Crear. Bernardo Guerrero Jiménez

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Crear - Bernardo Guerrero Jiménez

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      Gracias a conversaciones con comuneros y dirigentes andinos, se eligieron los cuentos para la confección de los materiales. Con la asesoría de una educadora de párvulos, Edda Barnao Domínguez, se efectuaron actividades para que los niños y niñas “dialogaran” con la flora y fauna, etcétera. Con la ayuda de un dibujante y previo varios chequeos para ser lo más fiel posible a la visión andina de su territorio4, se imprimieron los materiales. Se trabajó luego con los profesores de ciertas escuelas del altiplano, y se siguió el proceso de validación, tanto con la comunidad como con la familia. Los profesores eran amigos de la ONG, y por eso colaboraron en el proceso.

      Se editaron doce cartillas, cada una basada en un cuento, y con actividades pedagógicas derivadas del cuento.

      A nivel de los obstáculos, por ejemplo, en las escuelas de Yala-Yala, Lirima y Villablanca, se recibieron durante el año 1987 órdenes expresas de no trabajar con este material. El encargado de esta experiencia, Juan Podestá, escribe cuando sintetiza esta experiencia:

      ... es que no han recibido críticas desde un punto de vista técnico-pedagógico que niegue su valor didáctico, y por el contrario, todas las críticas apuntan decididamente a la intencionalidad cultural y política del Vizcachín. La crítica más frecuente que se escucha por parte de los organismos oficiales se podría sintetizar con esta frase: Es imposible educar a los indios usando elementos de su propia cultura. La respuesta que ellos mismos se dan es que el universo cultural, simbólico, cognitivo, conceptual y didáctico de los aymaras, es muy reducido para ser usado en tareas de educación formal. Obviamente que en la visión de las autoridades de educación existe no solo un etnocentrismo cultural, sino también una clara intención etnocida (Podestá, 1988: 21).

      El mismo Podestá, más allá de toda sistematización clásica, se pregunta acerca de ¿en qué medida el Vizcachín, como acción educativa en base a la tradición oral andina, se inserta en la lógica del conocimiento de los andinos? Por ahora no estamos en condiciones de responder a esta pregunta.

      Producto de este trabajo con la tradición oral Podestá, junto a dos campesinos aymaras, Julián Amaro y Rucio Flores, publica el primer libro que contiene cuentos andinos de la región de Tarapacá (1989).

      El Boletín Aymara (BA)

      El equipo de trabajo estuvo compuesto por un diseñador encargado de la diagramación, gráfica y edición en la imprenta. Investigadores del Centro de Investigación de la Realidad del Norte han participado recopilando información, evaluándola y confeccionando los textos guías para la edición. En el segundo Boletín, se ha incluido la participación directa de campesinos para los textos en aymara y crítica de la gráfica, cuestión que ha resultado altamente significativa en la preparación de este material.

      El procedimiento de trabajo ha sido: selección de la temática de acuerdo al programa del proyecto; búsqueda de los antecedentes necesarios; definición de sub-unidades temáticas y proposición de los distintos mensajes junto con las sugerencias de gráfica según la experiencia de los investigadores y el material fotográfico disponible.

      Finalmente, se hace una selección y el diseñador prepara los borradores, los que son sometidos a las correcciones por parte de los miembros del Centro, y a la crítica de los campesinos para pasar posteriormente a la confección de las matrices definitivas y edición.

      El nacimiento de un proyecto está marcado, a lo menos, por dos tensiones. Una que dice relación con la lectura de la realidad y que nos lleva a detectar una necesidad y a proponer un satisfactor. Otra dice relación, por el uso que se le dé, y que a menudo no está contemplado por sus gestores. Lo primero es lo que denominamos usos y lo segundo, en forma, un tanto irónica, abusos.

      Los usos del Boletín Aymara están determinados, en gran parte, por los objetivos de este, al que ya hemos hecho mención, y en el que hay que destacar el reforzamiento de la identidad cultural, como palanca y motor del desarrollo andino, auto-centrado y emancipatorio.

      Sin embargo, este objetivo, en la realidad, tiende a concentrarse, a través de lectura comunitaria, en la que por medio de un monitor, se dirige la lectura con el fin de problematizar sus contenidos. Este es, sin duda alguna, su mejor uso.

      Siempre dentro de lo anterior, otro tema no planificado es el de pegar las láminas en la pared a modo de afiches. Por esta razón, el Boletín Aymara cambia de formato. Otros de los usos dados al Boletín y que no se definió cuando se creó, fue el de colorear láminas; este es a la vez un uso, y por qué no decirlo también, un abuso. Veamos por qué.

      La fuerte presencia de la Escuela Nacional en el altiplano provoca la creación de todo un “espacio social” en el niño. Este entrará en un ritmo social que antes de la llegada de la Escuela lo obtenía de las actividades del pastoreo o de la búsqueda de la leña. La Escuela coopta este espacio, y redefine el uso social del tiempo. Con la Escuela, el Boletín Aymara empezó a operar como un recurso pedagógico, en concreto para colorear láminas. Esto tiene sus ventajas y desventajas.

      Las primeras en cuanto se presentan como material alternativo a los recursos que la Escuela Nacional propone, por lo general, sin ninguna relación con la cultura aymara. Pero, el recurso de colorear las láminas por sí solo es insuficiente, para lo que perseguimos, sobre todo si se trata de colorearla en forma indiscriminada sin una adecuada dirección pedagógica.

      Esto está también en directa relación con la capacidad que tenga el profesor −formado en la ciudad− para hacer un buen uso de este material. Y si lo puede hacer, choca con las barreras oficiales que le impone la estructura burocrática del Ministerio de Educación, a través, por ejemplo, de la Unidad Técnico-Pedagógica. Se le ha entregado al profesor una lista de sugerencias de actividades, de modo tal que sea el emisor el Centro de Investigación de la Realidad del Norte, y no el profesor, el que le dé el énfasis al coloreamiento de las láminas.

      Los obstáculos que se presentaron para ambas experiencias son, sin duda alguna, las difíciles condiciones políticas de la época. Un trabajo realizado casi en la semi-clandestinidad. Ejecutado con la ayuda de algunos profesores y de ciertos dirigentes aymaras que poseían una clara consciencia étnica pero, sin duda, minorías.

      Tanto el Vizcachín como el Boletín Aymara, en tanto prácticas interculturales, tuvo un impacto del cual aún resuenan. En ambas publicaciones, Gerardo Segovia Rojas tuvo un rol fundamental en las ilustraciones. Senén Chávez Fajardo también hizo un aporte extraordinario en estas áreas.

      A más de veinte años de esta iniciativa, el balance es de dulce y de agraz. El Ministerio de Educación de los gobiernos democráticos nunca valoró esa experiencia. Sin embargo, ambas actividades bajo el signo de la etno-educación sirvieron para activar mecanismos de cooperación interculturales, que a la distancia constituyen una buena experiencia. Muchos de los niños que leyeron el Vizcachín, son ahora dirigentes aymaras y valoran positivamente esa experiencia.

      Es dable suponer que, en el actual escenario de empoderamiento de las comunidades, que no necesariamente es reetnificación, este tipo de prácticas puedan ser sistematizadas, mejoradas en la calidad de la impresión, y usada como apoyo al proceso de enseñanza-aprendizaje, no solo de las comunidades andinas, sino que de la sociedad regional y por qué no decirlo, también, de la sociedad nacional.

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