Devenir perra. Itziar Ziga

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Devenir perra - Itziar Ziga UHF

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las manadas. Cuando la feminidad se construye en manada, se convierte en una feminidad subversiva. Una perra sola es una perra muerta, una manada es un comando político. Las perras no se ocupan de la cocina ni de vigilar a los niños de la patria. En manada, cada perra es capaz de morder, de organizarse para vivir fuera del hogar. Las perras de Itziar Ziga son animales fronterizos, zorras transnacionales o bollos sin papeles para los que el glamour de basurero es una forma de resistir frente a las construcciones normativas de género, clase, sexualidad o pertenencia nacional. La manada no es ni la comunidad, ni el gueto, ni el partido político. En la manada de perras no hay ley de género ni de identidad sexual, no valen más los tacones que los bigotes (ni bio ni pegados con cola). Y como la manada es una máquina colectiva de follar que sirve para resistir y para inventar otras formas de placer también entran en ella los chicos trans y las camioneras más austeras.

      Escritura-perra. Pero también escritura-manada. Como si se tratara de un album de hip-hop, Itziar Ziga se marca un solo entrecortado por las voces de perras-estrella, desplazando los géneros de la sociología y de la antropología para inventar un feminismo chucho y sin collar. Palabras metralleta que abren un pasillo por el que corren, por no decir saltan, todas las figuras de feminidad que habitualmente han sido designadas como víctimas: mujeres con velo, con cabezas rapadas, violadas, mujeres transexuales, mujeres cubiertas de moratones, trabajadoras sexuales, ninfómanas... Las que aquí hablan son perras sabias: a diferencia de los pioneros del activismo travesti y marica-basurero del inmediato posfranquismo para quienes la precariedad económica se veía incrementada por una fuerte exclusión cultural, las perras de Itziar Ziga coleccionan diplomas universitarios (inútiles para el mercado de trabajo, pero eficaces como forma de acceso a formas de poder que derivan del conocimiento), hablan varios idiomas y han penetrado (en todos los sentidos del término) las comunidades queer de varios continentes.

      Para todos aquellos que todavía no hayan tenido la suerte de encontrar a Itziar Ziga en su camino, este libro les aproximará a la vena más licántropa del activismo feminista contemporáneo. Y quizás mordidos por sus palabras ustedes mismos devendrán perras.

      Virginie Despentes y Beatriz Preciado

      (Setter Francés y Bulldog Sin Tierra)

      «...y con la Fusta en la mano, pidió a sus Cachorrillas

      que la siguieran por el Camino del Destino

      hasta que crecieran y se convirtieran en Perras de Pura Sangre, Perras de Caza con la seguridad en la Punta del Rabo.»

      El almanaque de las mujeres

      Djuna Barnes

      Advertencias

      Antes de nada quiero advertirlo. A pesar de que mi madre y el Ministerio de Educación creyeron en mí y me pagaron la carrera de periodismo, esté donde esté me expreso como un camionero atascado en la M-30. Es superior a mí. Como excusa, argumento que me crié en un barrio de bloques, en una época en la que las criaturas campábamos a nuestro aire por las calles sin actividades extraescolares y sin miedo a los pederastas.

      Nunca he pasado por buena. Ésa ha sido una batalla perdida de antemano que jamás me interesó librar. Ya de canija era demasiado contestona y me gustaba decir la mía más de lo aconsejable para las buenas chicas. Mi padre me lo repetía mil veces: desde que me vio recién nacida supo que iba a darle problemas. Y vaya si se los di. Aunque no tuve otro remedio que aguantarla, nunca acepté su violencia contra nosotras.

      Ya nací en guerra con el orden patriarcal que amenazaba mi vida y la de todas las mujeres: sólo podía ser feminista.

      Cuando mis tetas empezaron a despuntar en aquella masa de carne inocente y caté las mieles del pecado, tampoco quise conformarme con el roce de un solo cuerpo. Siempre me ha gustado cómo suena la palabra puta. Así que mis novios también me llamaban mala. Después descubrí los cuerpos de mis amigas. Y todavía fui peor.

      Esta precoz tendencia mía a no encajar en lo que se esperaba de una buena chica supuso una revelación. Nunca iba a ser feliz conformándome a los límites de la feminidad. Tenía que reventarlos. Como no se me dan bien las líneas rectas, me he perdido mucho para llegar a donde estoy. Pero ahora publico un libro sobre putas feministas; y ya nadie me va a mandar callar. (Otra ventaja de ganarse la vida como camarera, además del alcohol gratis, es que no necesito prostituirme cuando escribo.)

      Me interesa desde dónde y para qué muchas mujeres feministas nos calzamos el disfraz de puta (desarrollemos o no un trabajo sexual remunerado). Desde la poderosa reapropiación del insulto. Desde la asunción de que a todas las mujeres se nos trata en algún o muchos momentos como a parias abordables sexualmente. Desde la resistencia diaria a deshacernos de minifaldas y corsés para ser tomadas en serio o para pasar desapercibidas. Desde la construcción placentera de nuestro personaje social.

      «He aceptado la pureza como la peor de las perversiones.» Estas palabras de Marguerite Yourcenar me persiguen, se repiten en mi cabeza como un rezo. La verdad objetiva siempre es la versión del poder. Y yo escribo desde los márgenes, desde las alcantarillas del sexo. Desde el activismo y desde la rabia de género y de clase, como mujer mala y como pobre.

      Éste es un tratado de amor. Y también de revancha. Las perras de las que hablo son mis amigas. Hubo infinitas horas de charla previas a las entrevistas de este libro. Las adoro y voy a retratarlas como las siento. Para mí son diosas lúbricas. Mi voz se confundirá con las suyas y con las de tantas otras que llegaron a mí a través del activismo, de mis reportajes periodísticos, de los trabajos, de las noches de ronda, de los libros, de los recuerdos ajenos que hago míos, de las pantallas, de los vientos extraños. No creo en el sujeto, no creo en la persona, no creo en mi voz.

      Abogo desde aquí por la discordancia de género como mecanismo de sabotaje sexual y lingüístico. Nunca me ha salido del coño generalizar en masculino, pero tampoco quiero entorpecer mi narración con tediosas as/os o arrobas o estrellitas. La segregación biológico-social de género es para mí cada vez más turbia. Ya no sé lo que es una mujer, ni me interesa. A mi abuela Susana Goikoetxea, que tiene ahora noventa y ocho años, lo primero que le patinó cuando empezó a perder las conexiones con su entorno fue el concepto establecido de género. Nos hablaba a nosotras en masculino y lo mezclaba todo. Aupa, amona, por fin te has librado del lenguaje simbólico que te destinó a ti y a todas las mujeres a servir en la casta inferior.

      Pues lo dicho, seguiré la rebeldía senil de mi amona Susana y no suscribiré la lógica semántico-sexual que nos ha puteado a ella, a mí, a ellos, a todas. Como anunciaba al principio, por supervivencia no me quedó otro camino que ser feminista. Además descubrí que se estaba muy bien merodeando por estos parajes de la feminidad proscrita. Y mientras autonombrarse feminista siga teniendo tan mala prensa, insistiré en ello. Lo digo tanto por los cortos de mente alérgicos a todo lo que huela a denuncia del sexismo como por las feministas decentes que se ofenden cuando una zorra como yo se confiesa como tal.

      También recuerdo a un novio estilo talibán que tuve —los mentecatos no sólo salen con las otras—. Cuando vio claro que ya me había cansado de nuestra asfixiante burbuja, acusó a mi amiga perra Bego de ser una feminista radical y de estar malmetiendo contra él. No pude reprimir la carcajada: feminista radical, y lo dices como insulto. Ella y yo todavía nos morimos de risa al recordar aquel episodio y lo bobo que era el pobre.

      Por cierto, ésta es otra advertencia: soy radical. Radical se dice de quien busca la raíz de las cosas. Así que no ser radical es ser, como poco, superficial y, en realidad, estúpida. A pesar de lo que digan los telediarios.

      Una de las acusaciones más habituales con las que se nos suele menospreciar a las feministas es la cantinela de que odiamos a los hombres. En mi

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