas a estilo libre, y luego venía nadando atrás, valiéndose del estilo braza. Apoyó las manos en la lancha y quiso empujarse de ella para ver cómo sería su estilo mariposa, pero unos brotecitos de alarma surgieron en su subconsciencia. A bordo reinaba un silencio sospechoso. Eliancito no emitía ni un sonido. Es que no pudo ofenderse hasta tal grado…
– ¡Elián! – llamó el padre.
Silencio en respuesta.
– ¡Eliancito! – Gritó en voz alta Juan Miguel – ¡No bromees así!
Nada se oyó. Ni una palabra.
– ¡Juan Miguel! ¡Está a veinte yardas tras la popa! ¡Rápido! – las palabras provenían de atrás. Lo decía a grito pelado Pedro, el cual advirtió al niño en el agua y este se agitaba desesperadamente. El salvavidas ya iba volando en esa dirección y cayó unas diez yardas más lejos del chiquitín. Eliancito lo vio caer, pero ya no estaba en condiciones de seguir a nado hasta ese lugar. Se ahogaba y, además, no pronunciaba ni un sonido.
El padre se precipitó en ayuda del hijo. Entre él y el peque había unas treinta yardas y… el salvavidas. La distancia iba disminuyendo. Pero las fuerzas de Elián se agotaron completamente… El corazoncito traqueteaba como una ametralladora que ronca. La pierna derecha estaba acalambrada. Y papá no estaba a su lado…
En ese momento, de repente, no se sabe de dónde, emergió el salvavidas. Él llegó solo hasta allí. Quedaba solamente agarrarse a él. Así lo hizo Elián. Todo… Está fuera de peligro. Fue su padre el cual, con todas las fuerzas disponibles, hizo impulsar hacia el niño el salvavidas y este en unos instantes estaba al lado del niño. Luego se aproximó nadando Juan Miguel y lo llevó tirando con el salvavidas hacia la lancha. Estando ya a bordo, el padre lo abrazaba, lo besaba, lo secaba con una toalla, repitiendo:
– Querido mío, hijito mío…
El tío Pedro con gran aplicación se puso a arrancar el motor, gimiendo y blasfemando.
– Perdóname, por favor, tiíto – resoplaba por la nariz el chicuelo ya recobrado del choque.
Pero el padre, parece, no le guardaba rencor. A cambio, le acariciaba la cabeza y se reprochaba de lo ocurrido:
– ¿Por qué pasó eso? – No me lo habría perdonado… Si…
“Es extraño – pensó en ese momento el golfillo – Papá, posiblemente, me castigará después por la desobediencia.”
– ¡Travieso! – refunfuñó por entre los bigotes el tío Pedro, poniendo el rumbo al oeste. Elián ya echaba de menos a su mamá, a las abuelas Raquel y Mariel, a Cárdenas con sus casas de varios colores y las calles asfaltadas, llenas de carruajes con tracción equina, los ciclistas que giran las miradas despreocupadamente y la chiquillada intranquila. Hacia la noche las olas crecieron mucho y, mirando la nube que se avecinaba, papá tomó la decisión de pernoctar en la casa de Pedro:
– No se puede bromear con el océano, especialmente, cuando te advierte la posibilidad de haber mal tiempo y la aproximación de una posible tormenta. Llegaremos a Cárdenas mañana.
“Qué día magnífico ha sido. Espero que papá no se haya ofendido y obligatoriamente volveremos juntos…”
…Habiendo salido al patio de su modesta vivienda, Juan Miguel aspiró a pleno pecho el aire fresco y, echando una mirada al embate de colores celestes, quedó entusiasmado de lo visto. Hoy es un día hermoso. Justamente como para volver a visitar inesperadamente al buceador Pedro.
Al otro lado de la calle él advirtió la figura corpulenta de doña Marta. Juan Miguel le gritó: “Buenos días”. La mujer casi no reaccionó al saludo del vecino, haciendo una leve inclinación de cabeza, pasó rápidamente a la puerta de su casucha. La señora ya antes no expresaba el deseo de conversar, por eso a Juan Miguel no le sorprendió nada esa rareza en su conducta. Él también volvió a casa para llevarle a la cama el café con bocadillos a Elizabeth. Se le olvidó que estaban oficialmente divorciados. Es que él tiene a Nersy, y Eliz también, seguramente, tiene a alguien. Que sea feliz con el otro, ya que entre ellos no hubo nada…
Ambos dormían – dos personas queridas por él. ¿Podrá haber algo más valioso en todo el mundo? Aquí está el hijo, su vida y felicidad para el padre. Y allí Eliz, la mejor mujer de Cárdenas. Mejor dicho, de todo el municipio de Varadero, y, quizás, de toda la provincia de Matanzas. Él la tiene a ella, una mujer con la cual está divorciado. Y nada podrás hacer. Nunca será como antes. En sus relaciones desapareció el sexo, pero quedó el amor. Eso ocurre entre las personas…
Él respeta sus opiniones. Cree en ella y por eso siempre fue fiel con Eliz. Cierta vez le confesó su adulterio. Probablemente, fue algo estúpido e injusto respecto a ella. Así se lo dijeron unánimemente los amigos… Se divorciaron, pero no se separaron. Puede ser que pronto y vivirán separadamente, pero, acaso, podrán estar largo tiempo sin verse el uno al otro. Sí, habrá que acostumbrarse a esta idea y aceptar lo inminente, no existe más una muy plena y completa familia. Hay solamente unos buenos recuerdos y un vacío. Este que ha de ser llenado con la vida futura. Solamente este nicho no debería ser ocupado por la vanidad, la que siempre está tirando a expulsar lo más valioso que hay en la vida, el amor verdadero.
No quisiera uno pensar en lo amargo. No podía encontrar una solución, creyendo que el tiempo se lo diría, cómo debía actuar. Todo se arreglaría. No pudo hacerla feliz. Sigue queriéndola, aunque tiene relación con otra mujer. Aquí está